Es necesario elaborar planes de emergencia para reaccionar ante un accidente grave con sustancias peligrosas tanto durante el transporte como en instalaciones fijas. La tarea de planificación se ve dificultada por el hecho de que no se sabe de antemano dónde va a producirse un accidente, lo que exige una planificación flexible. No puede preverse qué sustancias intervendrán en un accidente de transporte. Por la naturaleza del incidente, pueden mezclarse varios productos en un mismo lugar y ocasionar considerables problemas a los servicios de emergencia. El incidente puede tener lugar en una zona altamente urbanizada, aislada o rural, muy industrializada o comercial. Otro factor es la población transeúnte que pueda verse envuelta sin saberlo, ya sea porque el accidente ocasione una caravana en la carretera o porque se detengan trenes de pasajeros debido a un accidente de ferrocarril.
Es necesario, por tanto, desarrollar planes locales y nacionales para reaccionar ante tales sucesos. Los planes deben ser senci- llos, flexibles y fáciles de comprender. Dado que los accidentes graves de transporte pueden producirse en muchos lugares, el plan debe adecuarse a todas las localizaciones posibles. Para que el plan funcione eficazmente en todo momento y en localidades tanto rurales y aisladas como urbanas y superpobladas, todas las organizaciones que participen en la respuesta al accidente deben actuar con flexibilidad, sin dejar de respetar por ello los princi- pios básicos de la estrategia general.
Los primeros en acudir deben recabar la mayor cantidad posible de información para determinar la índole del peligro. La reacción más adecuada vendrá determinada por la naturaleza del incidente: si se trata de un derrame, un incendio, un escape tóxico o una combinación de los anteriores. Los servicios de emergencia deben conocer los sistemas nacionales e internacio- nales de señalización de los vehículos que transportan sustancias y materiales peligrosos, y tener acceso a alguna de las bases de datos nacionales e internacionales que pueden ayudar a identi- ficar el peligro y los problemas conexos.
Es vital controlar rápidamente el incidente. La cadena de mando debe estar claramente identificada, aunque puede cambiar en el curso del suceso, pasando de los servicios de emergencia a la policía o al gobierno civil de la localidad afectada. El plan debe permitir reconocer los efectos para la población, tanto para las personas que trabajen o residan en la zona potencialmente afectada como para las que pasen por allí. Hay que recurrir a expertos en asuntos de salud pública para que asesoren tanto sobre la gestión inmediata del incidente como sobre los posibles efectos para la salud a largo plazo, directos e indirectos (a través de la cadena alimentaria). Deben determinarse puntos de contacto para obtener asesoramiento sobre la contaminación ambiental de cursos de agua y otros puntos, así como sobre la repercusión de las condiciones climáticas en el movimiento de nubes de gas. Entre las medidas de reacción, los planes deben contemplar la posibilidad de evacuación. No obstante, las propuestas deben ser flexibles, pues puede ocurrir que haya que considerar cuestiones en materia de costes y beneficios, tanto en la gestión del incidente como en términos de salud pública. Se debe definir con toda claridad la política a seguir para mantener a los medios de comunicación plenamente informados, así como las medidas que se adoptarán para mitigar los efectos del accidente. La información debe ser exacta y oportuna, y el portavoz debe conocer el plan de respuesta global y tener acceso a expertos para responder a preguntas especializadas. Unas relaciones inadecuadas con los medios de comuni- cación pueden trastornar la gestión del suceso y provocar comentarios desfavorables, y a veces injustificados, sobre la respuesta global al episodio. Todo plan debe incluir ejercicios adecuados de simulacros de catástrofes, que permiten a los distintos organismos participantes conocer los puntos fuertes y débiles en la organización de los demás. Son necesarios tanto los ejercicios con maquetas como los físicos.
Es necesario, por tanto, desarrollar planes locales y nacionales para reaccionar ante tales sucesos. Los planes deben ser senci- llos, flexibles y fáciles de comprender. Dado que los accidentes graves de transporte pueden producirse en muchos lugares, el plan debe adecuarse a todas las localizaciones posibles. Para que el plan funcione eficazmente en todo momento y en localidades tanto rurales y aisladas como urbanas y superpobladas, todas las organizaciones que participen en la respuesta al accidente deben actuar con flexibilidad, sin dejar de respetar por ello los princi- pios básicos de la estrategia general.
Los primeros en acudir deben recabar la mayor cantidad posible de información para determinar la índole del peligro. La reacción más adecuada vendrá determinada por la naturaleza del incidente: si se trata de un derrame, un incendio, un escape tóxico o una combinación de los anteriores. Los servicios de emergencia deben conocer los sistemas nacionales e internacio- nales de señalización de los vehículos que transportan sustancias y materiales peligrosos, y tener acceso a alguna de las bases de datos nacionales e internacionales que pueden ayudar a identi- ficar el peligro y los problemas conexos.
Es vital controlar rápidamente el incidente. La cadena de mando debe estar claramente identificada, aunque puede cambiar en el curso del suceso, pasando de los servicios de emergencia a la policía o al gobierno civil de la localidad afectada. El plan debe permitir reconocer los efectos para la población, tanto para las personas que trabajen o residan en la zona potencialmente afectada como para las que pasen por allí. Hay que recurrir a expertos en asuntos de salud pública para que asesoren tanto sobre la gestión inmediata del incidente como sobre los posibles efectos para la salud a largo plazo, directos e indirectos (a través de la cadena alimentaria). Deben determinarse puntos de contacto para obtener asesoramiento sobre la contaminación ambiental de cursos de agua y otros puntos, así como sobre la repercusión de las condiciones climáticas en el movimiento de nubes de gas. Entre las medidas de reacción, los planes deben contemplar la posibilidad de evacuación. No obstante, las propuestas deben ser flexibles, pues puede ocurrir que haya que considerar cuestiones en materia de costes y beneficios, tanto en la gestión del incidente como en términos de salud pública. Se debe definir con toda claridad la política a seguir para mantener a los medios de comunicación plenamente informados, así como las medidas que se adoptarán para mitigar los efectos del accidente. La información debe ser exacta y oportuna, y el portavoz debe conocer el plan de respuesta global y tener acceso a expertos para responder a preguntas especializadas. Unas relaciones inadecuadas con los medios de comuni- cación pueden trastornar la gestión del suceso y provocar comentarios desfavorables, y a veces injustificados, sobre la respuesta global al episodio. Todo plan debe incluir ejercicios adecuados de simulacros de catástrofes, que permiten a los distintos organismos participantes conocer los puntos fuertes y débiles en la organización de los demás. Son necesarios tanto los ejercicios con maquetas como los físicos.
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