jueves, 4 de octubre de 2007

Efectos fisiopatológicos de la reducción de la presión barométrica: Mal de montaña agudo

El mal de montaña agudo (MMA) es el trastorno más frecuente en entornos de gran altitud y afecta a dos terceras partes de los que los visitan. Su incidencia depende de múltiples factores, tales como la velocidad del ascenso, la duración de la exposición, el grado de actividad y la sensibilidad individual. Es fundamental identificar a los afectados, a fin de evitar la progresión del proceso hacia un edema cerebral o pulmonar. La identificación se consigue mediante el reconocimiento de los signos y síntomas característicos que se producen en el entorno adecuado. En general, aparece dentro de las primeras horas siguientes a un rápido ascenso a altitudes superiores a 2.500 m. Los síntomas más frecuentes son: cefalea, que es más intensa por la noche; pérdida de apetito, que puede ir acompañada de náuseas y vómitos; alteraciones del sueño y fatiga. Las personas con MMA suelen manifestar sensación de ahogo, tos y síntomas neuroló- gicos, como déficit de memoria y alteraciones visuales o auditivas. La exploración física puede ser anodina, si bien la retención de líquidos es a menudo un signo precoz. Es posible que la patogenia de esta enfermedad guarde relación con una hipoventilación relativa, que incrementa el flujo sanguíneo cerebral y la presión intracraneal a través del aumento de la PCO2 arterial y la reducción de la PO2 arterial. Así se explicaría que las personas con mayor RVH tengan menos tendencia a desarrollarla. Los mecanismos de la retención de líquidos no se comprenden por completo, pero podrían estar relacionados con la alteración de los niveles del plasma para las proteínas las hormonas que regulan la excreción renal de agua; estos mecanismos reguladores podrían responder a la mayor actividad del sistema nervioso simpático observada en los pacientes con el mal de montaña agudo. La acumulación de agua, a su vez, conlleva el desarrollo de edema o tumefacción de los espacios intersticiales de los pulmones. Los casos más graves pueden evolucionar hacia el edema pulmonar o cerebral.
El ascenso lento y gradual previene el desarrollo del mal de montaña agudo, ya que permite el tiempo suficiente para lograr una aclimatación adecuada. Puede ser decisivo para personas muy susceptibles o con antecedentes de haber padecido el tras- torno. Además, la administración de acetazolamida antes o durante el ascenso puede prevenir o mejorar los síntomas de la enfermedad. La acetazolamida inhibe la acción de la anhidrasa carbónica en el riñón y provoca un aumento de la excreción de iones bicarbonato y agua, causando acidosis sanguínea. La acidosis estimula la respiración, por lo que aumenta la saturación de la hemoglobina arterial y se reduce la respiración periódica durante el sueño. Gracias a este mecanismo, la acetazolamida acelera el proceso natural de aclimatación.
El tratamiento más eficaz del mal de montaña agudo es el descenso. El ascenso a altitudes aún mayores está contraindicado. Cuando no sea posible hacer descender al afectado, puede administrársele oxígeno. Otra posibilidad es llevar cámaras hiperbá- ricas ligeras en los equipos de las expediciones a las grandes alturas. Las bolsas hiperbáricas son muy útiles cuando no se dispone de oxígeno y el descenso es imposible. Existen también varios fármacos que mejoran los síntomas del mal de montaña agudo, como la acetazolamida y la dexametasona. El mecanismo de acción de esta última no se conoce con seguridad, pero es posible que actúe disminuyendo la formación de edema.

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