jueves, 31 de julio de 2008

Fuentes de ignición eléctrica

La maquinaria mecánica, los instrumentos y equipos de calefacción alimentados con energía eléctrica, así como los equipos de transformación mecánica y de iluminación no suelen suponer un riesgo de incendio para su entorno siempre que se instalen de acuerdo con la correspondiente normativa en materia de seguridad y de instalación y se observen durante su funcionamiento las instrucciones necesarias. Un mantenimiento regular y una supervisión periódica disminuyen considerablemente la probabilidad de incendios y explosiones. Las causas más frecuentes de incendios en equipos eléctricos y cableados son la sobrecarga, los cortocircuitos, las chispas eléctricas y las resistencias de alto contacto.
Se produce una sobrecarga cuando el cableado y los aparatos eléctricos soportan una corriente superior a la fijada por diseño. La sobrecorriente, al pasar a través del cableado y del aparato, provoca un calentamiento excesivo que daña, rompe o carboniza los componentes del sistema eléctrico y funde el recubrimiento del cable; las partes metálicas entran en una combustión sin llama, las unidades estructurales combustibles entran en ignición y, si se dan ciertas condiciones, puede llegarse incluso a la propagación del incendio en el entorno. La causa más frecuente de sobrecarga suele ser la conexión de un número de aparatos superior al permitido o de capacidad superior al valor estipulado.
Desde el punto de vista de la seguridad laboral de los sistemas eléctricos, uno de los mayores peligros son los cortocircuitos. Siempre son consecuencia de un fallo y se producen cuando partes del cableado eléctrico o del equipo aisladas entre sí y a tierra, contactan entre sí o con tierra. Este contacto puede ser directo, como en el contacto metalmetal, o indirecto, a través de un arco eléctrico. Cuando se produce un cortocircuito porque algunas unidades del sistema eléctrico entran en contacto entre sí, la resistencia es mucho menor y, como consecuencia, la inten- sidad de la corriente es extremadamente alta. La energía calorífica liberada durante una sobrecarga originada por grandes cortocircuitos puede dar lugar a un incendio en el mecanismo afectado, entrando en ignición los materiales y equipos próximos y propagándose el fuego al edificio.

Aunque las chispas eléctricas son fuentes de energía calorífica de naturaleza reducida, en la práctica actúan con frecuencia como fuentes de ignición. En condiciones normales de trabajo, la mayoría de los dispositivos eléctricos no producen chispas, aun cuando el funcionamiento de algunos de ellos suela ir acompañado de ellas.
Las chispas son muy peligrosas cuando en la zona donde se generan existen concentraciones explosivas de gas, vapor o polvo. Por tanto, los equipos que normalmente producen chispas durante su funcionamiento sólo pueden instalarse en lugares en que éstas no puedan provocar un incendio. El contenido energético de las chispas es insuficiente por sí mismo para provocar la ignición de los materiales del entono o para iniciar una explosión.
Cuando en un sistema eléctrico no existe contacto metálico perfecto entre las unidades estructurales a través de las cuales fluye la corriente, en el punto de fallo aparecerá una resistencia de alto contacto. Este fenómeno se debe, en la mayoría de los casos, a un montaje incorrecto de las juntas o a instalaciones inadecuadas. La separación de las juntas durante el funciona- miento y el desgaste natural también pueden provocar resistencias de alto contacto. Gran parte de la corriente que fluye a través de los puntos con aumento de resistencia se transformará en energía calorífica. Si esa energía no se disipa suficientemente (y no se elimina la causa), se producirá un fuerte incremento de temperatura que puede provocar un peligroso incendio.
Si los mecanismos operan por inducción (motores, dínamos, transformadores, relés, etc.) y no están bien calculados, pueden surgir corrientes parásitas durante el funcionamiento que harán que se calienten las unidades estructurales (las bobinas y sus núcleos de hierro), provocando la ignición de los materiales aislantes y la combustión del equipo. Las corrientes parásitas también pueden surgir (con consecuencias desastrosas) en las unidades estructurales metálicas de equipos de alto voltaje.

miércoles, 30 de julio de 2008

Protección en atmósferas explosivas

En atmósferas explosivas, es el propio ambiente el que resulta ser sensible a las descargas electrostáticas, que de ocurrir podrían dar lugar a ignición o explosión. En estos casos, la protección consiste en sustituir el aire, bien por una mezcla gaseosa cuyo contenido de oxígeno sea inferior a la concentración mínima para que la mezcla se inflame bien por un gas inerte, como el nitrógeno. Los gases inertes se han utilizado en silos y en vasijas de reacción de los sectores químico y farmacéutico. En este caso, es preciso tomar las precauciones debidas para garantizar que los trabaja- dores reciban un suministro de aire adecuado.

martes, 29 de julio de 2008

Protección de trabajadores

Los trabajadores que tienen motivos para creer que se encuentran cargados eléctricamente (por ejemplo, cuando desmontan un vehículo en tiempo seco o andan con determinados tipos de calzado), pueden adoptar numerosas medidas protectoras, como las siguientes:
• Reducir la densidad de corriente en la piel, para lo cual basta
con tocar un conductor puesto a tierra con un elemento metálico, como una llave o herramienta.
• Reducir el valor de cresta de la corriente mediante la descarga en un objeto disipador que se pueda tener a mano (un dispositivo de sobremesa o especial, como una muñequera protectora con resistencia en serie).

lunes, 28 de julio de 2008

Medición de la repercusión de un accidente a través de las estadísticas existentes

Los actuales indicadores sanitarios (mortalidad, natalidad, ingresos hospitalarios, bajas laborales por enfermedad y visitas médicas) pueden proporcionar una visión inmediata de las consecuencias de un accidente, siempre que sean estratificables para la zona afectada, lo que no siempre será posible, pues a veces se trata de áreas pequeñas que no se corresponden necesariamente con unidades administrativas. Es probable que las asociaciones estadísticas entre el accidente y un exceso de sucesos inmediatos (que tienen lugar en días o semanas) detectados por medio de los indicadores sanitarios existentes sean causales, pero esto no signi- fica necesariamente que se esté produciendo un efecto de toxicidad (por ejemplo, un exceso de visitas médicas puede estar ocasionado por el miedo y no por la aparición real de la enfermedad). Como siempre, hay que tener cuidado al interpretar cualquier cambio en los indicadores sanitarios.
Aunque no todos los accidentes producen víctimas mortales, la mortalidad es un criterio de valoración fácilmente cuantificable, ya sea mediante el recuento directo (como en Bhopal) o por comparación entre el número de sucesos observados y el previsto (episodios agudos de contaminación atmosférica en zonas urbanas). Determinar que un accidente no está asociado a un exceso de mortalidad inmediata puede ayudar a la hora de evaluar la gravedad de su repercusión y dedicar atención a las consecuencias no mortales. Además, la mayoría de los países disponen de las estadísticas necesarias para calcular la previsión de fallecimientos, que permiten establecer estimaciones en zonas tan pequeñas como las que habitualmente se ven afectadas por un accidente. La evaluación de la mortalidad sobre la base de determinadas afecciones es más problemática, debido a una posible predisposición de los funcionarios sanitarios —conocedores de cuáles son las enfermedades que se espera que aumenten tras el accidente— al certificar las causas de los fallecimientos (predisposición de sospecha de diagnóstico).
En consecuencia, la interpretación de los indicadores sanitarios a partir de las fuentes de datos existentes requiere un cuidadoso plan de análisis específicos, que incluya la consideración detallada de posibles factores de confusión.
En ocasiones, poco después de un accidente, se plantea la conveniencia de crear un registro de cáncer convencional en la población, o un registro de malformaciones. Para estas afecciones concretas, los registros pueden proporcionar una información más fiable que otras estadísticas (como la mortalidad o los ingresos hospitalarios), especialmente si los registros de nueva creación se gestionan de acuerdo con normas internacionales aceptables. Ahora bien, su creación requiere la reasignación de recursos. Además, si tras un accidente se establece un registro completamente nuevo de malformaciones basado en la pobla- ción, lo más probable es que en un plazo de nueve meses no genere datos comparables a los de otros registros, y se producirán una serie de problemas deductivos (en especial, error estadístico del segundo tipo). En última instancia, la decisión se basa en gran medida en la evidencia de carcinogenicidad, embrioto- xicidad o teratogenicidad del peligro o peligros que se han producido, y en los posibles usos alternativos de los recursos disponibles.

domingo, 27 de julio de 2008

Medición de la repercusión de un accidente

No hay duda de que cada accidente requiere una evaluación de sus consecuencias cuantificables o potenciales sobre la población humana expuesta (y sobre la animal, doméstica o salvaje), y puede ser necesario actualizar periódicamente dicha evaluación. Son muchos los factores que influyen en los detalles, extensión y naturaleza de los datos que pueden reunirse para la evaluación. Es fundamental la cantidad de recursos disponibles. A accidentes de la misma gravedad pueden concederse distintos grados de atención en países diferentes, dependiendo de su capacidad para desviar recursos de otros ámbitos sanitarios o sociales. La cooperación internacional puede mitigar parcialmente esta discrepancia: en la práctica, se limita a episodios particularmente dramáticos o que presentan un interés científico especial.
Las consecuencias generales de un accidente sobre la salud pueden ser desde desdeñables hasta graves. La gravedad depende de la naturaleza de las afecciones provocadas por el accidente (que pueden incluir la muerte), de la magnitud de la población expuesta y del porcentaje de población que desarrolla la enfermedad. Los efectos desdeñables son más difíciles de demostrar desde un punto de vista epidemiológico.
Entre las fuentes de datos que deben utilizarse para evaluar las consecuencias de un accidente sobre la salud se encuentran, en primer lugar, las estadísticas ya existentes (antes de plantearse la creación de nuevas bases de datos de población, siempre debería considerarse la posibilidad de utilizar los datos ya reco- gidos). Puede obtenerse información adicional de estudios epide- miológicos analíticos basados en hipótesis, para los cuales las estadísticas existentes pueden ser o no útiles. Si en un entorno laboral no existe una vigilancia sanitaria de los trabajadores, el accidente puede ofrecer la oportunidad de establecer un sistema de vigilancia que finalmente ayude a proteger a los trabajadores de otros peligros potenciales para la salud.
A efectos de la vigilancia clínica (a corto o largo plazo) y del pago de compensaciones, la enumeración exhaustiva de las personas expuestas es una condición sine qua non. Es algo relativamente sencillo de hacer en los accidentes ocurridos dentro de fábricas. Cuando la población afectada puede definirse aten- diendo al lugar en que vive, la lista de habitantes de demarcaciones municipales (o de unidades menores, si es posible) puede ofrecer una aproximación aceptable. La elaboración de un registro puede ser más problemática en otras circunstancias, en particular cuando existe la necesidad de elaborar una lista de personas con síntomas posiblemente atribuibles al accidente. En el episodio de SAT en España, para obtener el registro de las personas que debían incluirse en el seguimiento clínico a largo plazo se utilizó la lista de las 20.000 personas que solicitaban una compensación financiera, y se corrigió posteriormente revisando las historias clínicas. Dada la publicidad que se dio a este episodio, el registro se considera razonablemente completo.
Un segundo requisito es que las actividades encaminadas a medir la repercusión de un accidente sean racionales, estén claramente definidas y sean fáciles de explicar a la población afectada. El período de latencia puede variar de días a años. Si se dan determinadas condiciones, pueden formularse hipótesis a priori sobre la naturaleza de la enfermedad y la probabilidad de su aparición con precisión suficiente para diseñar un programa de vigilancia clínica adecuado y estudios centrados en uno o varios de los objetivos mencionados al principio de este artículo.

Dichas condiciones comprenden la rápida identificación del agente liberado en el accidente, la disponibilidad de un conoci- miento adecuado sobre sus propiedades peligrosas a corto y largo plazo, la cuantificación del escape, y algunos datos sobre las diferencias de susceptibilidad a los efectos del agente entre individuos distintos. En la práctica, raras veces se dan estas condiciones; una consecuencia de la incertidumbre e ignorancia subyacentes es que es más difícil resistir la presión de la opinión pública y de los medios de comunicación para que se dispense una prevención o una intervención médica de dudosa utilidad.
Por último, lo antes posible tras la confirmación de un accidente, es necesario crear un equipo interdisciplinario (incluidos médicos, químicos, higienistas industriales, epidemiólogos, toxicólogos humanos y experimentales) que sea responsable ante la autoridad política y ante el público. En la selección de expertos, hay que tener presente que la gama de sustancias químicas y tecnológicas que pueden intervenir en un accidente es muy amplia, de forma que pueden presentarse varios tipos de toxicidad con diferentes sistemas bioquímicos y fisiológicos.

sábado, 26 de julio de 2008

Pruebas de laboratorio

El recuento de neutrófilos periféricos aumenta a 20.000 o más células por microlitro en pacientes con envenenamiento grave. La hemoconcentración inicial, resultante de la extravasación de plasma (especies de Crotalus y D. russelii de Birmania) va seguida de anemia causada por hemorragia o, rara vez, por hemólisis. La trombocitopenia es habitual tras la mordedura de crótalos (p. ej., C. rhodostoma, Crotalus viridis helleri) y algunos vipéridos (p. ej., Bitis arietans y D. russelii), pero es poco habitual tras la mordedura de especies Echis. Muy útil para determinar la desfibrogenación inducida por el veneno es la sencilla prueba de coagulación sanguínea total. Se colocan unos cuantos mililitros de sangre venosa en un tubo de ensayo de vidrio nuevo, limpio y seco, se deja reposar durante 20 minutos a temperatura ambiente y se inclina para comprobar si la sangre se ha coagulado o no. La sangre no coagulada indica envenenamiento sistémico y puede servir para el diagnóstico de una especie en particular (por ejemplo, especies Echis en Africa). Los pacientes con rabdomiólisis generalizada exhiben un marcado aumento de la concentración sérica de creatinquinasa, mioglobina y potasio. La orina de color marrón o negra indica rabdomiólisis generalizada o hemólisis intravascular. Las concentraciones de enzimas séricas, como la creatin-fosfoquinasa y la aspartato aminotransferasa aumentan moderadamente en pacientes con envenenamiento local grave, probablemente debido a lesiones musculares en el lugar de la mordedura. La orina debe analizarse para determinar el contenido de sangre/hemoglobina, mioglobina y proteínas, hematuria microscópica y recuento de hematíes.

viernes, 25 de julio de 2008

Vipéridos (víboras, culebras, serpientes de cascabel, víboras con cabeza de lanza, mocasines y crótalos)

El envenenamiento local es relativamente grave. La inflamación puede detectarse ya a los 15 minutos, aunque en ocasiones tarda horas en aparecer. Se extiende rápidamente y puede afectar a todo el miembro y al tronco adyacente. Se produce dolor asociado y sensibilidad dolorosa en los ganglios linfáticos locales. En los días siguientes pueden aparecer cardenales, equimosis y necrosis. La frecuencia y gravedad de esta última es notable tras la mordedura de algunas serpientes de cascabel, víboras con cabeza de lanza (género Bothrops), crótalos asiáticos y víboras africanas (géneros Echis y Bitis). Cuando el tejido envenenado está contenido en una zona estrecha, como el espacio pulpar de los dedos en manos o pies o en la zona anterior de la tibia, puede producirse isquemia. Si no se observa inflamación durante las dos horas siguientes a la mordedura de una víbora, existe cierta seguridad de que no se ha producido envenenamiento. Sin embargo, con algunas especies se produce un envenenamiento mortal aun sin manifestación de síntomas locales (p. ej., Crotalus durissus terri- ficus, C. scutulatus y víbora birmana de Russell).
Las alteraciones de la presión arterial son un rasgo común del envenenamiento por vipéridos. La hemorragia persistente en las heridas producidas por colmillos, en los puntos de venopunción o inyección, en otras heridas nuevas o parcialmente cicatrizadas y durante el posparto, indica que la sangre no se coagula. La hemorragia sistémica espontánea suele detectarse en las encías, pero también puede presentarse como epistaxis, hematemesis, equimosis cutánea, hemoptisis o hemorragias subconjuntival, retroperitoneal o intracraneal. Los pacientes envenenados por la víbora birmana de Russell pueden presentar hemorragia en la glándula pituitaria anterior (síndrome de Sheehan).
La hipotensión y el shock son frecuentes en pacientes con mordeduras de algunas serpientes de cascabel de América del Norte (p. ej., C. adamanteus, C. atrox y C. scutulatus), Bothrops, Daboia y especies de Vipera (p. ej., V. palaestinae y V. berus). La presión venosa central suele ser baja y la velocidad del pulso rápida, lo que indica hipovolemia, causada habitualmente por la extrava- sación de líquido en la extremidad en la que se ha producido la mordedura. Los pacientes envenenados por las víboras birmanas de Russell suelen mostrar signos de un aumento de la permeabi- lidad vascular. La presencia de anomalías en el ECG o arritmia cardíaca indican afectación directa del músculo cardíaco. Los pacientes envenenados por algunas especies de los géneros Vipera y Bothrops pueden experimentar desvanecimientos recurrentes transitorios, con signos de reacción autofarmacológica o anafiláctica, como vómitos, sudores, cólico, diarrea, shock o angioedema, que aparecen o apenas transcurridos cinco minutos o muchas horas después de la mordedura.
La insuficiencia renal es la principal causa de mortalidad en pacientes envenenados por víboras de Russell. En el plazo de unas horas pueden presentar oliguria y dolor en los riñones, que indica isquemia renal. La insuficiencia renal es también característica del envenenamiento por especies de Bothrops y C. d. terrificus.
En los pacientes mordidos por C. d. terrificus, Gloydius blomhoffii, Bitis atropos y D. russelii pulchella de Sri Lanka, se observa una neurotoxicidad similar a la provocada por los elápidos, en ocasiones con signos de rabdomiólosis generalizada. La progresión a parálisis respiratoria o generalizada es poco frecuente.

jueves, 24 de julio de 2008

Bombas de muestreo

Estas bombas suelen ser volumétricas —es decir, desplazan un volumen fijo por revolución— pero, en general, son el último componente del equipo de muestreo y el volumen real del aire aspirado depende de la resistencia al flujo que oponen los filtros, la tubuladura, los medidores y los orificios que forman parte del mismo. Los rotómetros indican una velocidad de flujo inferior a la que realmente atraviesa el equipo de muestreo.
La mejor solución al problema del muestreo en grandes altitudes sería calibrar el instrumento en el mismo sitio en que se realiza el muestreo, evitando así las correcciones. Los fabricantes de bombas de muestreo han creado un laboratorio de calibra- ción por película de bomba del tamaño de un maletín, fácil de transportar y que permite hacer una calibración rápida en las condiciones reales de trabajo. Este aparato incluye, incluso, una impresora que permite hacer registros permanentes de las cali- braciones efectuadas.

miércoles, 23 de julio de 2008

Muestreadores por difusión

Las leyes de difusión de los gases indican que la eficacia en la recogida de los muestreadores por difusión es independiente de los cambios de la presión barométrica. Los trabajos experimentales de Lindenboom y Palmes (1983) demuestran que existen otros factores, aún no establecidos, que influyen en la recogida de NO2 en presiones menores. El error es de aproximadamente 3,3 % a una altitud equivalente de 3.300 m, y de 8,5 % a 5.400 m. Sería necesario hacer estudios adicionales para comprender esta variación y el efecto de la altitud en otros gases y vapores.
No se dispone de información sobre el efecto de la altitud en los detectores portátiles de gases calibrados en ppm, que están equipados con sensores electroquímicos de difusión, pero parece razonable prever que requieren la misma corrección que los métodos colorimétricos descritos anteriormente. Evidentemente, el mejor procedimiento consistiría en calibrarlos a la altitud deseada con una concentración conocida de un gas de prueba.
Los principios de funcionamiento y medición de los instrumentos electrónicos deberían ser estudiados cuidadosamente para establecer si requieren recalibración cuando se emplean en las grandes altitudes.

martes, 22 de julio de 2008

Gestión de primeros auxilios: Traslado

El traslado de un trabajador hiperbárico con enfermedad por descompresión a las instalaciones de recompresión terapéutica debe realizarse lo antes posible, procurando siempre que no haya una descompresión adicional. La altitud máxima a la que un trabajador puede someterse a descompresión durante una evacuación médica en aviación es de 300 m sobre el nivel del mar. Durante el traslado, deben proporcionarse al paciente los primeros auxilios y la asistencia complementaria antes descritos.

lunes, 21 de julio de 2008

Gestión de primeros auxilios: Reanimación con oxígeno y líquido

Un trabajador hiperbárico con enfermedad por descompresión debe ser colocado en posición horizontal para minimizar el riesgo de que las burbujas se dispersen hasta el cerebro; nunca con la cabeza a un nivel más bajo, ya que puede afectar negativamente al resultado. Debe administrarse oxígeno al 100 % mediante una válvula (activada por el paciente, si está consciente), o mediante una mascarilla ajustada, una velocidad de flujo elevada, y un sistema de depósito. Si es necesario prolongar la administración de oxígeno, deben intercalarse pulsos de aire para aliviar o retardar el desarrollo de la toxicidad pulmonar por oxígeno. Cualquier submarinista con enfermedad por descompresión debe ser rehidratado. Probablemente no exista la posibilidad de administrar líquidos por vía oral durante una reanimación aguda de un trabajador gravemente lesionado. En general, es difícil administrar líquidos por vía oral a una persona en posición horizontal. La administración oral de líquidos conlleva la interrupción de la administración de oxígeno; el efecto inmediato sobre el volumen sanguíneo suele ser insignificante. Por último, puesto que el tratamiento hiperbárico con oxígeno puede producir convulsiones, es conveniente que el intestino esté vacío. Lo ideal, por lo tanto, es hacer la reanimación con líquido por vía intravenosa. No existen pruebas de que las soluciones coloidales sean mejores que las soluciones cristalinas, y el líquido que se escoja no será más que una solución salina normal. No debe administrarse una solución que contenga lactato a un submarinista hipotérmico, ni una solu- ción con dextrosa a alguien que tenga una lesión cerebral, ya que puede agravar la lesión. Es esencial que se mantenga un equilibrio hídrico preciso, ya que es probablemente la mejor forma de reanimar con éxito a un trabajador hiperbárico que sufra una enfermedad por descompresión. Los efectos sobre la vejiga son bastante frecuentes y la cateterización está justificada si no hay producción urinaria.
No existen fármacos de eficacia demostrada para el tratamiento de las enfermedades por descompresión, aunque la lignocaína (sustancia actualmente en fase de estudio clínico) tiene cada vez más partidarios. Se cree que la lignocaína actúa como estabilizador de las membranas y como inhibidor de la acumulación de leucocitos polimorfonucleares y de la adhesividad de los vasos sanguíneos provocada por las burbujas. Resulta interesante que una de las probables funciones del oxígeno hiperbárico sea también inhibir la acumulación y la adherencia de los leucocitos a los vasos sanguíneos. Por último, no existen pruebas de que el uso de inhibidores de la agregación plaquetaria, como la aspirina y otros anticoagulantes, sea beneficioso. Por el contrario, puesto que la enfermedad neurológica grave por descompresión está asociada a la hemorragia en el sistema nervioso central, el uso de este tipo de medicamentos puede estar contraindicado.

viernes, 18 de julio de 2008

Ignición espontánea

Las reacciones químicas que generan calor de forma espontánea, al ser “fuentes internas de ignición”, conllevan un riesgo de igni- ción y combustión. Materiales propensos al calentamiento y la ignición espontáneos pueden convertirse en fuentes de ignición secundarias y provocar la ignición de materiales combustibles próximos.
Aunque algunos gases (p. ej., fosfuro de hidrógeno, hidruro de boro, hidruro de silicio) y líquidos (p. ej., carbonilos metálicos, composiciones organometálicas) son propensos a la ignición espontánea, en la mayoría de los casos ésta tiene lugar como reacción superficial en los materiales sólidos. La ignición espon- tánea, como todas las igniciones, depende de la estructura química del material, pero su aparición está determinada por el grado de dispersión. La extensa superficie específica permite la acumulación local de calor de reacción y contribuye a aumentar la temperatura del material por encima de la temperatura de ignición espontánea.
La ignición espontánea de líquidos también se ve favorecida cuando entran en contacto con aire o materiales sólidos de gran superficie específica. En condiciones atmosféricas normales, las grasas y los aceites especialmente insaturados con enlaces dobles, al ser absorbidos por materiales fibrosos o sus productos
o al impregnarse en textiles de origen vegetal o animal, son propensos a la ignición espontánea en condiciones atmosféricas normales. La ignición espontánea de productos de lana de vidrio y de lana mineral fabricados con fibras no combustibles o materiales inorgánicos con una gran superficie específica y contaminados con grasa han dado origen a gran número de incendios graves.
La ignición espontánea se observa principalmente en polvo de materiales sólidos. En metales con una buena conductividad calorífica, para acumular el calor local necesario para la ignición es necesario que estén muy finamente fragmentados. A medida que disminuye el tamaño de partícula, aumenta la probabilidad de una ignición espontánea y en algunos polvos metálicos
(p. ej., hierro) se produce piroforicidad. Cuando se almacena y maneja polvo de carbón, hollín fino o polvo de lacas y resinas sintéticas, así como durante su procesamiento, debe prestarse especial atención a las medidas preventivas contra incendios para reducir el peligro de una ignición espontánea.
Los materiales propensos a la descomposición espontánea presentan una especial capacidad para entrar en ignición de forma espontánea. Cuando se coloca hidracina sobre cualquier material de gran área superficial, inmediatamente arde con llama. Los peróxidos, muy utilizados en la industria plástica, se descomponen espontáneamente con gran facilidad, convirtién- dose en peligrosas fuentes de ignición y llegando a iniciar en algunos casos una combustión explosiva.
Un caso especial de ignición espontánea es la violenta reac- ción exotérmica que se produce cuando determinados productos químicos entran en contacto entre sí, como el ácido sulfúrico concentrado con todos los materiales combustibles orgánicos, los cloratos con sales sulfúricas o amónicas, los compuestos orgá- nicos halogenados con metales alcalinos, etc. La incompatibi- lidad de estos materiales (materiales incompatibles) exige una especial atención para su almacenamiento, especialmente cuando se hace conjunto, así como a la hora de elaborar la normativa de seguridad contra incendios.
Vale la pena mencionar que esta peligrosa forma de calenta- miento altamente espontánea puede verse favorecida, en algunos casos, por unas condiciones técnicas incorrectas (ventilación insuficiente, baja capacidad de enfriamiento, fallos de manteni- miento y limpieza, sobrecalentamiento de la reacción, etc.) o incluso estar causada por ellas.
Algunos productos agrícolas, como piensos de fibra, semillas oleaginosas, cereales germinados, productos finales de la industria de transformación (tiras secas de remolacha, fertilizantes, etc.) son propensos a la ignición espontánea. El calentamiento espontáneo de estos materiales presenta una característica especial: las peligrosas condiciones de temperatura de los sistemas se ven favorecidas por algunos procesos biológicos exotérmicos de difícil control.

jueves, 17 de julio de 2008

Llama abierta

La llama abierta es la fuente de ignición más sencilla y frecuente. Gran cantidad de herramientas de uso generalizado y de equipos industriales funcionan con llamas desnudas o dan lugar a la formación de llamas desnudas. Encendedores, cerillas, hornos, aparatos de calefacción, equipos de soldadura , tuberías dañadas de gas y petróleo, etc. pueden considerarse fuentes potenciales de ignición. Dado que, en el caso de la llama abierta, la fuente de ignición primaria constituye en sí misma una combustión auto- mantenida, el mecanismo de ignición significa básicamente la propagación de la combustión a otro sistema. La combustión se inicia cuando la fuente de ignición con llama abierta dispone de suficiente energía como para provocar la ignición.

miércoles, 16 de julio de 2008

Protección contra las descargas electrostáticas




Debe tenerse en cuenta que en esta sección únicamente se abordan la protección de equipo sensible a la electrostática contra descargas inevitables, la reducción de la generación de cargas y la eliminación de éstas. La capacidad de proteger el equipo no suprime la necesidad fundamental de prevenir ante todo la acumulación de carga electrostática.
Como se ilustra en la Figura 40.2 todos los problemas electrostáticos incluyen una fuente de descarga electrostática
(el objeto cargado inicialmente), un blanco que recibe la descarga y el medio por el cual circula la descarga (descarga dieléctrica). Debe subrayarse que el blanco o el medio pueden ser sensibles a la electrostática. Algunos ejemplos de elementos sensibles se recogen en la Tabla 40.6.

martes, 15 de julio de 2008

Puesta a tierra de la electricidad estática

La regla básica de la prevención electrostática es eliminar las diferencias de potencial entre objetos. Para conseguirlo, o bien se conectan entre sí, o se ponen a masa (toma de tierra). Con todo, los conductores aislados acumulan cargas y por lo tanto se cargan por inducción, fenómeno exclusivo de ellos. Las descargas de conductores pueden adoptar la forma de chispas de alta energía y son peligrosas.

Se trata de una regla que se atiene a las recomendaciones en materia de prevención de descargas eléctricas, que también exigen la puesta a tierra de todas las partes metálicas accesibles, como se especifica en la norma francesa Instalaciones eléctricas de baja tensión (NFC 15-100). Para conseguir la máxima seguridad electrostática, que es lo que aquí nos ocupa, esta regla debe generalizarse a todos los elementos conductores. Se incluyen aquí cercos metálicos de mesa, manillas de puertas, componentes electrónicos, depósitos utilizados en las empresas químicas y el chasis de los vehículos que transportan hidrocarburos.
Desde el punto de vista de seguridad electrostática, el ideal sería que todo fuera conductor y estuviera siempre puesto a tierra, a la que se transferirían en todo momento las cargas generadas. En estas circunstancias, todo tendría siempre el mismo potencial, y por lo tanto el campo eléctrico —y el riesgo de descarga— sería cero. Pero casi nunca es posible alcanzar esta situación ideal, por los motivos siguientes:
• No todos los productos que es necesario manipular son conductores, y muchos de ellos no pueden hacerse conductores mediante el uso de aditivos. Así sucede con numerosos productos agrícolas y farmacéuticos, así como con líquidos de gran pureza.
• Hay propiedades convenientes para el producto final, como por ejemplo la transparencia óptica o la baja conductividad térmica, que pueden excluir el empleo de materiales conductores.
• Es imposible disponer una puesta a tierra permanente en equipos móviles como carruajes metálicos, herramientas electrónicas sin cordón, vehículos e incluso operadores humanos.

lunes, 14 de julio de 2008

Clasificación de los accidentes atendiendo a sus consecuencias para la salud

Los accidentes ambientales engloban una amplia gama de sucesos que se producen en las más variadas circunstancias. Se percibe o se sospecha su existencia en primer lugar por cambios ambientales o por la aparición de una enfermedad. En ambos casos, la evidencia (o sospecha) de que “algo puede haber salido mal” puede surgir repentinamente [como el incendio en el almacén de Sandoz en Schweizerhalle, Suiza, en 1986 o la epidemia de lo que luego se denominó “síndrome del aceite tóxico” (SAT) en España en 1981] o de forma soterrada (excesos de mesotelioma tras exposición ambiental —no en el trabajo— a amianto en Wittenoom, Australia). En todos los casos, hay algún momento en que no se halla respuesta a los dos interrogantes fundamentales: ¿Qué consecuencias para la salud se han produ- cido hasta ahora? y ¿qué es previsible que ocurra?
Al evaluar la repercusión de un accidente sobre la salud humana, pueden interactuar tres tipos de factores:

1. el agente o agentes liberados, sus propiedades peligrosas y el riesgo creado por su escape;
2. la experiencia personal de la catástrofe,
3. las medidas de respuesta (Bertazzi 1991).



Puede ser difícil determinar la naturaleza y magnitud del escape, así como la capacidad del material para entrar en los distintos componentes del entorno humano, como la cadena alimentaria o el suministro de agua. Veinte años después del accidente, la cantidad de 2,3,7,8-TCDD liberado en Seveso el 10 de julio de 1976 sigue siendo objeto de controversia. Además, dados los escasos conocimientos sobre la toxicidad de este compuesto, cualquier predicción de riesgo en los días que siguieron el accidente era necesariamente discutible.
La experiencia personal de la catástrofe consiste en el miedo, la ansiedad y el sufrimiento (Ursano, McCaughey y Fullerton 1994) provocados por el accidente, independientemente de la naturaleza del peligro y del riesgo real. Se incluyen tanto cambios conscientes del comportamiento, no necesariamente justificados (como la disminución de la tasa de nacimientos en muchos países europeos occidentales en 1987, tras el accidente de Chernóbil), como condiciones psicogénicas (como síntomas de inquietud en los escolares y soldados israelíes tras el escape de sulfuro de hidrógeno de una letrina defectuosa en un colegio de la orilla occidental del Jordán en 1981). En la actitud ante el accidente influyen también factores subjetivos: en Love Canal, por ejemplo, los padres jóvenes, con poca experiencia de contacto con sustancias químicas en el lugar de trabajo, eran más favorables a evacuar la zona que los padres mayores con hijos ya crecidos.
Por último, un accidente puede tener una repercusión indirecta sobre la salud de las personas expuestas, bien sea por crear peligros adicionales (la inquietud asociada a la evacuación) o, paradójicamente, por generar efectos potencialmente beneficiosos (como el abandono del hábito del tabaco a consecuencia del contacto con los profesionales de la salud).

domingo, 13 de julio de 2008

ACTIVIDADES POSTERIORES A LAS CATASTROFES

Benedetto Terracini y Ursula Ackermann-Liebrich
Los accidentes industriales pueden afectar a los trabajadores expuestos en el lugar de trabajo y a la población cercana a la fábrica en que se produce el accidente. Si el accidente es contaminante, es probable que la población afectada sea incomparablemente mayor que el número de trabajadores, lo que plantea complejos problemas logísticos. En este artículo se abordan dichos problemas, así como los ocasionados por los accidentes agrarios.
Entre los motivos para cuantificar los efectos de un accidente sobre la salud podemos citar los siguientes:
• la necesidad de garantizar que todas las personas expuestas han recibido atención médica (independientemente de que todas ellas requiriesen tratamiento). La atención médica puede consistir en la detección y mitigación de consecuencias adversas clínicamente reconocibles (si las hay), y en la aplicación de medios para prevenir posibles efectos y complicaciones posteriores. Es una tarea obligatoria cuando se produce un accidente en una fábrica, en cuyo caso se sabrá exacta- mente el número e identidad de las personas que trabajan en ella y se podrá efectuar un seguimiento completo;

• la necesidad de identificar a las personas con derecho a una compensación por los efectos del accidente. Es necesario clasificar a los pacientes en función de la gravedad de su enfermedad y de las probabilidades de que ésta haya sido causada por la catástrofe;
• la adquisición de conocimientos sobre la patogénesis de las enfermedades en el ser humano,
• el interés científico de descifrar los mecanismos de la toxicidad en el ser humano, incluidos aspectos que pueden contribuir a una reevaluación, para una exposición dada, de las dosis consi- deradas “seguras” en el ser humano.


sábado, 12 de julio de 2008

Oftalmia venenosa causada por elápidos “escupidores”

Los pacientes “escupidos” por este tipo de elápidos experimentan dolor intenso en los ojos, conjuntivitis, blefarospasmo, edema palpebral y leucorrea. En más de la mitad de los pacientes escupidos por N. nigricollis se observan erosiones en la córnea. Rara vez, el veneno es absorbido en la cámara anterior, causando hipopión y uveitis anterior. La infección secundaria a las erosiones corneales puede producir opacidades permanentes que dificultan la visión o panoftalmitis.

viernes, 11 de julio de 2008

Elápidos (cobras, búngaros, mambas, serpientes de coral y serpientes venenosas australianas)

Las mordeduras de búngaros, mambas, serpientes de coral y algunas cobras (p. ej., Naja haje y N. nivea) producen efectos locales mínimos, mientras que las mordeduras de las cobras escupidoras africanas (N. nigricollis, N. mossambica, etc.) y las cobras asiáticas (N. naja, N. kaouthia, N. sumatrana, etc.) causan inflamación local dolorosa que puede ser extensa, formar cardenales o producir necrosis superficial.
Entre los síntomas neurotóxicos iniciales, antes de que se presenten síntomas neurológicos objetivos, figuran: vómitos, “pesadez” de los párpados, visión borrosa, fasciculaciones, parestesia alrededor de la boca, hiperacusia, cefalea, desvanecimiento, vértigo, hipersalivación, congestión de la conjuntiva y “piel de gallina”. La parálisis se inicia como ptosis y oftalmoplejia externa y aparece ya a los 15 minutos de la mordedura, aunque algunas veces tarda diez o más horas en presentarse.

Posteriormente, el rostro, el paladar, las mandíbulas, la lengua, las cuerdas bucales, los músculos del cuello y los músculos de la deglución sufren parálisis progresiva. La obstrucción de las vías respiratorias puede originar una insuficiencia respiratoria en esta etapa, o posteriormente con parálisis de los músculos inter- costales, el diafragma y los músculos accesorios de la respiración. Los efectos neurotóxicos son totalmente reversibles, ya sea de forma inmediata en respuesta a la administración de antídoto o de anticolinesterasas (p. ej., tras la mordedura de cobras asiáticas, de algunas serpientes de coral de América Latina (Micrurus), y víboras de la muerte australianas (Acanthophis)) o por remisión espontánea en el plazo de entre uno y siete días.
El envenenamiento causado por serpientes australianas produce vómitos inmediatos, cefalea, síncope, neurotoxicidad, trastornos hemostáticos y, con algunas especies, cambios en el ECG, rabdomiólisis generalizada e insuficiencia renal. La dilatación dolorosa de los ganglios linfáticos regionales indica que el envenenamiento sistémico es inminente, pero por lo común los síntomas locales no existen o son leves excepto tras la morddura de las especies de Pseudechis.

jueves, 10 de julio de 2008

PREVENCION DE LOS PELIGROS PROFESIONALES A GRANDES

Walter Dümmer

El trabajo a grandes altitudes produce distintas respuestas biológicas que se exponen en otras secciones de este capítulo. La respuesta de la hiperventilación a la altura debe traer consigo un aumento importante de la dosis total de sustancias peligrosas que puede inhalar por la persona sometida a una exposición profe- sional, en comparación con la que trabaja, en condiciones similares, al nivel del mar. Por tanto, se deduce que los límites de exposición de 8 horas, utilizados como referencia para calcular la exposición, deben reducirse. Por ejemplo, en Chile se observó que la progresión de la silicosis es más rápida en las minas situadas en grandes altitudes, lo que llevó a reducir el tiempo de exposición permitido de forma proporcional a la presión baromé- trica del puesto de trabajo, calculada en mg/m3. Si bien esta medida puede suponer una corrección excesiva en altitudes inter- medias, el error siempre jugará a favor del trabajador expuesto. Por otra parte, los valores límite umbral (TLV) expresados como partes por millón (ppm) no requieren ajustes, ya que tanto la proporción de contaminante por mol de oxígeno del aire como el número de moles de oxígeno que precisa el trabajador perma- necen prácticamente constantes con las diferentes altitudes, aunque el volumen de aire que contiene un mol de oxígeno varíe con la altitud.
A fin de comprobar la veracidad de esta afirmación, el método de medición aplicado a la determinación de las concentraciones en ppm debe ser verdaderamente volumétrico, como ocurre con el aparato de Orsat o con los Bacharach Fyrite. Los tubos colorimétricos calibrados para leer en ppm no proporcionan mediciones verdaderamente volumétricas, ya que las marcas del tubo se deben, en realidad, a la reacción química que se produce entre el contaminante y algún reactivo contenido en ellos. Como en cualquier otra reacción química, las sustancias se combinan en proporción con el número de moles presentes, no en proporción con los volúmenes. La bomba manual de extracción de aire introduce un volumen constante de aire constante en el tubo, con independencia de la altitud. A gran altura, este volumen contendrá una masa menor de contaminante y la lectura será inferior a la concentración volumétrica real en ppm (Leichnitz 1977). Las lecturas se corrigen multiplicando el valor medido por la presión barométrica al nivel del mar y dividiendo el resultado por la presión barométrica en el sitio en que se hace el muestreo, usando las mismas unidades (torr o mbar) para ambas presiones.

miércoles, 9 de julio de 2008

Edema cerebral de las grandes alturas

Se trata de una complicación que puede ser muy grave y es una indicación para el descenso inmediato. Mientras se espera la evacuación, hay que administrar oxígeno o situar al paciente en una zona hiperbárica. También debe administrarse dexametasona, a una dosis inicial de 8 mg seguida de 4 mg cada seis horas. Como se señaló anteriormente, las personas que desarrollan una enfermedad aguda de la montaña, un edema pulmonar de las grandes altitudes o un edema cerebral de las grandes altitudes tienden a sufrir recidivas cuando vuelven a ascender. Por tanto, si un trabajador desarrolla cualquiera de estos trastornos, debe intentarse buscar otro empleo para él a una altitud menor.

martes, 8 de julio de 2008

Gestión de primeros auxilios: Salvamento y reanimación

El salvamento es necesario en algunos trabajadores hiperbáricos que desarrollan una enfermedad por descompresión; sobre todo en el caso de los buzos. El salvamento implica su traslado a una plataforma o campana de buceo o a la superficie. Es necesario elaborar determinadas técnicas de salvamento y practicarlas para que puedan aplicarse con éxito. En general, el salvamento de los buzos en el mar se realiza en posición horizontal. La razón es evitar posibles descensos letales del gasto cardíaco al exponer nuevamente al sujeto a la gravedad, ya que durante cualquier inmersión hay una pérdida progresiva de volumen sanguíneo que coincide con el desplazamiento de la sangre de la periferia hacia el tórax, con la diuresis consecuente. La posición horizontal debe mantenerse hasta que el submarinista esté, en caso necesario, en la cámara de recompresión.
Para la reanimación de un submarinista lesionado se siguen las mismas pautas que para cualquier otra reanimación. Es importante señalar, sin embargo, que la reanimación de un individuo hipotérmico debe continuar al menos hasta que se recupere la temperatura corporal. No existen pruebas de la eficacia de la reanimación en el agua de un submarinista lesionado. En general, lo mejor para el submarinista es el salvamento para trasladarlo a tierra o a una plataforma o campana de buceo.

lunes, 7 de julio de 2008

Presentación clínica de los trastornos por descompresión: Clasificación

Hasta hace poco tiempo, los trastornos de descompresión se clasificaban como:

• barotrauma;
• embolia cerebral por gases arteriales,
• síndrome de descompresión.

El síndrome de descompresión se subdividía en: tipo 1 (dolor, comezón, tumefacción y erupción cutánea); tipo 2 (todas las demás manifestaciones), y tipo 3 (manifestaciones tanto de embolia cerebral por gases arteriales como de síndrome de descompresión). Este sistema de clasificación surgió de un análisis de los resultados obtenidos con trabajadores de cajones de aire comprimido que utilizaban nuevos programas de descompresión. Actualmente, sin embargo, este sistema ha sido sustituido, ya que no es discriminatorio ni pronóstico y debido a que la concordancia en el diagnóstico entre varios médicos con experiencia es baja. La nueva clasificación de las enfermedades por descompresión reconoce la dificultad de distinguir entre una embolia cerebral por gases arteriales y el malestar por descompresión cerebral, así como entre los tres tipos de síndrome de descompresión. Todas las enfermedades por descompresión se clasifican actualmente como tales, según se indica en la Tabla 36.2. Su denominación va precedida de una descripción, en primer lugar, de la naturaleza de la enfermedad, del progreso de los síntomas, en segundo, y finalmente de una lista de los sistemas orgánicos en los que se manifiestan los síntomas (no se hacen suposiciones sobre la patología subyacente). Por ejemplo, un submarinista puede tener una enfermedad por descompresión de tipo neurológico agudo progresivo. En la clasificación completa de las enfermedades por descompresión se incluye un comentario sobre la presencia o ausencia de barotrauma y la carga de gas inerte probable. Estos dos factores son importantes tanto para el tratamiento como para determinar la posibilidad de que el paciente se reincorpore al trabajo.

jueves, 3 de julio de 2008

Fuentes de ignición

La energía calorífica puede clasificarse en cuatro categorías básicas según su origen (Sax, 1979):

1. energía calorífica generada por reacciones químicas (oxidación, combustión, disolución, calentamiento espontáneo, descomposición, etc.);
2. energía calorífica eléctrica (por resistencia, inducción, arco, chispas eléctricas, descargas electrostáticas, rayos, etc.);
3. energía calorífica mecánica (por fricción, chispas por fricción),
4. calor generado por descomposición nuclear.
A continuación se estudian las fuentes de ignición más frecuentes.

miércoles, 2 de julio de 2008

Supresión o reducción de la generación de cargas electrostáticas

Es la primera medida que debe emprenderse en la prevención electrostática, porque es la única medida preventiva que elimina el problema en su origen. Pero, como se ha descrito antes, las cargas se generan siempre que dos materiales, uno de los cuales como mínimo es aislante, entran en contacto y a continuación se separan. En la práctica, puede haber generación de carga incluso por contacto y separación de un material consigo mismo. En realidad, la generación de carga afecta a las capas superficiales de los materiales. Como la más ligera diferencia de humedad super- ficial o contaminación superficial da lugar a la generación de cargas estáticas, es imposible impedir por completo la generación de cargas.
Para reducir la cantidad de cargas generadas por superficies que entran en contacto, es preciso:

• Evitar que los materiales entren en contacto mutuo si tienen afinidades electrónicas muy diferentes; es decir, si están muy separados en la serie triboeléctrica. Por ejemplo, evitar el contacto entre vidrio y Teflon (PTFE), o entre PVC y polia- mida (nailon) (véase la Tabla 40.3).
• Reducir la tasa de flujo entre materiales, con lo cual disminuye la velocidad de deslizamiento entre materiales sólidos. Por ejemplo, puede reducirse el ritmo de extrusión de películas plásticas, del movimiento de materiales colocados en una cinta transportadora o el caudal de líquidos en una tubería.



No se han establecido límites definitivos de seguridad para medidas de caudal. La norma británica BS-5958- Parte 2 Code of Practice for Control of Undesirable Static Electricity recomienda que el producto de la velocidad (en metros per segundo) y el diámetro de la tubería (en metros) sea inferior a 0,38 para líquidos con conductividades menores que 5 pS/m (en picosiemens por metro) y menor que 0,5 para líquidos con conductividades superiores a 5 pS/m. Tal criterio sólo es válido para líquidos de una sola fase transportados a velocidades no superiores a 7 m/s.
Debe ponerse de relieve que al reducir la velocidad de desliza- miento o de flujo no sólo se disminuye la generación de cargas, sino que también se ayuda a disipar cargas que pudieran haberse generado. Y es así porque al disminuir las velocidades de circulación resultan tiempos de permanencia mayores que los asociados a las zonas de relajación, donde los caudales se reducen por estrategias, como aumentar el diámetro de las tube- rías, lo cual, a su vez, incrementa la puesta a tierra.

martes, 1 de julio de 2008

Mantenimiento y supervisión: Conclusión

Hasta ahora, el esfuerzo internacional para la preparación de las catástrofes ha sido relativamente pequeño en comparación con las medidas paliativas; sin embargo, aunque la inversión en protección contra catástrofes es costosa, existe un amplio corpus de conocimientos científicos y técnicos disponible que, correctamente aplicado, podría marcar una gran diferencia en las consecuencias de las catástrofes sobre la salud y la economía en todos los países.