En numerosas investigaciones realizadas mediante cuestionarios se ha establecido que los efectos adversos del trabajo por turnos se incrementa con la edad y que el grupo crítico de edad es, en promedio, el comprendido entre los 40 y los 50 años (Foret y cols. 1981; Koller 1983; Åkerstedt y Torsvall 1981). Con los años, resulta cada vez más difícil dormir durante el día. Asimismo, existen indicios de que la adaptación de los ritmos circadianos a las exigencias del trabajo por turnos es más lenta en los trabajadores de edad madura que en los más jóvenes
(Härmä y cols. 1990; Matsumoto y Morita 1987).
El sexo y el embarazo son dos variables que, aunque debatidas frecuentemente, no han sido aún suficientemente investigadas en estudios longitudinales. Rutenfranz y cols. (1987) han estudiado la literatura existente y llegado a la conclusión de que los ritmos circadianos de hombres y mujeres reaccionan de la misma forma a la alternancia de las fases de trabajo y sueño en relación con el trabajo nocturno. No obstante, es preciso tomar en consi- deración dos aspectos: el ciclo menstrual y la carga adicional del cuidado de los hijos y las labores domésticas.
Si bien algunos autores hablan de una mayor frecuencia de los trastornos menstruales en grupos de mujeres que realizan trabajos por turnos en comparación con las que trabajan de día
(Tasto y cols. 1978; Uchata y Sasakawa 1982), la homogeneidad de estos grupos de trabajadoras por turnos y con horario de día resultaba dudosa. Pokorski y cols. (1990) estudiaron la sensación de incomodidad experimentada por un grupo de mujeres que trabajaban en tres turnos durante las tres fases del ciclo mens- trual: premenstrual, menstrual y posmenstrual. Las diferencias entre estas fases eran más significativas que las que se daban entre los turnos de mañana, tarde y noche.
El cuidado de los hijos en el hogar reducía el tiempo dedicado al sueño y al ocio por las enfermeras que trabajaban por turnos. Un estudio realizado por Estryn-Behar en 120 mujeres empleadas permanentemente en el turno de noche reveló que el período medio de sueño al final de un turno de noche era de 6 horas 31 minutos en las mujeres sin hijos, de 5 horas y 30 minutos en las mujeres con hijos mayores, y de 4 horas y 55 minutos en las mujeres con hijos pequeños (Estryn-Behar y cols. 1978). Sin embargo, según un estudio realizado en un grupo de mujeres policías, las mujeres con hijos tenían una actitud más favorable hacia el trabajo por turno que las demás (Beermann y cols. 1990).
En un estudio realizado por Härmä y cols. (1988a, b), la aptitud física se reveló como un factor propicio a una mayor tolerancia del trabajo por turnos. Según un estudio de seguimiento realizado con un diseño de muestras apareadas, el grupo de participantes que intervino regularmente en un programa de cuatro meses informó de una reducción significativa de la sensa- ción general de fatiga, sobre todo durante la permanencia en el turno de noche, así como de una disminución de los síntomas musculoesqueléticos y una prolongación de las horas de sueño.
En algunos estudios se ha establecido una relación entre la “flexibilidad de los hábitos de sueño” y la “capacidad para superar la somnolencia”, evaluadas según el cuestionario desarrollado por Folkard y cols. (1979; 1982), y una mayor tolerancia del trabajo por turnos (Wynne y cols. 1986; Costa y cols. 1989; Vidacek y cols. 1987). Sin embargo, otros estudios (como el de Bohle y Tilley, 1989), no han confirmado esta relación.
Otras variables capaces de influir en la tolerancia del trabajo por turnos son el “compromiso con el trabajo por turnos”, definido como el modo en que las personas programan su vida (Folkard y cols. 1979; Minors y Waterhouse 1981), y el “estilo de afrontamiento” de las personas que trabajan por turnos (Olsson y cols. 1987; Olsson y Kandolin 1990).
Además de las características individuales, los factores ambientales parecen ser determinantes de la magnitud de los problemas que presentan las personas que trabajan por turnos. Küper y cols. (1980) y Knauth (1983) hallaron que los trabajadores por turnos que veían frecuente o sistemáticamente frustrados sus intentos de dormir de día por causa del ruido se quejaban con mayor frecuencia de problemas nerviosos y gastrointestinales que los que experimentaban poca o ninguna perturbación del sueño.
(Härmä y cols. 1990; Matsumoto y Morita 1987).
El sexo y el embarazo son dos variables que, aunque debatidas frecuentemente, no han sido aún suficientemente investigadas en estudios longitudinales. Rutenfranz y cols. (1987) han estudiado la literatura existente y llegado a la conclusión de que los ritmos circadianos de hombres y mujeres reaccionan de la misma forma a la alternancia de las fases de trabajo y sueño en relación con el trabajo nocturno. No obstante, es preciso tomar en consi- deración dos aspectos: el ciclo menstrual y la carga adicional del cuidado de los hijos y las labores domésticas.
Si bien algunos autores hablan de una mayor frecuencia de los trastornos menstruales en grupos de mujeres que realizan trabajos por turnos en comparación con las que trabajan de día
(Tasto y cols. 1978; Uchata y Sasakawa 1982), la homogeneidad de estos grupos de trabajadoras por turnos y con horario de día resultaba dudosa. Pokorski y cols. (1990) estudiaron la sensación de incomodidad experimentada por un grupo de mujeres que trabajaban en tres turnos durante las tres fases del ciclo mens- trual: premenstrual, menstrual y posmenstrual. Las diferencias entre estas fases eran más significativas que las que se daban entre los turnos de mañana, tarde y noche.
El cuidado de los hijos en el hogar reducía el tiempo dedicado al sueño y al ocio por las enfermeras que trabajaban por turnos. Un estudio realizado por Estryn-Behar en 120 mujeres empleadas permanentemente en el turno de noche reveló que el período medio de sueño al final de un turno de noche era de 6 horas 31 minutos en las mujeres sin hijos, de 5 horas y 30 minutos en las mujeres con hijos mayores, y de 4 horas y 55 minutos en las mujeres con hijos pequeños (Estryn-Behar y cols. 1978). Sin embargo, según un estudio realizado en un grupo de mujeres policías, las mujeres con hijos tenían una actitud más favorable hacia el trabajo por turno que las demás (Beermann y cols. 1990).
En un estudio realizado por Härmä y cols. (1988a, b), la aptitud física se reveló como un factor propicio a una mayor tolerancia del trabajo por turnos. Según un estudio de seguimiento realizado con un diseño de muestras apareadas, el grupo de participantes que intervino regularmente en un programa de cuatro meses informó de una reducción significativa de la sensa- ción general de fatiga, sobre todo durante la permanencia en el turno de noche, así como de una disminución de los síntomas musculoesqueléticos y una prolongación de las horas de sueño.
En algunos estudios se ha establecido una relación entre la “flexibilidad de los hábitos de sueño” y la “capacidad para superar la somnolencia”, evaluadas según el cuestionario desarrollado por Folkard y cols. (1979; 1982), y una mayor tolerancia del trabajo por turnos (Wynne y cols. 1986; Costa y cols. 1989; Vidacek y cols. 1987). Sin embargo, otros estudios (como el de Bohle y Tilley, 1989), no han confirmado esta relación.
Otras variables capaces de influir en la tolerancia del trabajo por turnos son el “compromiso con el trabajo por turnos”, definido como el modo en que las personas programan su vida (Folkard y cols. 1979; Minors y Waterhouse 1981), y el “estilo de afrontamiento” de las personas que trabajan por turnos (Olsson y cols. 1987; Olsson y Kandolin 1990).
Además de las características individuales, los factores ambientales parecen ser determinantes de la magnitud de los problemas que presentan las personas que trabajan por turnos. Küper y cols. (1980) y Knauth (1983) hallaron que los trabajadores por turnos que veían frecuente o sistemáticamente frustrados sus intentos de dormir de día por causa del ruido se quejaban con mayor frecuencia de problemas nerviosos y gastrointestinales que los que experimentaban poca o ninguna perturbación del sueño.
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