domingo, 30 de noviembre de 2008

Medidas de prevención y control, y necesidades de investigación

La prevención de las muertes y lesiones causadas por las inundaciones puede adoptar muchas formas: identificación de las zonas proclives a inundaciones; advertencia al público de la existencia de dichas zonas y asesoramiento sobre las medidas de prevención adecuadas; inspección de presas y emisión de certificados de seguridad de las mismas; definición de las condiciones meteoroló- gicas que provocan precipitaciones y escorrentías intensas, y alarma inmediata de inundación para una zona geográfica concreta en un espacio de tiempo determinado. La morbilidad y mortalidad derivadas de exposiciones secundarias pueden evitarse garantizando que los suministros de agua y de alimentos sean seguros y no estén contaminados con agentes biológicos y químicos, e implantando unas prácticas apropiadas de evacuación de los residuos humanos. El suelo que rodea los depósitos y las balsas de residuos tóxicos debería someterse a inspecciones para determinar si se ha producido contaminación debido al desbordamiento de zonas de almacenaje (French y Holt 1989). Aunque los programas de vacunación masiva son contraproducentes, los trabajadores sanitarios y de la limpieza deben ser convenientemente inmunizados e instruidos en unas prácticas
higiénicas adecuadas.
Es necesario mejorar la tecnología para que las alarmas de inundación repentina puedan concretarse más en términos de tiempo y lugar. Deberían evaluarse las condiciones para determinar si la evacuación ha de realizarse en coche o a pie. Tras una inundación, es conveniente estudiar una cohorte de trabajadores de sectores relacionados con la inundación para evaluar el riesgo de efectos adversos sobre la salud física y mental.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Factores de morbilidad y mortalidad

Se ha estimado que las inundaciones representan el 40 % de las catástrofes mundiales y producen los daños más graves. La inun- dación más letal conocida en toda la Historia se produjo en el río Amarillo en 1887, cuando el río desbordó diques de una altura de 70 pies, destruyendo once ciudades y trescientos pueblos. Se calcularon 900.000 víctimas mortales. En 1969, el número de muertos se situó en torno a los cientos de miles en la provincia de Shantung, en China, cuando todo el valle del río Amarillo se vio inundado por oleajes tormentosos. En enero de 1967, una inundación repentina en Río de Janeiro causó la muerte a
1.500 personas. En 1974, lluvias intensas inundaron Bangladesh y ocasionaron 2.500 muertos. En 1963, lluvias intensas provocaron un enorme corrimiento de tierras que cayó sobre el lago situado detrás de la presa de Vaiont en el norte de Italia, empujando 100 millones de toneladas de agua sobre la presa y causando 2.075 muertes (Frazier 1979). En 1985, en Puerto Rico cayeron, en un espacio de diez horas, entre 7 y 15 pulgadas de lluvia, ocasionando la muerte a 180 personas (French y Holt 1989).
Las inundaciones fluviales se han controlado gracias a la ingeniería y a una mayor forestación de las vertientes (Frazier 1979). No obstante, en los últimos años se han incrementado las inun- daciones repentinas, que constituyen la primera causa de muertes relacionadas con fenómenos atmosféricos en Estados Unidos. El aumento de las muertes debidas a inundaciones repentinas se atribuye al crecimiento de la población y a la mayor urbanización de zonas muy proclives a este tipo de inundaciones (Mogil, Monro y Groper 1978).
El paso rápido del agua, junto con materiales como rocas y árboles caídos, son la primera causa de morbilidad y mortalidad relacionada con inundaciones. Algunos estudios realizados en Estados Unidos han demostrado que en las inundaciones se registra una elevada proporción de ahogados en coches; se trata de personas que se desplazan en coche hacia zonas bajas o por puentes inundados; se quedan atascadas en zonas de aguas altas o se ven bloqueadas por materiales, quedando atrapadas dentro del coche mientras les alcanzan las corrientes de agua (French y cols. 1983). Algunos estudios de seguimiento de víctimas de inundaciones muestran una pauta consistente de problemas psicológicos hasta cinco años después de la inundación (Melick 1976; Logue 1972). Otros estudios ponen de manifiesto un aumento significativo de la incidencia de hipertensión, afecciones cardiovasculares, linfoma y leucemia en víctimas de inundaciones, que algunos investigadores atribuyen a factores de estrés (Logue y Hansen 1980; Janerich y cols. 1981; Greene 1954). Se produce un mayor potencial de exposición a agentes biológicos y químicos cuando las inundaciones averían los sistemas de depuración de aguas y de evacuación de residuos, rompen depósitos subterráneos, desbordan zonas de residuos tóxicos o favorecen la propagación y dispersión de sustancias químicas almacenadas sobre el nivel del suelo (French y Holt 1989).
Aunque, en general, los trabajadores están expuestos a los mismos riesgos de inundaciones que la población general, algunos grupos profesionales corren mayor peligro. Los trabajadores de la limpieza presentan un alto riesgo de exposición a agentes biológicos y químicos tras inundaciones. Los trabaja- dores subterráneos, en especial los que trabajan en espacios cerrados, pueden verse atrapados en inundaciones repentinas. Los conductores de camiones y otros trabajadores de transportes corren un alto riesgo de mortalidad en vehículos a consecuencia de inundaciones. Como en otras catástrofes relacionadas con el clima, los bomberos, la policía y el personal médico de emergencia se enfrentan también a situaciones de alto riesgo.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Dosis de antídoto

Las recomendaciones de los fabricantes se basan en las pruebas de protección realizadas en ratones y pueden inducir a la confusión. Es preciso realizar ensayos clínicos para establecer las dosis iniciales adecuadas de los principales antídotos. En la mayoría de los casos, la dosis de antídoto es empírica. Los niños reciben la misma dosis que los adultos.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Selección y administración del antídoto

El antídoto debe administrarse sólo si se sabe que su espectro de especificidad incluye a la especie responsable de la mordedura. Las soluciones opacas deben descartarse, ya que la precipitación de proteína indica pérdida de actividad y mayor riesgo de reac- ción. Los antídotos monoespecíficos (monovalentes) son ideales cuando se conoce la especie responsable de la mordedura. Los antídotos poliespecíficos (polivalentes) se utilizan en muchos países, ya que es difícil identificar a la serpiente responsable; pueden ser tan eficaces como los monoespecíficos, pero su acti- vidad neutralizante del veneno es menos específica por unidad de peso de inmunoglobulina. Aparte de los venenos utilizados para la inmunización de los animales de los que se obtiene el antídoto, otros venenos pueden contrarrestarse mediante neutralización paraespecífica [p. ej., los venenos de los Hidrofidios se neutralizan con antídoto para la serpiente tigre (Notechis scutatus)].
El antídoto está indicado mientras persistan los síntomas de envenenamiento sistémico (es decir, durante varios días), pero lo ideal es administrarlo tan pronto como aparecen estos síntomas. La vía intravenosa es la más eficaz. La infusión de antídoto diluido en aproximadamente 5 ml de líquido isotónico/kg de peso corporal es más fácil de controlar que la inyección intrave- nosa “a presión” de antídoto sin diluir y administrado a una velocidad aproximada de 4 ml/min, aunque no se han obser- vado diferencias en la incidencia o gravedad de las reacciones al antídoto con estos dos métodos de administración.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Contraindicaciones del antídoto

Los pacientes con antecedentes de reacción al antisuero equino sufren reacciones más frecuentes y graves cuando reciben antídoto equino. Las personas con atopia no presentan un mayor riesgo de reacción, pero cuando ésta se produce, suele revestir una mayor gravedad. En tal caso puede prevenirse o reducirse con un tratamiento previo de adrenalina, antihistamina e hidrocortisona por vía subcutánea, o infusión intravenosa continua de adrenalina durante la administración del antídoto. No se reco- mienda una rápida desensibilización.

martes, 25 de noviembre de 2008

Reincorporación al trabajo hiperbárico

Afortunadamente, la mayoría de los trabajadores hiperbáricos pueden reintegrarse a su trabajo después de un episodio de enfermedad por descompresión. La incorporación debe retrasarse al menos durante un mes para permitir que las funciones fisiológicas vuelvan a la normalidad y no se recomienda si el trabajador ha sufrido un barotrauma pulmonar o tiene un historial de barotrauma grave o recurrente del oído interno. La reincorporación al trabajo también debe depender de:
• la gravedad de la enfermedad por descompresión en rela- ción con el grado de exposición hiperbárica o estrés de descompresión;
• la respuesta al tratamiento,
• la ausencia de secuelas.

FINAL DE PRESION BAROMETRICA AUMENTO

lunes, 24 de noviembre de 2008

Resultados

El resultado del tratamiento de recompresión para las enfermedades por descompresión depende completamente del grupo estudiado. La mayoría de los trabajadores hiperbáricos (por ejemplo, los buzos militares o de las plataformas petrolíferas) responden bien al tratamiento, y los déficits residuales significativos no son frecuentes. En cambio, muchas de las personas que practican el submarinismo recreativo y que deben recibir trata- miento para los trastornos por descompresión muestran peores resultados. Se desconocen las causas de esta diferencia. Las secuelas más comunes de la enfermedad por descompresión son, en orden decreciente de frecuencia: trastornos depresivos, problemas de memoria a corto plazo, síntomas sensoriales como insensibilidad, dificultad para orinar, disfunción sexual y dolores no identificados.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Variables intervinientes (II)

En numerosas investigaciones realizadas mediante cuestionarios se ha establecido que los efectos adversos del trabajo por turnos se incrementa con la edad y que el grupo crítico de edad es, en promedio, el comprendido entre los 40 y los 50 años (Foret y cols. 1981; Koller 1983; Åkerstedt y Torsvall 1981). Con los años, resulta cada vez más difícil dormir durante el día. Asimismo, existen indicios de que la adaptación de los ritmos circadianos a las exigencias del trabajo por turnos es más lenta en los trabajadores de edad madura que en los más jóvenes
(Härmä y cols. 1990; Matsumoto y Morita 1987).
El sexo y el embarazo son dos variables que, aunque debatidas frecuentemente, no han sido aún suficientemente investigadas en estudios longitudinales. Rutenfranz y cols. (1987) han estudiado la literatura existente y llegado a la conclusión de que los ritmos circadianos de hombres y mujeres reaccionan de la misma forma a la alternancia de las fases de trabajo y sueño en relación con el trabajo nocturno. No obstante, es preciso tomar en consi- deración dos aspectos: el ciclo menstrual y la carga adicional del cuidado de los hijos y las labores domésticas.
Si bien algunos autores hablan de una mayor frecuencia de los trastornos menstruales en grupos de mujeres que realizan trabajos por turnos en comparación con las que trabajan de día
(Tasto y cols. 1978; Uchata y Sasakawa 1982), la homogeneidad de estos grupos de trabajadoras por turnos y con horario de día resultaba dudosa. Pokorski y cols. (1990) estudiaron la sensación de incomodidad experimentada por un grupo de mujeres que trabajaban en tres turnos durante las tres fases del ciclo mens- trual: premenstrual, menstrual y posmenstrual. Las diferencias entre estas fases eran más significativas que las que se daban entre los turnos de mañana, tarde y noche.
El cuidado de los hijos en el hogar reducía el tiempo dedicado al sueño y al ocio por las enfermeras que trabajaban por turnos. Un estudio realizado por Estryn-Behar en 120 mujeres empleadas permanentemente en el turno de noche reveló que el período medio de sueño al final de un turno de noche era de 6 horas 31 minutos en las mujeres sin hijos, de 5 horas y 30 minutos en las mujeres con hijos mayores, y de 4 horas y 55 minutos en las mujeres con hijos pequeños (Estryn-Behar y cols. 1978). Sin embargo, según un estudio realizado en un grupo de mujeres policías, las mujeres con hijos tenían una actitud más favorable hacia el trabajo por turno que las demás (Beermann y cols. 1990).
En un estudio realizado por Härmä y cols. (1988a, b), la aptitud física se reveló como un factor propicio a una mayor tolerancia del trabajo por turnos. Según un estudio de seguimiento realizado con un diseño de muestras apareadas, el grupo de participantes que intervino regularmente en un programa de cuatro meses informó de una reducción significativa de la sensa- ción general de fatiga, sobre todo durante la permanencia en el turno de noche, así como de una disminución de los síntomas musculoesqueléticos y una prolongación de las horas de sueño.
En algunos estudios se ha establecido una relación entre la “flexibilidad de los hábitos de sueño” y la “capacidad para superar la somnolencia”, evaluadas según el cuestionario desarrollado por Folkard y cols. (1979; 1982), y una mayor tolerancia del trabajo por turnos (Wynne y cols. 1986; Costa y cols. 1989; Vidacek y cols. 1987). Sin embargo, otros estudios (como el de Bohle y Tilley, 1989), no han confirmado esta relación.

Otras variables capaces de influir en la tolerancia del trabajo por turnos son el “compromiso con el trabajo por turnos”, definido como el modo en que las personas programan su vida (Folkard y cols. 1979; Minors y Waterhouse 1981), y el “estilo de afrontamiento” de las personas que trabajan por turnos (Olsson y cols. 1987; Olsson y Kandolin 1990).
Además de las características individuales, los factores ambientales parecen ser determinantes de la magnitud de los problemas que presentan las personas que trabajan por turnos. Küper y cols. (1980) y Knauth (1983) hallaron que los trabajadores por turnos que veían frecuente o sistemáticamente frustrados sus intentos de dormir de día por causa del ruido se quejaban con mayor frecuencia de problemas nerviosos y gastrointestinales que los que experimentaban poca o ninguna perturbación del sueño.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Variables intervinientes (I)


Según Härmä (1993), la tolerancia del trabajo por turnos varía sensiblemente de una persona a otra, lo que puede obedecer a la presencia de un gran número de posibles variables. Como se ilustra en la Figura 43.1, algunas diferencias individuales que pueden influir en la tensión que sufren quienes trabajan por turnos son las diferencias de fase y amplitud del ciclo circadiano, la edad, el sexo, la situación de embarazo, la aptitud física y la flexibilidad para conciliar el sueño, y la capacidad para superar la somnolencia.
Mientras que para algunos autores (Andlauer y cols. 1979; Reinberg y cols. 1988; Costa y cols. 1989; Knauth y Härmä 1992) existe una correlación entre una mayor amplitud de los ciclos circadianos y una menor frecuencia de problemas de salud, otros investigadores aseguran que este factor no supone una mayor facilidad de ajuste al trabajo por turnos (Costa y cols. 1989, Minors y Waterhouse 1981), ni aun después de tres años de trabajo (Vidacek y cols. 1987).
Existen dos importantes dimensiones de la personalidad que parecen estar asociadas a los ritmos circadianos: la inclinación “matutina” o “vespertina” y la introversión o extroversión (Kerkhof 1985). La inclinación “matutina” o “vespertina” se puede establecer mediante cuestionarios (Horne y Östberg 1976; Folkard y cols. 1979; Torval y Åkerstedt 1980; Moog 1981) o midiendo la temperatura corporal. Los individuos de condición matutina (“alondras”), caracterizados por una secuencia de fases adelantada de la temperatura corporal, se acuestan y despiertan antes que la mayoría de las personas, mientras que los individuos vespertinos (“búhos”) presentan una secuencia de fases retrasada en el ritmo circadiano y suelen acostarse y despertarse más tarde. La condición de “alondra” sería más ventajosa para los turnos de mañana, y la pertenencia al grupo de los “búhos” lo sería para los turnos de noche. Sin embargo, algunos autores señalan que un porcentaje desproporcionadamente elevado de quienes abandonan el trabajo por turnos son del tipo matutino (Åkerstedt y Fröberg 1976; Hauke y cols. 1979; Torsvall y Åkerstedt 1979). Tanto Bohle y Tilley (1989) como Vidacek y cols. (1987) han hallado una relación entre la condición matutina y la tolerancia decreciente del trabajo por turnos. En cambio, otros investigadores (Costa y cols. 1989) informan de hallazgos opuestos a éste. En este sentido, es de subrayar que la mayoría de los estudios se han centrado exclusivamente en “alondras” y “búhos” muy caracterizados, que, en total, constituyen únicamente el 5 % de la población.


sábado, 15 de noviembre de 2008

Vasoconstricción periférica

Una estrategia eficaz contra la pérdida de calor corporal por radiación y convección consiste en aumentar el aislamiento efectivo proporcionado por la periferia. En el ser humano, esto se consigue reduciendo el flujo sanguíneo periférico, es decir, por vasoconstricción periférica. La constricción de los vasos cutáneos es más pronunciada en las extremidades que en el tronco. Al igual que la vasodilatación activa, la vasoconstricción periférica está también controlada por el sistema nervioso simpático y se ve afectada por Tc , Tsk y las temperaturas locales.
El efecto del enfriamiento de la piel en la respuesta de la frecuencia cardíaca y la presión arterial depende de la zona del cuerpo que se haya enfriado y de que el frío sea lo suficientemente intenso como para causar dolor. Por ejemplo, cuando las manos se sumergen en agua fría, aumentan la FC, la presión arterial sistólica (PAS) y la presión arterial diastólica (PAD). Cuando el rostro se enfría, la PAS y la PAD aumentan como consecuencia de una respuesta simpática generalizada; sin embargo, la FC se reduce debido a un reflejo parasimpático (LeBlanc 1975). Para aumentar todavía más la complejidad de la respuesta global al frío, existe una gran variabilidad de una persona a otra. Si el estrés por frío es lo suficientemente intenso como para reducir la temperatura interna del organismo, la FC puede aumentar (por la activación simpática) o disminuir (por el mayor volumen sanguíneo central).
Un caso especialmente interesante es el de la vasodilatación inducida por frío. Cuando las manos se sumergen en agua fría, el FSP se reduce inicialmente para conservar el calor. A medida que desciende la temperatura de los tejidos, el FSP aumenta paradójicamente, vuelve a reducirse y repite esta pauta cíclica. Se ha sugerido que la vasodilatación inducida por frío sirve para prevenir lesiones en los tejidos por congelación, aunque esta afirmación no ha podido demostrarse todavía. Desde un punto de vista mecánico, la dilatación transitoria se produce probable- mente cuando los efectos directos del frío tienen la gravedad sufi- ciente como para reducir la transmisión nerviosa, anulando temporalmente la estimulación inducida por el frío de los receptores simpáticos situados en los vasos sanguíneos (mediadores del efecto constrictor).

jueves, 13 de noviembre de 2008

Regulación térmica en ambientes fríos

Una diferencia importante entre la respuesta del ser humano al frío y su respuesta al calor es que la conducta desempeña una función mucho más importante en la primera. Por ejemplo, el uso de prendas adecuadas y la adopción de posturas que reduzcan la superficie disponible para la pérdida de calor (“encogerse”) son mucho más importantes en condiciones de frío que en condiciones de calor. Una segunda diferencia es la importancia que cobra la función de las hormonas durante el estrés por frío, así como la mayor secreción de catecolaminas (norepinefrina y epinefrina) y hormonas tiroideas.

martes, 11 de noviembre de 2008

Gases

A pesar de que todos los materiales —a determinada presión y temperatura— pueden pasar a estado gaseoso, los materiales que en la práctica se consideran gases son aquellos que se encuentran en dicho estado en condiciones normales de presión atmosférica ( 100 kPa) y temperatura ( 20 C).
Con respecto a los peligros de incendio y explosión, los gases pueden clasificarse en dos grandes grupos: gases combustibles y gases no combustibles. De acuerdo con la definición aceptada en la práctica, los gases combustibles son aquellos que entran en combustión en el aire con una concentración normal de oxígeno, siempre que existan las condiciones adecuadas. La ignición sólo se produce por encima de una determinada temperatura, con la temperatura de ignición necesaria y dentro de un determinado rango de concentración.
Los gases no combustibles son aquellos que no entran en combustión ni en oxígeno ni en aire independientemente de su concentración. Algunos de estos gases favorecen la combustión
(p. ej., el oxígeno), mientras que otros la inhiben. Los gases no combustibles y que no favorecen la combustión se denominan gases inertes (nitrógeno, gases nobles, dióxido de carbono, etc.). Normalmente, y para una mayor eficiencia económica en la conservación y transporte de gases en depósitos o cisternas, éstos se comprimen, licúan o condensan en frío (estado criógeno). Básicamente, existen dos situaciones de peligro cuando se manipulan gases: durante el período de almacenaje y cuando se extraen de los depósitos.
En gases comprimidos en depósitos de almacenamiento, el calor externo puede aumentar considerablemente la presión interior del depósito y, si se alcanza una sobrepresión extrema, llega a producirse una explosión. Los depósitos de almacena- miento de gases incluyen normalmente una fase de vapor y otra líquida. Como resultado de los cambios de presión y tempera- tura, la extensión de la fase líquida aumenta la compresión del espacio de vapor, mientras que la presión de vapor del líquido aumenta proporcionalmente al aumento de la temperatura. Estos procesos pueden dar lugar a una presión crítica peligrosa. Los depósitos de almacenamiento deben incluir dispositivos de liberación de sobrepresión capaces de mitigar una situación de peligro ocasionada por altas temperaturas.
Si los depósitos de almacenamiento no están bien cerrados o están dañados, el gas saldrá a la atmósfera libre, se mezclará con el aire y, dependiendo de su cantidad y su flujo, puede provocar la formación de una gran atmósfera explosiva. El aire que se encuentra en las proximidades de un depósito con fugas puede ser nocivo para la respiración y para las personas que se encuen- tran cerca supone un peligro, en parte por el efecto tóxico de algunos gases y en parte por la dilución de la concentración de oxígeno.
Los gases representan un peligro de incendio potencial y hay que manipularlos de un modo seguro. Para ello, y especialmente en el entorno industrial, deben conocerse en detalle las siguientes características: propiedades químicas y físicas de los gases, temperatura de ignición, límites superior e inferior de concentración de inflamabilidad, parámetros peligrosos del gas en el depósito, riesgo ocasionado por la liberación de gases a la atmósfera, dimensiones de las zonas de seguridad necesarias y medidas especiales que deben tomarse en caso de emergencia por incendio.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Líquidos combustibles e inflamables

En presencia de una fuente de ignición, los líquidos combustibles e inflamables son fuentes potenciales de riesgo. En primer lugar, el espacio (cerrado o abierto) de vapor formado por encima de estos líquidos representa un peligro de incendio y de explosión y puede dar lugar a una combustión y, con mayor frecuencia, a una explosión, si el material está presente en la mezcla vapor- aire en una determinada concentración. Por lo tanto, la combustión y la explosión de líquidos combustibles e inflamables puede evitarse si:
• se eliminan las fuentes de ignición, el aire y el oxígeno;
• en lugar de oxígeno está presente en el ambiente un gas inerte;
• el líquido se almacena en un depósito o sistema cerrado (véase la Figura 41.3),
• se impide que se alcance la concentración peligrosa de vapor mediante una ventilación adecuada.

En la práctica, se conocen muchas características relacionadas con la naturaleza peligrosa de los líquidos combustibles e inflamables, como puntos de inflamación en vaso cerrado y abierto, punto de ebullición, temperatura de ignición, velocidad de evaporación, límites superior e inferior de la concentración de combustibilidad (límites inflamables o explosivos), o la densidad relativa de vapor en relación con el aire y la energía necesarios para la ignición de vapores. Todos estas características proporcionan una gran información sobre la facilidad de ignición de los distintos líquidos.
En casi todo el mundo se utiliza el punto de inflamación, parámetro determinado mediante un ensayo estándar en condiciones atmosféricas, como base para establecer las diferentes categorías de riesgo de los líquidos y las de los materiales que se comportan como líquidos a temperaturas relativamente bajas. Para cada categoría de inflamabilidad y combustibilidad, se fijan los correspondientes requisitos de seguridad en materia de conservación y manipulación, los procesos de operación y el equipo eléctrico que debe instalarse en la zona. También hay que identificar para cada categoría las zonas de riesgo que rodean a los equipos. La experiencia demuestra que se pueden producir incendios y explosiones —dependiendo de la temperatura y la presión del sistema— en un rango de concentración comprendido entre ambos límites de inflamabilidad.


viernes, 7 de noviembre de 2008

Unión equipotencial

Si todos los conductores que pudieran tocarse simultáneamente, incluso los de tierra, estuviesen al mismo potencial, no habría peligro para las personas. Los sistemas de unión equipotencial son un intento de lograr esta condición ideal (Andreoni y Castagna 1983; Lee, Cravalho y Burke 1992).
En la unión equipotencial, cada conductor expuesto del equipo eléctrico no dedicado a la transmisión y todo conductor accesible ajeno del mismo emplazamiento se conectan a un conductor de protección puesto a tierra. Debe recordarse que mientras los conductores de equipo no destinado a la transmisión están inactivos durante el funcionamiento normal, pueden activarse en caso de fallo de aislamiento. Al disminuir la tensión de contacto, la unión equipotencial impide que los componentes metálicos alcancen tensiones que lleguen a ser peligrosas para el personal y el equipo.
En la práctica, es necesario conectar la misma máquina a la malla de unión equipotencial en más de un punto. Deben identificarse con cuidado las zonas de contacto defectuoso debido, por ejemplo, al recubrimiento de aislantes como lubricantes y pintura. De modo similar, es conveniente conectar todas las tuberías de servicios locales y externos (p. ej., agua, gas y calefac- ción) a la rejilla de unión equipotencial.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Peligros eléctricos en atmósferas explosivas o en emplazamientos que alberguen materiales explosivos

Las explosiones, incluidas las de atmósferas que contengan gases y polvos explosivos, pueden dispararse por la apertura y cierre de circuitos eléctricos activos, o bien por cualquier otro proceso transitorio capaz de generar chispas de energía suficiente.
He aquí los lugares en los que existe este peligro:

• minas y lugares subterráneos donde se puedan acumular gases, en especial metano;
• empresas químicas;
• salas de almacenamiento de baterías de plomo, en las que se puede acumular hidrógeno;
• el sector agroalimentario, en el que se pueden generar polvos orgánicos naturales;
• el sector de materiales sintéticos,
• la metalurgia, en especial la que utiliza aluminio y magnesio.


Allí donde exista este peligro, el número de circuitos y equipos eléctricos deberá ser el mínimo: por ejemplo, mediante la elimi- nación de motores y transformadores eléctricos o su sustitución por equipo neumático. El equipo eléctrico que no pueda elimi- narse debe quedar encerrado, para evitar cualquier contacto de gases y polvos inflamables con chispas, y mantenido dentro del recinto cerrado en una atmósfera de gas inerte a presión positiva.. Donde haya posibilidad de explosión se utilizarán recintos
a prueba de explosión y cables eléctricos a prueba de incendios. Se ha desarrollado un abanico completo de equipo a prueba de explosión para algunos sectores de alto riesgo (p. ej., el sector del petróleo y el químico).
Debido al elevado coste del equipo a prueba de explosión, las plantas se suelen dividir en zonas de distinto peligro eléctrico. Cuando se aplica este criterio, en las zonas de alto riesgo se emplea equipo especial, mientras que en las demás se acepta un cierto grado de riesgo. Se han desarrollado diversos criterios y soluciones técnicas específicas de sectores; éstas comprenden por lo general alguna combinación de puesta a tierra, segregación de componentes e instalación de barreras divisorias de zonas.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Inundaciones y maremotos: Definiciones, fuentes y episodios

Las inundaciones se producen como resultado de varias causas distintas. En una misma zona climática, se observan importantes variaciones en materia de inundaciones a causa de las fluctuaciones del ciclo hidrológico y de otras condiciones naturales y artificiales (Chagnon, Schict y Semorin 1983). El Servicio Meteorológico Nacional de Estados Unidos (US National Weather Service) ha definido como inundaciones repentinas las que se producen unas horas después de precipitaciones intensas o excesivas, del fallo de presas o diques, o del escape repentino de agua embalsada por la obstrucción producida por el hielo o por troncos. Aunque la mayor parte de las inundaciones repentinas son consecuencia de una intensa actividad tormentosa local, algunas se producen en conjunción con ciclones tropicales. Las causas primeras de las inundaciones repentinas suelen ser unas condiciones atmosféricas que influyen en la continuidad e intensidad de las precipitaciones. Entre otros factores que contribuyen a las inundaciones repentinas se cuentan la inclinación de las laderas (terreno montañoso), la ausencia de vegetación, la falta de drenaje del suelo, las materias flotantes y los embalses de hielo, el deshielo rápido, los fallos de presas y diques, la ruptura de lagos glaciares y las anomalías volcánicas (Marrero 1979).
En las inundaciones fluviales pueden influir factores que generen inundaciones repentinas, pero se pueden producir inundaciones más lentas como resultado de las características del cauce, del tipo de suelo y de subsuelo y del grado de modificación artificial de sus vías de escape (Chagnon, Schict y Semorin 1983; Marrero 1979). Las inundaciones costeras pueden ser consecuencia de temporales, resultado a su vez de tormentas o ciclones tropicales, o ser ocasionadas por vientos tormentosos que lleven las aguas del mar al interior. El tipo más devastador de inundación costera es el tsunami o maremoto generado por seísmos subma- rinos o erupciones volcánicas. La mayor parte de los tsunamis registrados se han producido en el Pacífico y sus zonas costeras. Las islas Hawai son especialmente propensas a sufrir daños ocasionados por los tsunamis, pues se encuentran en medio del Pacífico (Chagnon, Schict y Semorin 1983; Whitlow 1979).

sábado, 1 de noviembre de 2008

PROBLEMAS RELACIONADOS CON EL CLIMA

Durante mucho tiempo se ha aceptado que los problemas relacionados con el clima son un fenómeno natural, y es inevitable que se produzcan muertes o lesiones a causa de este tipo de acontecimientos (véase la Tabla 39.17). Hasta las dos últimas décadas no se empezaron a estudiar los factores que contribuyen a la muerte y las lesiones derivadas de fenómenos atmosféricos como un medio de prevención. Dado el poco tiempo transcurrido desde la adopción de este enfoque, los datos son limitados, especialmente los relativos al número y circunstancias de las muertes y lesiones de trabajadores derivadas de fenómenos atmosféricos. Lo que sigue es un panorama general de los hallazgos realizados hasta la fecha.