miércoles, 31 de diciembre de 2008

Polvo

Por su estado físico, el polvo se considera un material sólido, pero sus propiedades físicas y químicas difieren de las del mismo material en forma compacta. Es sabido que muchos accidentes indus- triales y catástrofes están provocados por explosiones de polvo. Materiales que no son combustibles en su estado normal, como los metales, pueden originar una explosión cuando se encuentran en forma de polvo mezclado con aire y se les aplica una fuente de ignición, incluso de baja energía. El peligro de una explosión existe igualmente en el caso de polvo de materiales combustibles. El polvo representa un peligro de explosión no sólo cuando flota en el aire, sino también cuando está sedimentado. Entre las capas de polvo puede acumularse el calor y desarrollarse una combustión lenta en su interior debido a un aumento de la capacidad de reacción de las partículas y a su menor conductividad térmica. Entonces, el polvo puede ser agitado por ráfagas, lo que aumenta las posibilidades de explosión.
Los partículas flotantes en una distribución fina suponen un riesgo aún más grave. Para los polvos, al igual que para los gases y los vapores combustibles, existe un rango especial de concen- tración aire-polvo en el que puede producirse una explosión. Los límites superior e inferior de la concentración explosiva y la amplitud del rango de concentración dependen del tamaño y la distribución de las partículas. Si la concentración de polvo es superior a la concentración máxima necesaria para producir una explosión, una parte del polvo no será destruida por el incendio y absorberá el calor; en consecuencia, la presión de explosión desarrollada se mantendrá por debajo del máximo. El contenido de humedad del aire también influye en las posibilidades de explosión, ya que la temperatura de ignición de la nube de polvo aumentará en función de la cantidad de calor necesaria para evaporar la humedad. Cuando se mezcla un polvo inerte extraño con una nube de polvo, se reduce la explosividad de la mezcla polvo-aire. El efecto es el mismo cuando se mezclan gases inertes con la mezcla de polvo-aire, pues se reduce la concentración de oxígeno necesaria para la combustión.
La experiencia demuestra que todas las fuentes de ignición, incluso las de energía mínima, pueden provocar la ignición de una nube de polvo (llama abierta, arco eléctrico, chispa mecánica o electrostática, superficie caliente, etc.). Según los resultados obtenidos en el laboratorio, los requisitos de energía para la ignición de nubes de polvo son entre 20 y 40 veces mayores que para las mezclas de vapor combustible y aire.
Los factores que influyen en el peligro de explosión de polvo sedimentado son las características físicas y térmicas de la capa de polvo, la temperatura de calentamiento al rojo del polvo y las propiedades de ignición de los productos de descomposición liberados por la capa de polvo.

martes, 30 de diciembre de 2008

Plásticos y cauchos

Los plásticos son compuestos orgánicos macromoleculares fabricados sintéticamente o mediante la modificación de materiales naturales. La estructura y forma de estos materiales macromoleculares, que son el resultado de reacciones de polimerización, poliadición o policondensación, influye considerablemente en sus propiedades. Las cadenas moleculares de los termoplásticos (poliamidas, policarbonatos, poliésteres, poliestireno, cloruro de polivinilo, polimetiletacrilato, etc.) son lineales o ramificadas, los elastómeros (neopreno, polisulfuros, isopreno, etc.) presentan ligeros enlaces cruzados, mientras que los plásticos termoendu- recidos (duroplásticos: polialquilos, resinas epoxi, poliuretanos, etc.) presentan fuertes enlaces cruzados.
El caucho natural se utiliza en la industria del mismo nombre como materia prima, y se somete a un proceso de vulcanización. Los cauchos artificiales, cuya estructura es similar a la del caucho natural, son polímeros y copolímeros del butadieno.
El uso de los productos plásticos y del caucho es cada vez más frecuente en todos los campos de la vida cotidiana. La gran variedad y las excelentes propiedades técnicas de estos mate- riales permiten su aplicación a áreas tan diversas como estruc- turas de edificios, mobiliario, ropas, mercancías y piezas para vehículos y maquinaria.
Normalmente, los plásticos y el caucho, al igual que los materiales orgánicos, se consideran materiales combustibles. Para analizar su comportamiento en un incendio se utilizan una serie de parámetros que pueden determinarse con métodos espe- ciales. Teniendo en cuenta esos parámetros (combustibilidad, capacidad de ignición, capacidad de producción de humos, propensión a la producción de gases tóxicos y al goteo en la combustión), se definen sus ámbitos de aplicación y se establecen las condiciones de seguridad necesarias frente a incendios.
En muchos casos, la temperatura de ignición de los plásticos es superior a la de la madera u otros materiales, pero la mayoría de las veces éstos entran en ignición con mayor facilidad y su combustión se realiza con más rapidez e intensidad. Los incen- dios de materiales plásticos suelen ir acompañados de un desagradable fenómeno de liberación de grandes cantidades de un humo muy denso que puede limitar fuertemente la visibilidad y dar lugar a gases tóxicos (ácido clorhídrico, fosgeno, monóxido de carbono, cianuro de hidrógeno, gases nitrosos, etc.). Los materiales termoplásticos se funden durante la combustión, después se fluidifican y, según su ubicación, (p. ej., si se encuen- tran en o sobre un techo) producen goteo en la zona de combus- tión y pueden provocar la ignición de los materiales combustibles que se encuentran debajo de ellos.
La optimización de las características de combustión es un problema complejo y un “tema clave” de la química de los plásticos. Los agentes ignífugos inhiben la combustibilidad, la igni- ción es más lenta, la velocidad de combustión disminuye y la propagación de la llama se hace más lenta pero, por otro lado, aumentan la cantidad y densidad del humo y la mezcla de gas producida es más tóxica.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Normas europeas y americanas para la operación de instalaciones eléctricas

La norma europea EN 50110-1, Operación de Instalaciones Eléctricas (1994a), preparada por la Task Force 63-3 del CENELEC, es el documento básico que se aplica a la operación de instalaciones eléctricas y a las actividades de trabajo en ellas, con ellas o cerca de las mismas. La norma establece los requisitos mínimos para todos los países del CENELEC; las normas nacionales adicionales se describen en subpartes separadas de la norma (EN 50110-2).
La norma se aplica a instalaciones diseñadas para la generación, transmisión, conversión, distribución y utilización de energía eléctrica, y para la operación a los niveles de tensión habituales. Aunque las instalaciones típicas trabajan a tensiones bajas, la norma se aplica también a instalaciones de muy baja y de alta tensión. Las instalaciones pueden ser permanentes y fijas (p. ej., instalaciones de distribución en fábricas o edificios de oficinas) o móviles.
En la norma se especifican los procedimientos de operación y mantenimiento seguros para el trabajo en instalaciones eléctricas o cerca de las mismas. Entre las actividades de trabajo aplicables se incluyen las de trabajo no eléctrico, como la construcción junto a líneas aéreas o cables subterráneos, además de todos los tipos de trabajo eléctrico. Determinadas instalaciones eléctricas, como las existentes a bordo de aviones y barcos, no están sujetas a la norma.
La norma equivalente en Estados Unidos es el National Electrical Safety Code (NESC), del American National Standards Institute (1990). El NESC se aplica a instalaciones y funciones de suministro de servicios públicos desde el punto de generación de electricidad y señales de comunicación, pasando por la malla de transmisión, hasta el punto de suministro a las instalaciones del cliente. Determinadas instalaciones, como las existentes en minas y barcos, no están sujetas al NESC. Las directrices del NESC se han ideado para garantizar la seguridad de los trabajadores dedicados a la instalación, el funcionamiento o el manteni- miento de líneas de suministro eléctrico y de comunicación y sus equipos asociados. Tales directrices constituyen la norma mínima aceptable de seguridad profesional y pública en las condiciones especificadas. La norma no pretende ser una especificación de diseño o un manual de instrucciones. En el aspecto formal, el NESC tiene que ser considerado una norma nacional de seguridad aplicable en Estados Unidos.
Las reglas extensivas de las normas europeas y americanas sustentan la realización segura de trabajos en instalaciones eléctricas.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Normas y reglamentos

El entramado de normas y reglamentos internacionales se ilustra en la Figura 40.3 (Winckler 1994). Las filas corresponden al ámbito geográfico de las normas, mundial (internacional), continental (regional) o nacional, mientras que las columnas corresponden a los campos de aplicación de las normas. La CEI y la Organización Internacional de Normalización (ISO) comparten ambas una estructura superior, el Grupo Coordinador Mixto de Presidentes (JPCG); el equivalente europeo es el Grupo Mixto de Presidentes (JPG).
Cada organismo de normalización mantiene reuniones periódicas internacionales. La composición de los distintos organismos refleja el desarrollo de la normalización.
El Comité Europeo de Normalización Electrotécnica (CENELEC) fue creado en 1957 por los comités de ingeniería eléctrica de los países firmantes del Tratado de Roma que estableció la Comunidad Económica Europea. A los seis miembros fundadores se sumaron después los miembros de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC), y CENELEC en su forma actual data del 13 de febrero de 1972.
En contraste con la Comisión Electrotécnica Internacional
(CEI), el CENELEC se centra en la implantación de normas internacionales en los países miembros y no en la creación de nuevas normas. Tiene particular importancia recordar que mientras la adopción de normas de la CEI por los países miem- bros es voluntaria, la adopción de normas y reglamentos del CENELEC es obligatoria en la Unión Europea. Más del 90 % de las normas del CENELEC han derivado de normas de la CEI, y más del 70 % de ellas son idénticas. La influencia del CENELEC ha atraído también el interés de los países de Europa oriental, la mayoría de los cuales se convirtieron en miembros afiliados en 1991.













La Asociación Internacional de Ensayos y Materiales, precur- sora de la ISO, como se conoce en la actualidad, fue fundada en 1886 y mantuvo su actividad hasta la primera Guerra Mundial, tras la cual dejó de funcionar como asociación internacional. Algunas organizaciones nacionales sobrevivieron, como la American Society for Testing and Materials (ASTM). En 1926 se fundó en Nueva York la Asociación Internacional de Norma- lización (ISA), que mantuvo actividad hasta la segunda Guerra Mundial. La ISA fue reemplazada en 1946 por la ISO, que es responsable de todos los campos excepto los de ingeniería eléctrica y telecomunicaciones. El Comité Europeo de Normalización (CEN) es el equivalente europeo de la ISO y tiene la misma función que el CENELEC, aunque sólo el 40 % de las normas CEN se derivan de normas ISO.
La cada vez mayor consolidación económica internacional crea la necesidad de bases de datos técnicos comunes en el campo de la normalización. Se trata de un proceso que está en curso en varias partes del mundo, y es probable que haga evolu- cionar nuevos organismos de normalización extraeuropeos. CANENA es un organismo regional de normalización creado por los países del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) (Canadá, México y Estados Unidos). El cableado de edificios en EE UU se rige por el National Electrical Code, ANSI/NFPA 70-1996. Esta norma se aplica también en otros países de América del Norte y del Sur. Define los requisitos de la instalación de cableados en locales desde el punto de conexión hasta el sistema de suministro eléctrico. Abarca la instalación de conductores y equipo eléctrico dentro o sobre edificios públicos y privados, incluidas casas móviles, vehículos recreativos y edificios flotantes, parques de materiales, parques de atracciones, estacionamientos y otros solares, y subestaciones industriales. No ampara instalaciones en barcos ni embarcaciones que no sean edificios flotantes: material rodante, aviones o vehículos de auto- moción. El National Electric Code no es aplicable a otros campos que estén ya regulados por el National Electrical Security Code, como las instalaciones de equipos del servicio público de comunicaciones y las instalaciones de suministro de electricidad.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Disyuntores

Si bien los disyuntores se emplean desde hace mucho tiempo en circuitos de alta tensión con grandes capacidades de corriente, ha venido aumentando su utilización en muchas otras clases de circuitos. Existen numerosos tipos, que ofrecen opciones de armado inmediato y retardado y operación manual o automática. Los disyuntores se clasifican en dos categorías generales: térmicos y magnéticos.
Los disyuntores térmicos únicamente reaccionan frente a la subida de temperatura. Por lo tanto, las variaciones de la temperatura ambiente del disyuntores afectará al punto en que el disyuntor se dispare.
Los disyuntores magnéticos, por el contrario, sólo reaccionan ante la cantidad de corriente que pasa por el circuito. Es un tipo de disyuntor más adecuado para los casos en que existan fluc- tuaciones amplias de la temperatura que exigirían sobredimensionar el disyuntor, o cuando el disyuntor se dispara con frecuencia.
En el caso de contacto con líneas que transporten mucha corriente, los circuitos de protección no impiden lesiones personales ni daños al equipo, puesto que se diseñan para proteger únicamente líneas y sistemas de transporte de energía del paso excesivo de corriente provocado por fallos.
Debido a la resistencia del contacto con tierra, la corriente que atraviesa un objeto que está en contacto al mismo tiempo con la línea y tierra será en general menor que la corriente de disparo. Las corrientes de defecto atravesando el cuerpo humano deben reducirse en mayor grado por la resistencia del cuerpo mientras no llegue a disparar el disyuntor, por lo que son extremadamente peligrosas. En la práctica, es casi imposible diseñar un sistema de transporte de energía que impida lesiones corporales o daños a cualquier objeto que toque las líneas de transporte sin que éstas dejen de ser un sistema útil de transmi- sión de energía, puesto que los umbrales de disparo de los dispositivos de protección de los circuitos que interesan están muy por encima del nivel de peligro para el hombre.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Tornados: Formación y pautas de incidencia

Los tornados se forman cuando capas de aire de diferente temperatura, densidad y velocidad se combinan para producir pode- rosas corrientes ascendentes que forman inmensas nubes del tipo cúmulonimbos; éstas se transforman en apretadas espirales que giran sobre su eje al ser empujadas por fuertes vientos transversales. Este vórtice arrastra hacia el interior de la nube más aire caliente, que hace que el sistema rote con mayor rapidez, hasta que del cúmulonimbo sale una nube en forma de embudo que encierra una fuerza explosiva (Understanding Science and Nature: Weather and Climate 1992). Un tornado medio tiene una trayectoria aproximada de 2 millas de largo y 50 yardas de ancho, y afecta en torno a 0,06 millas cuadradas, con una velocidad del viento de hasta 300 millas por hora. Los tornados se producen en zonas en que pueden chocar frentes cálidos y fríos, lo que genera unas condiciones inestables. Aunque las probabilidades de que un tornado afecte a una localidad concreta son extremadamente pequeñas (probabilidad de 0,0363), algunas zonas, como el Medio Oeste de Estados Unidos, son especialmente vulnerables.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Medidas de prevención y control, y necesidades de investigación

El número de muertos y heridos asociado con huracanes (tifones) ha descendido radicalmente en los últimos veinte años en las zonas en que se han implantado avanzados sistemas de alarma. Los pasos principales que hay que seguir para prevenir muertes y lesiones son los siguientes: identificar los datos meteorológicos previos que anuncian estas tormentas, y seguir su curso y su posible transformación en huracanes; dar la alarma con tiempo para permitir una evacuación inmediata, si es necesario; aplicar prácticas estrictas de ordenación del territorio y códigos rigurosos de construcción en zonas de alto riesgo, y elaborar planes de emergencia en este tipo de áreas para permitir una evacuación ordenada y disponer de refugios suficientes para los evacuados. Dado que se han estudiado en profundidad los factores meteorológicos que contribuyen a los huracanes, contamos con gran cantidad de información al respecto. Ahora bien, hacen falta más datos sobre la variación en incidencia e intensidad de los huracanes a lo largo del tiempo. Después de cada huracán debería evaluarse la eficacia de los planes de emergencia exis- tentes, y determinar si las construcciones protegidas contra la velocidad del viento están también protegidas contra los temporales.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Feliz Navidad: Factores de morbilidad y mortalidad

Aunque los vientos ocasionan grandes daños a los bienes, no son la causa del mayor número de muertes en un huracán. La mayor parte de las víctimas mueren ahogadas. La inundación que acom- paña a un huracán puede deberse a una lluvia intensa o al temporal. El Servicio meteorológico nacional de Estados Unidos (US National Weather Service) estima que los temporales causan nueve de cada diez muertes asociadas a los huracanes (Herbert y Taylor 1979). Los grupos profesionales a los que más intensamente afectan los huracanes (tifones) son los relacionados con el transporte marítimo (debido a la extrema agitación de los mares y a los grandes vientos); con el tendido eléctrico, a quienes se recurre para reparar líneas dañadas , con frecuencia en plena tormenta; bomberos y policías que intervienen en evacuaciones y en la protección de los bienes de los evacuados; y personal médico de emergencia. En la sección de inundaciones se contem- plan otros grupos profesionales.

martes, 23 de diciembre de 2008

Tratamiento de las reacciones al antídoto

La adrenalina (epinefrina) es un tratamiento eficaz para las reacciones inmediatas; a los adultos se les administra entre 0,5 y 1,0 ml de adrenalina al 0,1 % (1 en 1.000, 1 mg/ml) por vía subcutánea (en el caso de niños, 0,01 ml/kg) en el momento en que aparecen los primeros signos de una reacción. La dosis puede repetirse si la reacción no se controla. Para combatir los efectos de la histamina liberada durante la reacción, debe administrarse un antagonista antihistamina H1, como maleato de clorfenira- mina (10 mg en los adultos, 0,2 mg/kg en los niños) por vía intravenosa. Las reacciones pirogénicas se tratan enfriando al paciente y administrándole antipiréticos (paracetamol). Las reacciones tardías responden a un antihistamínico oral como clorfeniramina (2 mg cada seis horas en los adultos, 0,25 mg/kg/día en dosis divididas en los niños) o prednisolona oral (5 mg cada seis horas durante cinco o siete días en los adultos, 0,7 mg/kg/día en dosis divididas en los niños).

lunes, 22 de diciembre de 2008

Reacciones al antídoto

• Las reacciones inmediatas (anafilácticas) aparecen entre 10 y 180 minutos después de administrar el antídoto en el 3-84 % de los pacientes. La incidencia aumenta con la dosis y disminuye cuando se utiliza un antídoto altamente específico y la administración se realiza por vía intramuscular en lugar de intravenosa. Los síntomas consisten en picores, urticaria, tos, náuseas, vómitos, otras manifestaciones de estimulación del sistema nervioso autónomo, fiebre, taquicardia, broncoespasmo y shock. Muy pocas de estas reacciones pueden atribuirse a una hipersensibilidad adquirida de tipo I IgE mediada.

• Las reacciones pirogénicas se producen como consecuencia de la contaminación del antídoto con endotoxinas. Una o dos horas después del tratamiento aparecen fiebre, escalofríos, vasodilatación y descenso de la presión arterial. Los niños pueden sufrir convulsiones febriles.

• Las reacciones tardías de tipo enfermedad sérica (complejo inmune) pueden producirse a los 5-24 días (7 días como promedio) de la administración del antídoto. La incidencia de estas reacciones y la rapidez de su aparición aumentan con la dosis del antídoto. Las características clínicas son fiebre, prurito, urticaria, artralgia (que afecta también a la articulación temporomandibular), linfadenopatía, inflamación periarticular, mononeuritis múltiple, albuminuria y, rara vez, encefalopatía.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Respuesta al antídoto

Al poco tiempo de inyectar el antídoto puede producirse una considerable mejoría sintomática. En los pacientes en estado de shock, la presión arterial puede aumentar y es posible que recobren la consciencia (C. rhodostoma, V. berus, Bitis arietans). Los síntomas neurotóxicos pueden mejorar en el plazo de 30 minutos (especies de Acanthophis, N. kaouthia), aunque lo normal es que remitan al cabo de varias horas. La hemorragia sistémica espontánea suele interrumpirse al cabo de 15-30 minutos y la coagulabilidad de la sangre se recupera en las seis horas siguientes a la administración del antídoto siempre que se administre una dosis neutralizante. La dosis de antídoto debe aumentarse si los síntomas severos de envenenamiento persisten al cabo de una o dos horas o si no se restaura la coagulabilidad de la sangre en un plazo aproximado de seis horas. El envenenamiento sistémico puede reaparecer horas o días después de una respuesta inicialmente buena al antídoto y se explica por la absorción continua del veneno desde el lugar de su inyección y la eliminación del antídoto en la circulación sanguínea. Las vidas medias plasmáticas aparentes de los antídotos equinos F(ab)2 en los pacientes envenenados oscilan entre 26 y 95 horas. Por consiguiente, estos pacientes deben someterse a una evaluación diaria durante al menos tres o cuatro días.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

CALIDAD DEL AIRE INTERIOR: INTRODUCCION (III)

Otra cuestión de naturaleza diferente es la de las enfermedades relacionadas con los edificios, más graves aunque menos frecuentes, que van acompañadas de síntomas clínicos muy definidos y resultados de laboratorio claros. Algunos ejemplos de estas enfermedades son la neumonitis por hipersensibilidad, la fiebre del humidificador, la legionelosis y la fiebre de Pontiac. Una opinión bastante generalizada entre los investigadores es que estas enfermedades deben considerarse independientes del síndrome del edificio enfermo.
Se han llevado a cabo estudios para confirmar las causas de los problemas de calidad del aire y sus posibles soluciones. En los últimos años, el conocimiento de los contaminantes presentes en el aire interior y de los factores que contribuyen al deterioro de su calidad ha avanzado de forma considerable, aunque queda todavía mucho camino por recorrer. Los estudios realizados en los últimos 20 años han demostrado que la presencia de conta- minantes en muchos ambientes de interior es superior a la prevista y, además, se han identificado contaminantes diferentes
a los presentes en el aire exterior. Lo cual contradice la suposición de que los interiores sin actividad industrial carecen hasta cierto punto de contaminantes y que, en el peor de los casos, su composición podría ser equivalente a la del aire libre. Los conta- minantes como el radón y el formaldehído se identifican casi exclusivamente en el medio ambiente interior.
La calidad del aire interior, incluida la de las viviendas, se ha convertido en un problema de salud ambiental, como el control de la calidad del aire en el exterior o la exposición en el trabajo. Ahora bien, ya se ha comentado que una persona residente en un área urbana pasa entre el 58 y el 78 % de su tiempo en un medio ambiente de interior, y las personas más susceptibles (esto es, los ancianos, los niños pequeños y los enfermos) son las que más tiempo están en esas condiciones. Es un asunto que comenzó a preocupar a partir de 1973 cuando, debido a la crisis energética, los esfuerzos dirigidos a la conservación de energía se concentraron en la reducción de la entrada del aire exterior a los espacios interiores en la mayor medida posible, con el fin de disminuir los costes de calefacción y refrigeración de los edificios. Aunque no todos los problemas relacionados con la calidad del aire interior son consecuencia de medidas en materia de ahorro de energía, es evidente que conforme fue generalizán- dose ese principio, comenzaron a aumentar las quejas sobre la calidad del aire interior y a surgir todos los problemas.
Otro asunto digno de atención es la presencia de microorganismos en el aire interior, lo que puede causar problemas de carácter infeccioso y alérgico. No debe olvidarse que los microorganismos son un componente normal y esencial de los ecosis- temas. Por ejemplo, en el suelo y en la atmósfera suelen hallarse diversos hongos y bacterias saprófitos que se nutren de materia orgánica muerta del medio ambiente, los cuales se han detectado también en el medio ambiente de interiores. Los problemas de contaminación biológica en interiores han sido objeto de interés en los últimos años.
El brote de enfermedad del legionario de 1976 es el caso que más ha llamado la atención de una enfermedad causada por un microorganismo en el medio ambiente de interiores. Otros agentes infecciosos, como los virus que pueden causar enfermedades respiratorias agudas, también son detectables en interiores, especialmente si la densidad de ocupación es alta y existe una recirculación de aire importante. En realidad, no se conoce en qué medida los microorganismos o sus componentes están implicados en la aparición de enfermedades asociadas a los edificios. Se han desarrollado protocolos (sólo en cierta medida) para demostrar y analizar numerosos tipos de agentes microbianos, y aún así, la interpretación de los resultados es en ocasiones incoherente.

martes, 16 de diciembre de 2008

CALIDAD DEL AIRE INTERIOR: INTRODUCCION (II)

Existe otro punto de vista que considera a las personas como única fuente de contaminación del aire interior. Y no sería equi- vocado si estuviéramos tratando con materiales de construcción, muebles y sistemas de ventilación como los utilizados hace 50 años, cuando predominaban el ladrillo, la madera y el acero. Ahora bien, con los materiales modernos la situación ha cambiado. Todos los materiales generan contaminación, unos en pequeña y otros en gran cantidad, y juntos contribuyen al deterioro de la calidad del aire interior.
Los cambios en el estado de salud de una persona debidos a la mala calidad del aire interior pueden manifestarse en diversos síntomas agudos y crónicos así como en forma de diversas enfer- medades específicas. Todos ellos se ilustran en la Figura 44.1. Aunque los casos en que la mala calidad del aire interior da lugar al desarrollo completo de una enfermedad son pocos, puede causar malestar, estrés, absentismo laboral y pérdida de productividad (con aumentos paralelos de los costes de producción); además, las acusaciones sobre problemas relacionados con los edificios pueden generar rápidamente un conflicto entre los ocupantes, sus empresas y los propietarios de los edificios.
Por lo común resulta difícil establecer con precisión en qué medida la mala calidad del aire interior puede afectar a la salud, ya que no se dispone de suficiente información con respecto a la relación entre la exposición y el efecto a las concentraciones a las que suelen estar presentes los contaminantes. Por tanto, es necesario obtener información en condiciones de dosis elevadas
(como las de las exposiciones en el entorno industrial) y extrapolarla a dosis mucho más bajas con el margen de error correspondiente. Por otro lado, aunque se conocen bien los efectos de la exposición aguda a muchos contaminantes presentes en el aire, existen importantes lagunas en los datos relativos a las exposiciones a largo plazo a concentraciones bajas y a mezclas de diferentes contaminantes. Los conceptos de nivel sin efecto (NSE), efecto nocivo y efecto tolerable, confusos incluso en el ámbito de la toxicología industrial, son aquí aún más difíciles de definir. Se han realizado pocos estudios concluyentes sobre este tema, tanto relativos a edificios públicos y oficinas como a viviendas particulares.
Existen normas para la calidad del aire en el exterior establecidas con el fin de proteger a la población general. Se han obtenido determinando los efectos adversos sobre la salud debidos a la exposición a contaminantes en el medio ambiente. Son útiles como directrices generales para conseguir una calidad aceptable del aire interior; las propuestas por la Organización Mundial de la Salud son un ejemplo de estas normas. Se han establecido criterios técnicos [como el valor límite umbral de la conferencia Americana de Higienistas Industriales del Gobierno (American Conference of Governmental Industrial Hygienists, ACGIH) de Estados Unidos y los valores límite legalmente establecidos para ambientes industriales en diferentes países, para los trabajadores adultos y para duraciones especí- ficas de exposición que, por lo tanto, no pueden aplicarse directamente a la población general. La Sociedad Americana de Ingenieros de Calefacción, Refrigeración y Acondicionamiento del Aire (American Society of Heating, Refrigeration and Air Conditioning Engineers, ASHRAE) de Estados Unidos ha elaborado una serie de normas y recomendaciones, muy utilizadas para la valoración de la calidad del aire interior.
Otro aspecto que debe considerarse como parte de la calidad del aire interior es su olor, ya que éste suele ser el parámetro defini- torio. La combinación de un cierto olor con el leve efecto irritante de un compuesto en el aire de un interior puede conducirnos a definir su calidad como “fresca” y “limpia” o como “viciada” y
“contaminada”. Por consiguiente, el olor es muy importante al definir la calidad del aire interior. Aunque los olores dependen objetivamente de la presencia de compuestos en cantidades supe- riores a sus umbrales olfativos, a menudo se evalúan desde un punto de vista estrictamente subjetivo. Debe tenerse en cuenta que la percepción de un olor puede deberse a los olores de numerosos compuestos diferentes y que la temperatura y la humedad también pueden modificar sus características. Desde el punto de vista de la percepción, son cuatro las características que nos permiten definir y medir los olores: intensidad, calidad, tolerabilidad y umbral. Con todo, es muy difícil “medir” los olores desde un punto de vista químico en el aire interior. Por esa razón la tendencia es eliminar los olores “malos” y utilizar, en su lugar, los considerados buenos con el fin de dar al aire una calidad agra- dable. El enmascaramiento de los malos olores con otros agrada- bles suele fracasar, ya que pueden reconocerse por separado olores de muy diferentes calidades, y el resultado es imprevisible. Cuando más del 20 % de los ocupantes de un edificio se quejan de la calidad del aire o presentan síntomas claros se puede afirmar que existe el fenómeno conocido como síndrome del edificio enfermo. Se manifiesta en diversos problemas físicos y ambientales asociados a interiores no industriales. Los casos de síndrome del edificio enfermo suelen ir acompañados de las características siguientes: las personas afectadas presentan síntomas indeterminados, similares a los del resfriado común o a los de las enfermedades respiratorias; los edificios son eficientes en ahorro de la energía y tienen un diseño y una construcción modernos o han sido remodelados recientemente con mate- riales nuevos, y los ocupantes no pueden controlar la temperatura, la humedad ni la iluminación de su lugar de trabajo. La distribución porcentual estimada de las causas más frecuentes de síndrome del edificio enfermo es: ventilación insuficiente debida a falta de mantenimiento, distribución deficiente y entrada insuficiente de aire fresco (50 a 52 %); contaminación generada en el interior, como la producida por las máquinas de oficina, el humo del tabaco y los productos de limpieza (17 a 19 %); contamina- ción procedente del exterior del edificio debida a una disposición inadecuada de las entradas de aire y de los respiraderos de aspiración (11 %); contaminación microbiológica del agua estan- cada en los conductos del sistema de ventilación, humidificadores y torres de refrigeración (5 %), y formaldehído y otros compuestos orgánicos emitidos por los materiales de construcción y decoración (3 a 4 %). Por tanto, en la mayoría de los casos se cita la ventilación como importante causa originaria.

lunes, 15 de diciembre de 2008

CALIDAD DEL AIRE INTERIOR: INTRODUCCION (I)

La conexión entre el uso de un edificio como lugar de trabajo o vivienda y la aparición, en algunos casos, de molestias y síntomas que responden a la definición de una enfermedad es un hecho que ya no puede cuestionarse. La principal responsable es la contaminación de diversos tipos presente en el edificio, que suele denominarse “mala calidad del aire en interiores”. Los efectos adversos debidos a esa deficiente calidad del aire en espacios cerrados afecta a muchas personas, ya que se ha demostrado que los habitantes de las ciudades pasan entre el 58 y el 78 % de su tiempo en un ambiente interior que se encuentra contaminado en mayor o menor grado. Es un problema que se ha visto agravado por la construcción de edificios diseñados para ser más herméticos y que reciclan el aire con una proporción menor de aire fresco procedente del exterior con el fin de aumentar su rentabi- lidad energética. Actualmente se acepta de forma general que los edificios que carecen de ventilación natural presentan riesgo de exposición a contaminantes.
El término aire interior suele aplicarse a ambientes de interior no industriales: edificios de oficinas, edificios públicos (colegios, hospitales, teatros, restaurantes, etc.) y viviendas particulares. Las concentraciones de contaminantes en el aire interior de estas estructuras suelen ser de la misma magnitud que las encontradas habitualmente al aire exterior, y mucho menores que las exis- tentes en el medio ambiente industrial, donde se aplican normas relativamente bien conocidas con el fin de evaluar la calidad del aire. Aun así, muchos ocupantes de edificios se quejan de la calidad del aire que respiran, por lo que es necesario investigar esta situación. La calidad del aire interior comenzó a conside- rarse un problema a finales del decenio de 1960, aunque los primeros estudios no se llevaron a cabo hasta unos diez años después.
Aunque parecería lógico pensar que para que la calidad del aire sea buena, éste debe contener los componentes necesarios en proporciones apropiadas, en realidad es a través del usuario
(de su respiración), cómo mejor puede valorarse su calidad. La razón está en que el aire inhalado se percibe perfectamente a través de los sentidos, ya que el ser humano es sensible a los efectos olfativos e irritantes de cerca de medio millón de compuestos químicos. Por consiguiente, si los ocupantes de un edificio están todos satisfechos con el aire, se dice que éste es de alta calidad, y de mala calidad si sucede lo contrario. ¿Significa esto que es posible predecir cómo se percibirá el aire a partir de su composición? Sí, pero sólo en parte. Es un método que puede aplicarse a ambientes industriales, donde los compuestos químicos específicos relacionados con la producción se conocen, se determinan sus concentraciones y se comparan con valores límite umbral. Pero en edificios no industriales donde puede haber millares de sustancias químicas en el aire pero en concen- traciones tan bajas que, quizá, sean miles de veces menores que los límites establecidos para el medio ambiente industrial, la situación es diferente. En la mayoría de estos casos la información sobre la composición química del aire interior no nos permite predecir cómo se percibirá el aire, ya que el efecto conjunto de miles de estos contaminantes, junto con la temperatura y la humedad, pueden producir un aire que se percibe como irritante, viciado o enrarecido, es decir, de mala calidad. Algo parecido sucede con la composición detallada de un alimento y su sabor: el análisis químico es insuficiente para predecir si el alimento tendrá un sabor bueno o malo. Por este motivo, cuando se planifica un sistema de ventilación y su mantenimiento periódico, rara vez se requiere un análisis químico exhaustivo.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Efectos del trabajo por turnos sobre la salud: Trastornos cardiovasculares

Como se ilustra en la Tabla 43.2, Kristensen (1989) ha analizado los aspectos metodológicos y analíticos de los estudios de la frecuencia de los trastornos cardiovasculares. En la mayoría de los trabajos publicados a partir de 1978 se informa de un incremento de los trastornos cardiovasculares, sobre todo entre las personas que han abandonado el trabajo por turnos. Waterhouse y cols. (1992) descartan la posibilidad de negar absolutamente esta relación, según la opinión generalizada (Harrington 1978).

sábado, 13 de diciembre de 2008

Efectos del trabajo por turnos sobre la salud: Trastornos gastrointestinales.

El trabajo nocturno provoca alteraciones en el horario y la secuencia de las comidas. En efecto, durante la noche, el estómago no puede admitir, en cantidad ni calidad, una típica comida diurna. Por lo tanto, resulta comprensible que los trabajadores del turno de noche sufran inapetencia con mayor frecuencia que quienes trabajan de día y que los que no hacen turnos de noche, como afirman Rutenfranz y cols. (1981) sobre la base de un estudio de la literatura dedicada a la cuestión.
A largo plazo, los hábitos alimentarios irregulares pueden provocar molestias e incluso trastornos gastrointestinales. No obstante, es indudable que las causas de los síndromes gastrointestinales complejos son múltiples. No resulta fácil analizar estudios como el de Costa (1996), debido a las diferencias metodológicas. La mayoría de los hallazgos proceden de estudios transversales, es decir, de muestras de personas que actualmente trabajan por turnos. Por consiguiente, si algunos han abandonado el sistema de turnos por causa de problemas o enfermedades, la población restante está más o menos autoseleccionada (en lo que se denomina efecto del “trabajador saludable”). Esto hace que el estado de salud de un grupo de trabajadores por turnos pueda ser mejor que el de una muestra de trabajadores ubicados en el turno de día, sencillamente porque los problemas sociales y de salud han impulsado a algunos de los que antes trabajaban por turnos a pasarse al trabajo diurno y los que permanecen en los turnos son los más aptos para adaptarse.
En los estudios longitudinales, que son casi exclusivamente retrospectivos, los problemas de autoselección y de falta de seguimiento por exclusión son perfectamente conocidos. Por ejemplo, para la obtención de la muestra utilizada en el estudio de Leuliet (1963), la población de la encuesta se redujo práctica- mente a la mitad durante los doce años que duró el estudio. Al igual que ocurre con los estudios transversales, los efectos más serios se observan entre quienes, habiendo trabajado anterior- mente por turnos, se han pasado al trabajo de día por sus problemas de salud. Según Thiis-Evensen (1958), la úlcera péptica era dos veces más frecuente entre las personas que habían trabajado por turnos que entre los trabajadores diurnos.
Aanonsen (1964) y Angersbach y cols. (1980) observaron, respectivamente, que la frecuencia de úlcera péptica era dos y tres veces y media mayor entre quienes habían trabajado regular- mente por turnos, así como una reducción significativa de la frecuencia de las enfermedades gastrointestinales después de abandonar dicha modalidad.
Costa y cols. (1981) calcularon el intervalo de tiempo entre el comienzo del trabajo por turnos y el diagnóstico de la enfer- medad (Tabla 43.1). Al comparar grupos con diferentes horarios de trabajo, hallaron los menores intervalos medios (4,7 años) para la aparición de la gastroduodenitis entre los trabajadores adscritos permanentemente al turno de noche. Entre las personas que trabajaban de noche (esto es, los trabajadores que alternaban en los tres turnos y los dedicados exclusivamente al turno nocturno), la úlcera péptica se desarrollaba en intervalos de unos 5 años. En su revisión, Costa (1996) llega a la conclusión de que “existen elementos de juicio bastantes para afirmar que el trabajo por turnos es un factor de riesgo de trastornos y enfermedades gastrointestinales, en especial de úlcera péptica”
(Tabla 43.1).




viernes, 12 de diciembre de 2008

Efectos del trabajo por turnos sobre la salud

La mayoría de los problemas de salud que aquejan a las personas que trabajan por turnos se asocian a la calidad del sueño de que disfrutan durante el día después de un turno de noche y, en menor medida, al descanso anterior al inicio del turno de mañana. Como el funcionamiento de los ritmos circadianos es tal que el organismo está preparado para la actividad diurna y el reposo nocturno, al finalizar un turno de noche, el cuerpo no se encuentra, en general, perfectamente predispuesto para el sueño. También pueden influir otros factores. En efecto, la luz natural puede perturbar el sueño, y el nivel de ruidos es mayor durante el día que por la noche. Así, la mayoría de los trabajadores del turno de noche se quejan del ruido de los niños y del tráfico. Además, algunos trabajadores nocturnos interrumpen su descanso diurno para comer en familia, y otros deben reducir las horas de sueño para realizar las labores domésticas y cuidar de los hijos. En un estudio de una muestra de trabajadores nocturnos (Knauth 1983) se halló que la duración del reposo nocturno se había reducido a seis horas. Aunque existen acen- tuadas variaciones de una a otra persona, seis o menos horas de sueño son insuficientes para muchos seres humanos (Williams y cols. 1974). Específicamente, al cabo de numerosas jornadas consecutivas de trabajo nocturno, se suele producir un déficit acumulado de sueño que tiene repercusiones tanto en la producti- vidad como en la vida social (Naitoh y cols. 1974), así como en la posibilidad de un mayor riesgo de accidentes. Asimismo, diversos estudios electroencefalográficos han revelado que la calidad del sueño diurno también se resiente (Knauth 1983).
El déficit de sueño se puede producir al cabo de una semana de trabajo por turnos, tanto nocturno como matutino. La propensión a prolongar el sueño durante el fin de semana después de una semana de trabajo en el turno de mañana parece reflejar una mayor necesidad de reposo.
Hak y Kampmann (1981) estudiaron los fenómenos del sueño y la fatiga en los maquinistas ferroviarios. Cuanto antes empezaba el turno de mañana, más breve era el período de sueño del turno de noche precedente y más fatigados se sentían los maquinistas durante el turno matinal. Tanto Moors (1990) como Folkard y Barton (1993) confirmaron la disminución de las horas de sueño asociada al adelanto del comienzo del turno de mañana. Este fenómeno se puede explicar en parte por la presión del entorno familiar para retrasar la hora de retirarse a dormir y, en parte, por el “reloj biológico” que, en opinión de Lavie (1986), genera una “zona vedada” para el sueño, consistente en una franja de tiempo durante la cual la facilidad para conciliar el sueño se reduce drásticamente. Según esta última hipótesis, si el trabajador se acuesta antes porque el siguiente turno de mañana comienza más temprano, es posible que le cueste conciliar el sueño.


jueves, 11 de diciembre de 2008

Efectos de la sudoración (II)

Una deshidratación severa puede producir agotamiento porcalor y colapso circulatorio; en estas circunstancias, la persona es incapaz de mantener la presión arterial y la consecuencia es que pierde el conocimiento. Los síntomas del agotamiento por calor son cansancio generalizado, habitualmente con cefalea, atontamiento y náuseas. La principal causa del agotamiento por calor es el estrés circulatorio provocado por la pérdida hídrica del sistema vascular. La reducción del volumen sanguíneo activa una serie de reflejos que reducen la circulación a los intestinos y la piel. La disminución del flujo sanguíneo periférico agrava la situación, puesto que se reduce la pérdida de calor en la superficie y aumenta todavía más la temperatura interna. El individuo puede desvanecerse por una caída de la presión arterial y la consiguiente disminución del riego cerebral. Cuando la persona se tumba, aumenta el aporte sanguíneo al corazón y al cerebro y, una vez que se enfría y bebe algo de agua, se recupera de forma casi inmediata.
Si los procesos que causan el agotamiento por calor se “descontrolan”, la persona puede sufrir un golpe de calor. La reducción gradual de la circulación periférica hace que la temperatura aumente cada vez más y esto produce una reducción o incluso un bloqueo total de la sudoración y un aumento más rápido de la temperatura interna, que causa colapso circulatorio y puede provocar la muerte o lesiones cerebrales irreversibles. En los pacientes que han sufrido un golpe de calor se observan cambios en la sangre (como elevada osmolalidad, bajo pH, hipoxia, adherencia celular de los hematíes, coagulación intravascular) y daños en el sistema nervioso. El reducido aporte sanguíneo al intestino puede causar daños en los tejidos y la liberación de sustancias (endotoxinas) que provocan fiebre (Hales y Richards 1987). El golpe de calor es una urgencia médica aguda de posibles consecuencias fatales que se describe con más detalle en la sección sobre “trastornos produ- cidos por el calor”.
Además de la pérdida hídrica, la sudoración produce una pérdida de electrolitos, principalmente sodio (Na+ ) y cloro (Cl– ), aunque en menor medida también magnesio (Mg++), potasio (K+) y otros (véase la Tabla 42.1). El sudor contiene menos sal que los compartimientos de líquidos corporales, cuya concentración de sal aumenta con la excreción de sudor. Así se produce un efecto específico en la circulación, al afectar a la musculatura vascular lisa que controla el grado de dilatación de los vasos. Ahora bien, algunos investigadores han demostrado que interfiere con la capacidad de sudoración, de tal manera que se requiere una mayor temperatura corporal para estimular las glándulas sudoríparas: se reduce la sensibilidad de éstas
(Nielsen 1984). Si el sudor excretado se repone simplemente con agua, puede ocurrir que el contenido de cloruro sódico en el organismo sea menor que en estado normal (hipoosmótico).
El resultado es la aparición de calambres por una alteración del funcionamiento de los nervios y los músculos, un trastorno que antes se conocía como “calambres del minero” o “calambres del fogonero” y que puede prevenirse añadiendo sal a la dieta (en los años veinte en el Reino Unido se recomendaba beber cerveza como medida preventiva).
Tanto la menor circulación periférica como la actividad de las glándulas sudoríparas afectan a la regulación térmica y la pérdida de calor de tal manera que la temperatura interna del organismo aumenta más que en un estado de plena hidratación. En muchas profesiones diferentes, los trabajadores están expuestos a estrés por calor externo; por ejemplo, trabajadores de las plantas siderúrgicas, industrias del vidrio, papeleras, panaderías, industrias mineras. También los deshollinadores y los bomberos están expuestos a calor externo. Las personas que trabajan en espacios confinados como vehículos, buques y aviones pueden sufrir asimismo los efectos del calor. Los trabajadores que utilizan prendas protectoras o que realizan trabajos pesados con prendas impermeables pueden ser víctimas de agotamiento por calor incluso con unas temperaturas ambientales moderadas o frescas. Los efectos nocivos del estrés por calor se manifiestan cuando aumenta la temperatura interna del orga- nismo y se produce una intensa sudoración.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Efectos de la sudoración (I)

En ambientes térmicamente neutros y confortables se pierden pequeñas cantidades de agua por difusión a través de la piel. Con todo, cuando se realiza un trabajo intenso en condiciones de calor, las glándulas sudoríparas activas pueden excretar grandes cantidades de sudor, hasta más de 2 l/h durante varias horas. Incluso una pérdida de sudor de tan sólo el 1 % del peso corporal
( entre 600 y 700 ml) afecta considerablemente al rendimiento laboral, lo que se manifiesta en un aumento de la frecuencia cardíaca (FC) (la FC aumenta unos cinco latidos por minuto por cada 1 % de pérdida de agua corporal) y de la temperatura interna del organismo. Si el trabajo es continuado, se produce un aumento gradual de la temperatura corporal, que puede alcanzar un valor cercano a 40 ºC, una temperatura a la que probablemente se producirán trastornos por calor, debido en parte a la pérdida de líquido del sistema vascular (Figura 42.2). La pérdida de agua del plasma sanguíneo reduce la cantidad de sangre que llena las venas centrales y el corazón, de manera que, con cada latido, el corazón tiene que bombear un volumen sistólico más pequeño. Como consecuencia, el gasto cardíaco (la cantidad total de sangre que es expelida del corazón por minuto) tiende a redu- cirse y la frecuencia cardíaca tiene que aumentar para mantener la circulación y la presión arterial.



Un sistema de control fisiológico, llamado el sistema de reflejos de los barorreceptores, mantiene unos niveles normales del gasto cardíaco y la presión arterial en todas las condiciones. En estos reflejos participan receptores, sensores presentes en el corazón y el sistema arterial (aorta y arterias carótidas) que vigilan el grado de distensión del corazón y los vasos por la sangre que los llena. Los impulsos de estos sensores viajan a través de los nervios hasta el sistema nervioso central y desencadenan una serie de ajustes que, en caso de deshidratación, producen una constricción de los vasos sanguíneos y una reducción del flujo sanguíneo a las vísceras (hígado, intestino, riñones) y a la piel. De esa forma, el flujo sanguíneo disponible se redistribuye para favorecer la circulación hacia los músculos que están trabajando y el cerebro
(Rowell 1986).

martes, 9 de diciembre de 2008

EFECTOS DEL ESTRES POR CALOR Y TRABAJO EN AMBIENTES CALUROSOS

Cuando una persona se ve expuesta al calor, se activan los mecanismos fisiológicos de termolisis para mantener la temperaturanormal del organismo. Los flujos de calor entre el organismo y el medio ambiente dependen de la diferencia de temperatura entre:


1. el aire circundante y objetos como paredes, ventanas, el cielo, etc.,
2. la temperatura superficial de la persona


La temperatura superficial de la persona está regulada por meca- nismos fisiológicos, como variaciones en el flujo sanguíneo periférico y la evaporación del sudor secretado por las glándulas sudoríparas. Además, la persona puede cambiarse de ropa para influir en el intercambio de calor con el medio ambiente. Cuanto más calurosas sean las condiciones ambientales, menor será la diferencia entre la temperatura ambiente y la temperatura superficial de la piel o de la ropa. Con ello, el “intercambio de calor seco” por convección y radiación se reduce en ambientes cálidos comparado con los ambientes fríos. Cuando la temperatura ambiente es superior a la temperatura corporal periférica, el cuerpo absorbe calor de su entorno. En este caso, el calor absorbido, sumado al calor liberado por los procesos metabólicos, debe perderse mediante evaporación del sudor para mantener la temperatura corporal. Así, la evaporación del sudor adquiere una importancia cada vez mayor al aumentar la temperatura ambiente. Por este motivo la velocidad del aire y la humedad ambiental (presión parcial del vapor de agua) son factores ambientales críticos en ambientes calurosos. Cuando la humedad es alta, el cuerpo sigue produciendo sudor, pero la evaporación se reduce. El sudor que no puede evaporarse no tiene efecto de enfriamiento: resbala por el cuerpo y se desperdicia desde el punto de vista de la regulación térmica.
El cuerpo humano contiene aproximadamente un 60 % de agua, lo que supone entre 35 y 40 l en una persona adulta. Casi la tercera parte del agua corporal corresponde al líquido extracelular, que se distribuye entre las células y el sistema vascular (plasma sanguíneo). Los restantes dos tercios del agua corporal corresponden al líquido intracelular, que se encuentra en el interior de las células. La composición y el volumen de los compartimientos de agua corporal están sometidos a un estrecho control en el que intervienen mecanismos hormonales y neurológicos. El sudor es secretado por los millones de glándulas sudoríparas que se encuentran en la superficie de la piel cuando se activa el centro de la regulación térmica por un aumento de la temperatura corporal. El sudor contiene sal (NaCl, cloruro sódico), aunque en menor medida que el líquido extracelular. Por consiguiente, con el sudor se pierden agua y sal, que deben reponerse.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Escalofríos

defensa es el escalofrío, que consiste en una contracción aleatoria involuntaria de las fibras musculares superficiales, sin reducir la pérdida de calor pero aumentando su producción. Puesto que este tipo de contracciones no producen ningún trabajo, se libera calor. Una persona en reposo puede multiplicar por tres o cuatro su producción de calor metabólico con una tiritona intensa y aumentar así Tc en 0,5 ºC. Las señales para iniciar los escalofríos se originan principalmente en la piel y, además de los centros supra y preópticos de hipotálamo anterior, el hipotálamo posterior interviene también en cierta medida.
Aunque son muchos los factores que contribuyen a la aparición de escalofríos (y a la adaptación al frío en general), uno de los más importantes es la cantidad de grasa corporal. Un hombre con poca grasa subcutánea (entre 2 y 3 mm de espesor) comienza a sentir escalofríos al cabo de 40 min a 15 ºC y de 20 min a 10 ºC, mientras que un hombre con mayor cantidad de grasa aislante (11 mm) posiblemente no experimente escalofríos a 15 ºC y sólo al cabo de 60 min a 10 ºC (LeBlanc 1975).

domingo, 7 de diciembre de 2008

Metales

La práctica nos enseña que casi todos los metales, en las condiciones adecuadas, pueden entrar en combustión en el aire. Por su comportamiento en caso de incendio, el acero y el aluminio de gran espesor estructural se consideran materiales no combustibles. Sin embargo, el polvo de aluminio y de hierro y los algo- dones metálicos de fibra de metal fina pueden entran fácilmente en ignición y, por tanto, arder de forma intensa. Los metales alca- linos (litio, sodio, potasio), los metales alcalinotérreos (calcio, magnesio, zinc), el circonio, el hafnio, el titanio, etc. entran en ignición con extrema facilidad cuando están en forma de polvo, limaduras o tiras finas. Algunos metales tienen tal capacidad de reacción que deben almacenarse fuera del contacto con el aire, en una atmósfera de gas inerte o bajo un líquido neutro a los metales.
Los metales combustibles y los propensos a la combustión producen reacciones de combustión extremadamente violentas, con procesos de oxidación de alta velocidad y liberación de cantidades de calor bastante mayores que las observadas en la combustión de líquidos combustibles e inflamables. Tras la fase preliminar de calentamiento e ignición al rojo, la combustión del polvo metálico sedimentado puede convertirse en una combustión rápida. El polvo en movimiento y las nubes de polvo resul- tantes de la combustión pueden dar lugar a graves explosiones. La capacidad de combustión y la afinidad con el oxígeno de algunos metales (como el magnesio) es tan alta que, después de entrar en ignición, continúan ardiendo en algunos de los medios (p. ej., nitrógeno, dióxido de carbono, atmósfera de vapor) utilizados para extinguir incendios producidos por materiales combustibles, sólidos y líquidos.
La extinción de los incendios de metales representa un desafío especial para los equipos de bomberos, resultando decisiva la elección de un agente extintor adecuado y del procedimiento empleado.
Los incendios de metales pueden controlarse mediante una detección precoz, una intervención rápida y adecuada del equipo de bomberos utilizando el método de extinción más efec- tivo y, si es posible, el alejamiento de la zona del incendio de metales y otros materiales combustibles o, al menos, la reducción de sus cantidades.
En una combustión con metales radiactivos (plutonio, uranio) debe prestarse especial atención a la protección contra las radiaciones y tomar las medidas preventivas oportunas para evitar la penetración de productos de descomposición tóxicos en los organismos vivos. Así, los metales alcalinos, por su capacidad para reaccionar violentamente con el agua, sólo pueden extinguirse con polvos secos. La combustión del magnesio no debe extinguirse con agua, dióxido de carbono, halones o nitrógeno, porque pueden agravar aún más la situación. Los únicos agentes que pueden aplicarse con éxito en este caso son los gases nobles o, en ocasiones, el trifluoruro de boro.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Explosivos y agentes de voladura

Los materiales explosivos se utilizan para fines militares e industriales. Se trata de productos químicos y mezclas de los mismos que, cuando se les aplica una fuerza mecánica intensa (golpe, choque, fricción) o cuando se inicia la ignición, se transforman súbitamente en gases de gran volumen mediante una reacción de oxidación extremadamente rápida (p. ej., 1.000-10.000 m/s). El volumen de estos gases es mucho mayor que el del material explosionado y ejerce una presión muy alta en sus proximidades. En una explosión pueden alcanzarse temperaturas elevadas
(2.500-4.000 C) que provocan la ignición de los materiales combustibles en la zona de explosión.
La fabricación, el transporte y el almacenamiento de materiales explosivos debe cumplir unos requisitos estrictos, como el NFPA 495, Código de Materiales Explosivos.
Además de los materiales explosivos utilizados para fines militares e industriales, también se incluyen en la categoría de materiales peligrosos los materiales de voladura inductiva y los productos pirotécnicos. Las mezclas más utilizadas son las de materiales explosivos (ácido pícrico, nitroglicerina, hexógeno, etc.), aunque también se utilizan mezclas de materiales que pueden explosionar (polvo negro, dinamita, nitrato amónico, etc.). Los materiales plásticos, conocidos por su utilización en los actos terroristas, constan básicamente de mezclas de materiales de efecto rompedor y plastificante (ceras, vaselina, etc.).
En cuanto a los materiales explosivos, el método más eficaz de protección contra incendios es su alejamiento de las fuentes de ignición. Algunos materiales explosivos reaccionan con el agua o con diversos materiales orgánicos y se oxidan. Para el manejo de estos materiales deben tenerse muy en cuenta los requisitos y la normativa de almacenamiento con otros materiales.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Productos químicos

Para un trabajo seguro, es fundamental conocer los parámetros de riesgo de los productos químicos. Sólo pueden elaborarse medidas preventivas y normas de seguridad contra incendios si se tienen en cuenta las propiedades químicas y físicas que presentan en relación con el peligro de incendio. De entre esas propiedades las más importantes son: combustibilidad, capacidad de ignición, capacidad de reacción con otros materiales, agua o aire, propensión a la corrosión, toxicidad y radiactividad.
La información sobre estas propiedades de los productos químicos figura en las fichas técnicas elaboradas por los fabricantes y en los manuales sobre productos químicos peligrosos. Se trata no sólo de las características técnicas generales de los mate- riales, sino también de los valores reales de los parámetros de peligro (temperatura de descomposición, temperatura de ignición, concentraciones límite de combustión, etc.), su comportamiento especial, los requisitos de almacenamiento y de seguridad contra incendios, y recomendaciones de primeros auxilios y asistencia médica.
La toxicidad de los productos químicos puede dar lugar a dos situaciones de riesgo en un incendio potencial. Por un lado, la alta toxicidad de ciertos productos químicos puede resultar peligrosa en caso de incendio y, por otro, su presencia en el área de incendio puede dificultar las operaciones de extinción.
Los agentes oxidantes (nitratos, cloratos, peróxidos inorgánicos, permanganatos, etc.), aunque en sí no son combustibles, contribuyen en gran medida a la ignición de los materiales combustibles, así como a su combustión, que puede ser intensa y en ocasiones explosiva.
En el grupo de materiales inestables se encuentran los productos químicos (acetaldehídos, óxido de etileno, peróxidos orgánicos, cianuro de hidrógeno, cloruro de vinilo) que se polimerizan o se descomponen de forma espontánea o con mucha facilidad dando lugar a reacciones exotérmicas violentas.
Los materiales que reaccionan con el agua y el aire son extremadamente peligrosos. Estos materiales (óxidos, hidróxidos, hidruros, anhídridos, metales alcalinos, fósforo, etc.) interaccionan con el agua y el aire de la atmósfera e inician reacciones que van acompañadas de una liberación de calor muy alta. Los materiales combustibles entran en una ignición espontánea. Además, los componentes combustibles que entran en combustión pueden explotar y propagarse a otros materiales combusti- bles que se encuentren en las proximidades.
La mayoría de los materiales corrosivos (los ácidos inorgánicos
—sulfúrico, nítrico, perclórico, etc.— y los halógenos —flúor, cloro, bromo, yodo—) son agentes oxidantes fuertes y tienen efectos muy destructivos sobre los tejidos vivos, por lo que es necesario tomar las necesarias medidas de seguridad contra incendios.
Los elementos y compuestos radiactivos, además de los peligros derivados de la radiación, pueden presentar también un peligro de incendio. Cuando en un incendio resulta dañada la estructura de objetos radiactivos, pueden liberarse materiales que irradien rayos con un efecto ionizador muy fuerte y provoquen la destrucción de los organismos vivos. Los accidentes nucleares pueden ir acompañados de incendios, cuyos productos de descomposición adsorben contaminantes radiactivos (radiación  y ). Estos últimos pueden producir daños permanentes en las personas que participan en las tareas de rescate si penetran en sus cuerpos. Algunos materiales son extremadamente peligrosos porque las personas afectadas no perciben a través de sus sentidos ninguna radiación, y su estado de salud general no parece quedar afectado. Si materiales radiactivos entran en combustión, deberá supervisarse constantemente la radiactividad del lugar, los productos de descomposición y el agua utilizada en la extinción del incendio con los dispositivos de medición adecuados. Estos factores deben tenerse en cuenta al diseñar la estrategia de intervención. Los edificios donde se manipulan, procesan y almacenan materiales radiactivos deben construirse con materiales no combustibles de alta resistencia al fuego. Es necesario también utilizar equipos automáticos de alta calidad para la detección, señalización y extinción de los incendios.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Fusibles

Existen varios tipos de fusibles, cada uno de ellos diseñado para una aplicación específica. El empleo de un tipo de fusible equivocado o de un fusible de capacidad inadecuada puede provocar lesiones a personas y daños al equipo. Los fusibles de capacidad excesiva originan con frecuencia el calentamiento del cableado o equipo, con la consiguiente posibilidad de que se produzcan incendios.
Antes de sustituir fusibles, deje el circuito fuera de servicio, efectúe el enclavamiento de los aparatos de corte y compruebe que está inactivo. La comprobación puede salvar vidas. A continuación, identifique la causa del posible cortocircuito o sobre- carga y sustituya los fusibles fundidos por otros del mismo tipo y capacidad. No inserte nunca fusibles en un circuito activo.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Disyuntores

El método más seguro de reducir peligros eléctricos para personas y equipo es minimizar la duración de la corriente de fuga y el aumento de tensión, en el momento ideal antes de que la energía eléctrica haya empezado a aumentar. Los sistemas de protección en el equipo eléctrico suele incorporar tres relés: un relé de corriente de defecto para proteger contra las fugas hacia tierra, un relé magnético y un relé térmico para proteger contra sobrecargas y cortocircuitos.
En los disyuntores de corriente de defecto, los conductores del circuito se arrollan en torno a un anillo que detecta el vector suma de las corrientes entrantes y salientes del equipo a proteger. El vector suma es igual a cero durante el funcionamiento normal, pero es igual a la corriente de fuga en casos de fallo. Cuando esta corriente alcanza el umbral del disyuntor, éste se dispara. Los disyuntores de corriente de defecto se pueden disparar por corrientes tan bajas como 30 mA y con retardos tan breves como 30 ms.
La corriente máxima que transporta un conductor sin ningún peligro está en función del área de su sección transversal, su aislamiento y su instalación. Si se sobrepasa la carga segura máxima o si la disipación de calor está limitada, el conductor experimentará un calentamiento excesivo. Los dispositivos limi- tadores de corriente, como fusibles y disyuntores magnetotér- micos, cortan automáticamente el circuito si el paso de corriente es excesivo, o si aparecen corrientes a tierra, sobre- carga o cortocircuito. Los dispositivos limitadores de corriente deben interrumpir el paso de corriente cuando ésta es superior a la permitida por la capacidad del conductor.
La elección de equipo protector capaz de proteger personal y equipo es uno de los aspectos más importantes de la gestión de instalaciones eléctricas y ha de tener en cuenta no sólo la capacidad de transporte de corriente de los conductores, sino también las características de los circuitos y del equipo conectado a ellos.
En los circuitos que soporten cargas de corriente muy altas será preciso emplear fusibles o disyuntores especiales de gran capacidad.

martes, 2 de diciembre de 2008

Puesta a tierra

En la mayoría de los casos, es necesario minimizar la caída de tensión entre los conductores de la instalación y tierra. Para realizarlo, los conductores se conectan a un conductor de protección puesto a tierra.
Hay dos tipos de conexiones de tierra:

• tierras funcionales: por ejemplo, puesta a tierra del conductor neutro de un sistema trifásico, o del punto medio del devanado secundario de un transformador,
• tierras de protección: por ejemplo, puesta a tierra de todos los elementos conductores de equipo. El objeto de este tipo de puesta a tierra es minimizar tensiones en los elementos conductores, mediante la creación de un camino preferente para las corrientes de fuga, en especial las corrientes que pudieran afectar a las personas.


En condiciones de funcionamiento normal, por la conexiones de puesta a tierra no pasa ninguna corriente. Pero en caso de activación accidental del circuito, la baja resistencia de la cone- xión de puesta a tierra hace que el paso de corriente sea lo bastante elevado para fundir el fusible o los conductores no conectados a tierra.
La tensión de fuga máxima en mallas equipotenciales admitida en la mayoría de las normas es 50 V para ambientes secos,
25 V para ambientes mojados o húmedos y 12 V para laboratorios médicos y otros ambientes de alto riesgo. Aunque estos valores únicamente son indicativos, debe ponerse de relieve la necesidad de garantizar una toma de tierra adecuada en puestos de trabajo, espacios públicos y en residencias especiales.
La eficacia de la puesta a tierra depende sobre todo de la existencia de corrientes de fuga altas y estables a tierra, pero también de un acoplamiento galvánico adecuado de la malla equipotencial y del diámetro de los conductores de conexión a la malla. Debido a la importancia de las fugas a tierra, tiene que ser evaluada con gran exactitud.
Las conexiones a tierra tienen que ser tan fiables como las mallas equipotenciales, y es preciso verificar periódicamente su funcionamiento correcto.
A medida que la resistencia a tierra aumenta, el potencial del conductor de puesta a tierra y de la tierra en torno del conductor se aproxima a la del circuito eléctrico; en el caso de la tierra en torno del conductor, el potencial generado es inversamente proporcional a la distancia del conductor. Con objeto de evitar tensiones escalonadas peligrosas, los conductores de tierra han de estar apantallados como es debido y puestos a tierra a profundidades adecuadas.
Como alternativa a la puesta a tierra del equipo, las normas permiten emplear equipos con doble aislamiento. Su uso, recomendado en emplazamientos residenciales, minimiza la proba- bilidad de fallo del aislamiento al suministrar dos sistemas de aislamiento separados. No es aconsejable confiar en que el equipo con doble aislamiento proteja como es debido contra fallos de conexiones, como los asociados a las clavijas sueltas pero activadas, puesto que las normas de algunos países relativas a clavijas y enchufes murales no consideran el empleo de dichas clavijas.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Huracanes, ciclones y tormentas tropicales: Definiciones, fuentes y episodios

Un huracán se define como un sistema de rotación de vientos que gira en sentido contrario a las agujas del reloj en el hemisferio norte, se forma con aguas tropicales y produce unos vientos de al menos 118,4 km/h. Esta acumulación giratoria de energía se forma cuando determinadas condiciones de calor y presión provocan y empujan vientos a través de una amplia zona de océano que acaban envolviéndose en un área de bajas presiones. Un tifón es comparable a un huracán, pero se forma en aguas del Pacífico. Ciclón tropical es el término utilizado para designar la circulación de viento en torno a un núcleo de bajas presiones atmosféricas en aguas tropicales. Una tormenta tropical se define como un ciclón con vientos de 62,4 a 117,8 km/h, y una depresión tropical es un ciclón con vientos inferiores a 62,4 km/h. Actualmente, se considera que muchos ciclones tropicales se generan en Africa, en la zona inmediatamente al sur del Sáhara. Se inician como una inestabilidad en una estrecha corriente de aire de Este a Oeste que se produce en la zona entre junio y diciembre debido a la gran diferencia de temperaturas existente entre el desierto cálido y la zona más fresca y húmeda situada al sur. Los estudios demuestran que los trastornos generados en Africa tienen largos ciclos de vida, y muchos de ellos cruzan el Atlántico (Herbert y Taylor 1979). A lo largo del siglo XX, vienen cruzando el Atlántico una media anual de diez ciclones tropicales, seis de los cuales se convierten en huracanes. Cuando el huracán (o tifón) alcanza su intensidad máxima, las corrientes de aire formadas en las zonas de altas presiones de las Bermudas o del Pacífico desvían su curso hacia el norte. Aquí, las aguas del océano son más frías, hay menos evaporación, menos vapor de agua y menos energía para alimentar la tormenta. Si la tormenta llega a tierra, el suministro de vapor de agua se corta por completo. Como el huracán o tifón sigue desplazándose hacia el norte, sus vientos comienzan a disminuir. Determinadas características topográficas, como las montañas, pueden contri- buir también a la disolución de la tormenta. Las zonas geográ- ficas de mayor riesgo de huracanes son el Caribe, México y los Estados de la Costa Este y la Costa del Golfo de Estados Unidos. Un típico tifón del Pacífico se forma en las aguas tropicales cálidas situadas al este de las islas Filipinas. Puede avanzar hacia el Oeste y alcanzar la costa china o girar hacia el norte, acercán- dose a Japón. La trayectoria de la tormenta se determina a medida que va desplazándose en torno al borde occidental del sistema de altas presiones del Pacífico (Understanding Science and Nature: Weather and Climate 1992).
La potencia destructiva de un huracán (tifón) viene determinada por la forma en que se combinan el temporal, el viento y otros factores. Los sistemas de predicción han desarrollado una escala de cinco categorías de potencial catastrófico para cuantificar el riesgo previsible de huracanes próximos. La categoría 1 es un huracán mínimo y la 5 un huracán máximo. En el período comprendido de 1900 a 1982, se abatieron directamente sobre Estados Unidos 136 huracanes, 55 de ellos de una intensidad mínima de 3. Florida sufrió los efectos del mayor número y de las más intensas de estas tormentas, junto con Texas, Louisiana y Carolina del Norte, por este orden (Herbert y Taylor 1979).