En  personas  no  aclimatadas  expuestas  a  un  ambiente  caluroso puede aparecer edema leve dependiente, es decir, la hinchazón de manos y pies. Suele afectar a las mujeres y desaparece con la aclimatación. Remite al cabo de unas horas cuando el paciente se tumba en un lugar fresco.
Temas
- CALIDAD DEL AIRE INTERIOR
- CALOR Y FRIO
- CONTROL AMBIENTAL EN INTERIORES
- CONTROL DE LA CONTAMINACION AMBIENTAL
- DESASTRES NATURALES Y TECNOLOGICOS
- ELECTRICIDAD
- HORAS DE TRABAJO
- ILUMINACION
- INCENDIOS
- POLITICA EN MATERIA DE MEDIO AMBIENTE
- PRESION BAROMETRICA AUMENTO
- PRESION BAROMETRICA REDUCCION
- PREVENCION DE ACCIDENTES
- RADIACIONES IONIZANTES
- RADIACIONES NO IONIZANTES
- RIESGOS BIOLOGICOS
- RUIDO
- VIBRACIONES
- VIOLENCIA
sábado, 28 de febrero de 2009
viernes, 27 de febrero de 2009
Equipos de calefacción: Hor nos y estufas
Los incendios y explosiones en hornos y estufas suelen deberse al combustible utilizado, a las sustancias volátiles generadas o a una combinación  de  ambos.  Muchos  hornos  y  estufas  funcionan  a temperaturas comprendidas entre 500 y 1.000 C, que superan la temperatura de ignición de la mayoría de los materiales.
Los hornos y estufas requieren una serie de mandos y bloqueadores para evitar que los gases combustibles sin quemar
o los productos de una combustión incompleta se acumulen y entren en ignición. Normalmente, este peligro es mayor al inicio de la combustión o durante las operaciones de apagado. Por tanto, los técnicos deben disponer de una formación especial que garantice una actuación acorde con la normativa de seguridad.
Entre los elementos básicos de un sistema de seguridad contra la propagación de incendios suelen encontrarse la construcción de edificios con materiales incombustibles, su aislamiento de otros equipos y materiales combustibles y un sistema de extinción automática de incendios.
Los hornos y estufas requieren una serie de mandos y bloqueadores para evitar que los gases combustibles sin quemar
o los productos de una combustión incompleta se acumulen y entren en ignición. Normalmente, este peligro es mayor al inicio de la combustión o durante las operaciones de apagado. Por tanto, los técnicos deben disponer de una formación especial que garantice una actuación acorde con la normativa de seguridad.
Entre los elementos básicos de un sistema de seguridad contra la propagación de incendios suelen encontrarse la construcción de edificios con materiales incombustibles, su aislamiento de otros equipos y materiales combustibles y un sistema de extinción automática de incendios.
jueves, 26 de febrero de 2009
Equipos de calefacción
Entre los equipos de calefacción que se utilizan en el comercio y la industria se encuentran las estufas, los hornos convencionales, los  hornos  de  madera,  los  deshidratadores,  los  secadores  y  los tanques de enfriamiento.
En el Industrial Fire Hazards Handbook del NFPA, Simmons
(1990) identifica los siguientes riesgos de incendio de los equipos de calefacción:
Estos peligros pueden paliarse mediante la combinación, en el marco de un programa efectivo de prevención de incendios, de medidas de gestión y control adecuadas, de formación y prác- ticas para los trabajadores y de limpieza y mantenimiento.
El Fire Protection Handbook del NFPA (Cote, 1991) incluye recomendaciones detalladas para los distintos tipos de calefacción, que resumimos a continuación.
En el Industrial Fire Hazards Handbook del NFPA, Simmons
(1990) identifica los siguientes riesgos de incendio de los equipos de calefacción:
1. la probabilidad de provocar la ignición de los materiales combustibles almacenados en las proximidades;
2. el peligro derivado de la existencia de combustible sin quemar o de una combustión incompleta;
3. el sobrecalentamiento debido a un fallo del equipo,
4. la ignición de disolventes combustibles, materiales sólidos u otros productos en proceso.
Estos peligros pueden paliarse mediante la combinación, en el marco de un programa efectivo de prevención de incendios, de medidas de gestión y control adecuadas, de formación y prác- ticas para los trabajadores y de limpieza y mantenimiento.
El Fire Protection Handbook del NFPA (Cote, 1991) incluye recomendaciones detalladas para los distintos tipos de calefacción, que resumimos a continuación.
miércoles, 25 de febrero de 2009
Formación sobre seguridad contra incendios: Prácticas de mantenimiento industrial
En  el  sector  industrial,  Lees  (1980)  está  considerado  una  autoridad internacional. Este autor afirma que, en muchas industrias, el potencial de pérdida masiva de vidas, daños graves o materiales es ahora mucho mayor que en el pasado. Actualmente, y en especial  en  las  industrias  petroquímica  y  nuclear,  existe  un  gran peligro de incendio, explosión y liberación de gases tóxicos.
Por esta razón, la prevención de incendios es la clave para minimizar su ignición. Las plantas industriales modernas pueden conseguir un buen nivel de seguridad contra incendios mediante una buena gestión de los programas de:
La interesante guía de Higgins (1991) en el Fire Protection Handbook del NFPA analiza la importancia del mantenimiento en la prevención de incendios de instalaciones comerciales e industriales.
Las modernas herramientas informáticas de evaluación del riesgo de incendio en instalaciones industriales conceden gran importancia al mantenimiento para minimizar los riesgos del combustible y prevenir su contacto con fuentes de ignición. El software FREM (Fire Risk Evaluation Method) de Australia considera el mantenimiento como un factor clave en la segu- ridad contra incendios (Keith, 1994).
Por esta razón, la prevención de incendios es la clave para minimizar su ignición. Las plantas industriales modernas pueden conseguir un buen nivel de seguridad contra incendios mediante una buena gestión de los programas de:
• inspección de mantenimiento y seguridad;
• formación del personal en prevención de incendios;
• mantenimiento y reparación de equipos,
• seguridad y prevención de incendios provocados (Blye y
Bacon, 1991).
La interesante guía de Higgins (1991) en el Fire Protection Handbook del NFPA analiza la importancia del mantenimiento en la prevención de incendios de instalaciones comerciales e industriales.
Las modernas herramientas informáticas de evaluación del riesgo de incendio en instalaciones industriales conceden gran importancia al mantenimiento para minimizar los riesgos del combustible y prevenir su contacto con fuentes de ignición. El software FREM (Fire Risk Evaluation Method) de Australia considera el mantenimiento como un factor clave en la segu- ridad contra incendios (Keith, 1994).
martes, 24 de febrero de 2009
Trabajo sin tensión: Desconexión completa
La sección de la instalación en la cual se haya  de  ejecutar  el  trabajo  deberá  ser  aislada  de  todas  las fuentes  de  suministro  de  corriente,  y  asegurada  contra  la reconexión.
lunes, 23 de febrero de 2009
Trabajo sin tensión
Las prácticas de trabajo siguientes garantizarán que las instala- ciones eléctricas en el lugar de trabajo permanezcan sin tensión mientras dure la actividad laboral. A menos que haya contraindicaciones claras, las prácticas deberán aplicarse en el orden que se indica.
domingo, 22 de febrero de 2009
La norma europea (1994a): Procedimientos de trabajo
Generalidades: La persona nombrada para controlar la instalación eléctrica y la persona nombrada para controlar el trabajo deben cerciorarse ambas de que los trabajadores reciben instrucciones específicas y detalladas antes de iniciar el trabajo y a la terminación del mismo.
Antes de empezar el trabajo, la persona nombrada para controlarlo deberá informar a la encargada de controlar la instalación eléctrica sobre la naturaleza del trabajo que se pretende realizar, su emplazamiento y las consecuencias para la instala- ción eléctrica. La notificación se dará por escrito siempre que sea posible, en especial cuando el trabajo sea complejo.
Las actividades de trabajo se dividen en tres categorías: trabajo sin tensión, trabajo con tensión y trabajo en la proximidad de instalaciones con tensión. Para cada tipo de trabajo se han desarrollado medidas de protección contra descargas eléc- tricas, cortocircuitos y arcos.
Inducción: Cuando se ejecuten trabajos en líneas eléctricas sometidas a inducción de corriente, se deberá tomar las precauciones siguientes:
Condiciones atmosféricas: Cuando se vean relámpagos o se oigan truenos, no se deberán iniciar o continuar trabajos en instalaciones de exterior o en instalaciones de interior conectadas directamente a líneas aéreas.
Antes de empezar el trabajo, la persona nombrada para controlarlo deberá informar a la encargada de controlar la instalación eléctrica sobre la naturaleza del trabajo que se pretende realizar, su emplazamiento y las consecuencias para la instala- ción eléctrica. La notificación se dará por escrito siempre que sea posible, en especial cuando el trabajo sea complejo.
Las actividades de trabajo se dividen en tres categorías: trabajo sin tensión, trabajo con tensión y trabajo en la proximidad de instalaciones con tensión. Para cada tipo de trabajo se han desarrollado medidas de protección contra descargas eléc- tricas, cortocircuitos y arcos.
Inducción: Cuando se ejecuten trabajos en líneas eléctricas sometidas a inducción de corriente, se deberá tomar las precauciones siguientes:
• puesta a tierra a intervalos adecuados; esto reduce el potencial entre conductores y tierra hasta el nivel de seguridad,
• unión equipotencial del lugar de trabajo; así se impide que los trabajadores formen parte de un circuito inductivo.
Condiciones atmosféricas: Cuando se vean relámpagos o se oigan truenos, no se deberán iniciar o continuar trabajos en instalaciones de exterior o en instalaciones de interior conectadas directamente a líneas aéreas.
sábado, 21 de febrero de 2009
AVALANCHAS: RIESGOS Y MEDIDAS DE • PROTECCION
Desde que los seres humanos comenzaron a asentarse en zonas montañosas,  han  estado  expuestos  a  los  riesgos  inherentes  a  la vida  en  la  montaña.  Entre  los  peligros  más  traicioneros  se encuentran  las  avalanchas  y  los  corrimientos  de  tierras,  que  se han cobrado víctimas hasta nuestros días.
Cuando las montañas quedan cubiertas por varios pies de nieve en invierno, y se dan determinadas condiciones, una masa de nieve que cubre las laderas empinadas o las cumbres como una espesa manta puede desprenderse del suelo y deslizarse hacia abajo por efecto de su propio peso. Así, inmensas cantidades de nieve caen estrepitosamente en la dirección más recta y se depositan en los valles. La energía cinética liberada produce peligrosas avalanchas, que barren, aplastan o entierran cuanto encuentran a su paso.
Las avalanchas se dividen en dos categorías en función del tipo y estado de la nieve: avalanchas de nieve seca o “polvo” y avalanchas de nieve húmeda o “papa”. Las primeras son peligrosas por las olas de “choque” que desencadenan y las últimas debido a su enorme volumen, pues la mayor humedad de la nieve húmeda aplasta todo cuanto encuentra a su paso, frecuentemente a gran velocidad, llegando a arrastrar secciones del subsuelo.
Pueden surgir situaciones especialmente peligrosas cuando la nieve acumulada en grandes laderas descubiertas de vertientes expuestas al viento se ve compactada por éste. Entonces, suele formarse una cubierta que mantiene una cohesión exclusiva- mente superficial, como una cortina suspendida desde lo alto, y descansa sobre una base que puede producir un efecto de roda- miento de bolas. Si se hace un “corte” en esta cubierta
(por ejemplo, si un esquiador deja un rastro transversal en la ladera) o si por cualquier razón esta delgada capa se rompe (por ejemplo por su propio peso), toda la carga de nieve puede desli- zarse ladera abajo como una plancha, convirtiéndose normal- mente en una avalancha a medida que avanza.
En el interior de la avalancha puede crearse una enorme presión, capaz de arrastrar, destruir o aplastar vehículos y cons- trucciones enteras como si fueran juguetes. Que los seres humanos tienen muy pocas posibilidades de sobrevivir a un infierno semejante es evidente, pues si no se muere aplastado se tiene muchas probabilidades de morir de asfixia o de frío. Por tanto, no es sorprendente que alrededor del 20 % de las personas atrapadas en avalanchas sean encontradas muertas, aunque se hallen inmediatamente.
La topografía y vegetación de la zona determina la trayectoria de las masas de nieve en su descenso hacia el valle. Los habi- tantes de la zona lo saben por observación y tradición, y en invierno se mantienen alejados de las zonas de peligro.
En otros tiempos, la única manera de escapar a estos peligros era no exponerse a ellos. Las granjas y asentamientos humanos se construían en lugares cuyas condiciones topográficas no permitían la aparición de avalanchas, o que tras años de expe- riencia se sabían alejados de las vías de avalancha conocidas. La gente llegaba a evitar totalmente las zonas montañosas durante el período de peligro.
Los bosques situados en las laderas superiores proporcionan una considerable protección contra estas catástrofes naturales, pues soportan las masas nieve en las zonas amenazadas y pueden restringir, detener o desviar avalanchas ya iniciadas, siempre que no hayan acumulado demasiado impulso.
Sea como fuere, la historia de los países montañosos está salpicada de catástrofes debidas a las avalanchas, que se han cobrado —y siguen haciéndolo— un gran tributo en vidas humanas y bienes. Por una parte, se suele subestimar la velo- cidad e impulso de las avalanchas. Por otra, éstas siguen en ocasiones trayectorias que, tras siglos de experiencia, no se habían considerado como vías de avalancha. Determinadas condiciones climáticas desfavorables, unidas a un determinado tipo de nieve y al estado del suelo (por ejemplo vegetación dañada, erosión o pérdidas de suelo como resultado de lluvias intensas) configuran unas circunstancias que pueden desem- bocar en una de esas “catástrofes del siglo”.
Que una zona esté especialmente expuesta al peligro de avalanchas depende no sólo de las condiciones climáticas, sino —en mayor medida— de la estabilidad de la cubierta de nieve y de si la zona en cuestión está situada en una de las vías o trayec- torias de avalancha habituales. Hay mapas especiales que mues- tran las zonas en que se sabe que se han producido avalanchas o es probable que ocurran como resultado de las características topográficas, especialmente las vías y trayectorias de avalanchas frecuentes. En zonas de alto riesgo está prohibida la construcción.
Ahora bien, estas medidas de precaución han dejado de ser suficientes, ya que, a pesar de la prohibición de construir en determinadas zonas y de toda la información disponible sobre los riesgos, muchas personas se sienten atraídas por las pinto- rescas zonas de montaña y se construye cada vez más, incluso en zonas de reconocido peligro. Además de esta indiferencia o elusión de las prohibiciones de construcción, una de las manifestaciones de la moderna sociedad del ocio es que miles de turistas van a la montaña con fines deportivos o recreativos en invierno, a zonas en que las avalanchas están prácticamente programadas.
La ladera ideal para esquiar es empinada y libre de obstáculos, y debe contar con una alfombra de nieve lo bastante gruesa: condiciones ideales para el esquiador, pero también para que la nieve se deslice hacia el valle.
Si, a pesar de todo, no se pueden evitar los riesgos o éstos se aceptan hasta cierto punto a modo de “efectos secundarios” e indeseables del placer que supone el deporte, es necesario desarrollar medios para hacer frente a estos peligros de otra manera.
Para mejorar las posibilidades de supervivencia de las personas enterradas por avalanchas, es esencial disponer de servicios de rescate bien organizados, teléfonos de emergencia cerca de las zonas de riesgo e información actualizada, tanto a las autoridades como a los turistas, sobre la situación en las zonas peligrosas. Unos sistemas de alarma precoz y una buena organización de los servicios de rescate, con el mejor equipo posible, pueden aumentar considerablemente las posibilidades de supervivencia de las personas enterradas por avalanchas, así como reducir la cuantía de los daños.
Cuando las montañas quedan cubiertas por varios pies de nieve en invierno, y se dan determinadas condiciones, una masa de nieve que cubre las laderas empinadas o las cumbres como una espesa manta puede desprenderse del suelo y deslizarse hacia abajo por efecto de su propio peso. Así, inmensas cantidades de nieve caen estrepitosamente en la dirección más recta y se depositan en los valles. La energía cinética liberada produce peligrosas avalanchas, que barren, aplastan o entierran cuanto encuentran a su paso.
Las avalanchas se dividen en dos categorías en función del tipo y estado de la nieve: avalanchas de nieve seca o “polvo” y avalanchas de nieve húmeda o “papa”. Las primeras son peligrosas por las olas de “choque” que desencadenan y las últimas debido a su enorme volumen, pues la mayor humedad de la nieve húmeda aplasta todo cuanto encuentra a su paso, frecuentemente a gran velocidad, llegando a arrastrar secciones del subsuelo.
Pueden surgir situaciones especialmente peligrosas cuando la nieve acumulada en grandes laderas descubiertas de vertientes expuestas al viento se ve compactada por éste. Entonces, suele formarse una cubierta que mantiene una cohesión exclusiva- mente superficial, como una cortina suspendida desde lo alto, y descansa sobre una base que puede producir un efecto de roda- miento de bolas. Si se hace un “corte” en esta cubierta
(por ejemplo, si un esquiador deja un rastro transversal en la ladera) o si por cualquier razón esta delgada capa se rompe (por ejemplo por su propio peso), toda la carga de nieve puede desli- zarse ladera abajo como una plancha, convirtiéndose normal- mente en una avalancha a medida que avanza.
En el interior de la avalancha puede crearse una enorme presión, capaz de arrastrar, destruir o aplastar vehículos y cons- trucciones enteras como si fueran juguetes. Que los seres humanos tienen muy pocas posibilidades de sobrevivir a un infierno semejante es evidente, pues si no se muere aplastado se tiene muchas probabilidades de morir de asfixia o de frío. Por tanto, no es sorprendente que alrededor del 20 % de las personas atrapadas en avalanchas sean encontradas muertas, aunque se hallen inmediatamente.
La topografía y vegetación de la zona determina la trayectoria de las masas de nieve en su descenso hacia el valle. Los habi- tantes de la zona lo saben por observación y tradición, y en invierno se mantienen alejados de las zonas de peligro.
En otros tiempos, la única manera de escapar a estos peligros era no exponerse a ellos. Las granjas y asentamientos humanos se construían en lugares cuyas condiciones topográficas no permitían la aparición de avalanchas, o que tras años de expe- riencia se sabían alejados de las vías de avalancha conocidas. La gente llegaba a evitar totalmente las zonas montañosas durante el período de peligro.
Los bosques situados en las laderas superiores proporcionan una considerable protección contra estas catástrofes naturales, pues soportan las masas nieve en las zonas amenazadas y pueden restringir, detener o desviar avalanchas ya iniciadas, siempre que no hayan acumulado demasiado impulso.
Sea como fuere, la historia de los países montañosos está salpicada de catástrofes debidas a las avalanchas, que se han cobrado —y siguen haciéndolo— un gran tributo en vidas humanas y bienes. Por una parte, se suele subestimar la velo- cidad e impulso de las avalanchas. Por otra, éstas siguen en ocasiones trayectorias que, tras siglos de experiencia, no se habían considerado como vías de avalancha. Determinadas condiciones climáticas desfavorables, unidas a un determinado tipo de nieve y al estado del suelo (por ejemplo vegetación dañada, erosión o pérdidas de suelo como resultado de lluvias intensas) configuran unas circunstancias que pueden desem- bocar en una de esas “catástrofes del siglo”.
Que una zona esté especialmente expuesta al peligro de avalanchas depende no sólo de las condiciones climáticas, sino —en mayor medida— de la estabilidad de la cubierta de nieve y de si la zona en cuestión está situada en una de las vías o trayec- torias de avalancha habituales. Hay mapas especiales que mues- tran las zonas en que se sabe que se han producido avalanchas o es probable que ocurran como resultado de las características topográficas, especialmente las vías y trayectorias de avalanchas frecuentes. En zonas de alto riesgo está prohibida la construcción.
Ahora bien, estas medidas de precaución han dejado de ser suficientes, ya que, a pesar de la prohibición de construir en determinadas zonas y de toda la información disponible sobre los riesgos, muchas personas se sienten atraídas por las pinto- rescas zonas de montaña y se construye cada vez más, incluso en zonas de reconocido peligro. Además de esta indiferencia o elusión de las prohibiciones de construcción, una de las manifestaciones de la moderna sociedad del ocio es que miles de turistas van a la montaña con fines deportivos o recreativos en invierno, a zonas en que las avalanchas están prácticamente programadas.
La ladera ideal para esquiar es empinada y libre de obstáculos, y debe contar con una alfombra de nieve lo bastante gruesa: condiciones ideales para el esquiador, pero también para que la nieve se deslice hacia el valle.
Si, a pesar de todo, no se pueden evitar los riesgos o éstos se aceptan hasta cierto punto a modo de “efectos secundarios” e indeseables del placer que supone el deporte, es necesario desarrollar medios para hacer frente a estos peligros de otra manera.
Para mejorar las posibilidades de supervivencia de las personas enterradas por avalanchas, es esencial disponer de servicios de rescate bien organizados, teléfonos de emergencia cerca de las zonas de riesgo e información actualizada, tanto a las autoridades como a los turistas, sobre la situación en las zonas peligrosas. Unos sistemas de alarma precoz y una buena organización de los servicios de rescate, con el mejor equipo posible, pueden aumentar considerablemente las posibilidades de supervivencia de las personas enterradas por avalanchas, así como reducir la cuantía de los daños.
viernes, 20 de febrero de 2009
Rayos e incendios forestales: Medidas de prevención y control, y necesidades de investigación
Debido al peligro y al estrés físico y mental inherentes a la lucha contra el fuego, los bomberos no deben trabajar más de 21 días seguidos, con un día libre por cada 7 días trabajados. Además de llevar  un  equipo  de  protección  adecuado,  deben  aprender  los factores de seguridad, como planificar vías de escape, mantenerse en comunicación, estar alerta ante peligros, estar pendientes del clima,  confirmar  las  instrucciones  y  actuar  antes  de  que  una situación se haga crítica. Entre las órdenes habituales de lucha contra el fuego destacan: saber cuál es el desarrollo del incendio, colocar  torres  de  vigilancia  y  dar  unas  instrucciones  claras  y comprensibles (Fuller 1991).
Entre los factores relacionados con la prevención de incendios forestales provocados por rayos se incluye reducir la presencia de materiales combustibles, como maleza y leña seca o árboles fácilmente combustibles como los eucaliptos, impedir la cons- trucción en zonas con alta probabilidad de incendios y procurar una detección precoz de los incendios forestales. La detección precoz se ha visto facilitada por el desarrollo de nuevas tecnologías, como un sistema de infrarrojos que se monta en helicópteros para vigilar si las caídas de rayos notificadas por la vigilancia aérea y por los sistemas de detección han provocado incendios, y para establecer puntos de actuación para los efectivos de tierra y para el lanzamiento de agua desde helicópteros (Fuller 1991).
Es necesario contar con más información sobre el número y circunstancias de las muertes y lesiones asociadas a los incendios forestales provocados por rayos.
Entre los factores relacionados con la prevención de incendios forestales provocados por rayos se incluye reducir la presencia de materiales combustibles, como maleza y leña seca o árboles fácilmente combustibles como los eucaliptos, impedir la cons- trucción en zonas con alta probabilidad de incendios y procurar una detección precoz de los incendios forestales. La detección precoz se ha visto facilitada por el desarrollo de nuevas tecnologías, como un sistema de infrarrojos que se monta en helicópteros para vigilar si las caídas de rayos notificadas por la vigilancia aérea y por los sistemas de detección han provocado incendios, y para establecer puntos de actuación para los efectivos de tierra y para el lanzamiento de agua desde helicópteros (Fuller 1991).
Es necesario contar con más información sobre el número y circunstancias de las muertes y lesiones asociadas a los incendios forestales provocados por rayos.
jueves, 19 de febrero de 2009
Rayos e incendios forestales: Factores de morbilidad y mortalidad
La  mayor  parte  de  los  bomberos  que  mueren  en  incendios fallecen  en  accidentes  de  camión  o  helicóptero,  o  bien  al  ser alcanzados  por  la  caída  de  ramaje,  más  que  por  el  propio incendio. Claro está que la lucha contra el fuego puede provocar golpes de calor, agotamiento por calor y deshidratación. El golpe de  calor  consiste  en  que  la  temperatura  del  cuerpo  supera  los
39,4 °C y puede ocasionar la muerte o daños al cerebro. El monóxido de carbono es otra amenaza, particularmente en fuegos sin llama. En un estudio sobre 293 bomberos, los investigadores descubrieron que la sangre de 62 de ellos contenía niveles de carboxihemoglobina superiores al máximo admisible, de un 5 %, tras ocho horas en el frente de incendio (Fuller 1991).
39,4 °C y puede ocasionar la muerte o daños al cerebro. El monóxido de carbono es otra amenaza, particularmente en fuegos sin llama. En un estudio sobre 293 bomberos, los investigadores descubrieron que la sangre de 62 de ellos contenía niveles de carboxihemoglobina superiores al máximo admisible, de un 5 %, tras ocho horas en el frente de incendio (Fuller 1991).
miércoles, 18 de febrero de 2009
Tratamiento de la oftalmia producida por veneno de serpiente
Cuando  el  veneno  escupido  por  una  cobra  se  introduce  en  los ojos,  los  primeros  auxilios  consisten  en  el  lavado  con  grandes volúmenes de agua o cualquier otro líquido inerte que se tenga a mano. El dolor puede aliviarse con colirio de adrenalina (0,1 %). Salvo  que  pueda  descartarse  una  abrasión  corneal  mediante tinción fluorescente y examen a la luz de una lámpara de hendidura,  el  tratamiento  debe  ser  el  mismo  que  para  una  lesión córnea: un antibimicrobiano tópico, como tetraciclina o cloranfe- nicol. En la actualidad no se recomienda la instilación de antídoto diluido.
martes, 17 de febrero de 2009
Trastornos hemostáticos
Una vez que se administra un antídoto específico para neutralizar los  efectos  anticoagulantes  del  veneno,  la  restauración  de  la coagulabilidad y la función plaquetaria pueden acelerarse admi- nistrando sangre reciente, plasma fresco congelado, crioprecipitados  (que  contienen  fibrinógeno,  factor  VIII,  fibronectina  y algunos factores V y XIII) o concentrados de plaquetas. No debe utilizarse  heparina.  Los  corticoides  no  están  indicados  para  el tratamiento del envenenamiento.
lunes, 16 de febrero de 2009
Tratamiento del envenenamiento local
Las ampollas pueden vaciarse con una aguja fina. La extremidad afectada  por  la  mordedura  debe  colocarse  en  la  posición  más cómoda posible. Una vez que aparezcan signos claros de necrosis local (zona insensible y oscurecida con olor putrefacto o signos de descamación), deberá procederse a la limpieza quirúrgica, injerto cutáneo laminar inmediato y aplicación de una pomada antimi- crobiana de amplio espectro. El aumento de la presión en el interior  de  compartimentos  fasciales  herméticos,  como  los  espacios de  pulpa  digital  y  el  compartimento  anterior  de  la  tibia  puede causar  lesiones  isquémicas.  Tal  complicación  es  más  frecuente tras  la  mordedura  de  serpientes  de  cascabel  norteamericanas como C. adamanteus, Calloselasma rhodostoma, Trimeresurus flavoviridis, especies  de  Bothrops  y  Bitis  arietans.  Los  síntomas  son:  dolor intenso,  debilidad  de  los  músculos  compartimentales  y  dolor cuando se estiran pasivamente, hipestesia en las áreas de la piel enervadas  por  nervios  que  recorren  esa  áera.  La  detección  del pulso arterial (p. ej., mediante ultrasonidos Doppler) no descarta isquemia dentro de la zona. Las presiones superiores a 45 mm Hg dentro  de  la  zona  se  asocian  a  un  elevado  riesgo  de  necrosis isquémica. En estas circunstancias, puede considerarse la posibilidad de una fasciotomía, aunque no debe intentarse hasta que se haya  restaurado  la  coagulabilidad  sanguínea  y  el  recuento  de plaquetas  supere  50.000/l.  Un  tratamiento  precoz  adecuado con  antídoto  evitará  el  desarrollo  de  síndromes  intracompartimentales en la mayoría de los casos.
domingo, 15 de febrero de 2009
Trastornos sistémicos: Calambres por calor
Los calambres por calor pueden aparecer tras una intensa sudo- ración  como  consecuencia  de  un  trabajo  físico  prolongado. Aparecen  espasmos  dolorosos  en  las  extremidades  y  en  los músculos  abdominales  sometidos  a  un  trabajo  intenso y a  la  fatiga,  aunque  la  temperatura  corporal  apenas  aumenta.  Esos calambres están causados por la depleción salina que se produce cuando la pérdida hídrica resultante de una sudoración profusa y  prolongada  se  repone  con  agua  no  suplementada  con  sal  y cuando los niveles circulantes de sodio descienden por debajo de un nivel crítico. Los calambres por calor son, en sí mismos, relativamente inocuos. Suelen afectar a personas en buena forma física que son capaces de realizar un esfuerzo físico prolongado y antiguamente se conocían como “calambres del minero” o “calambres del cortador de cañas” porque afectaban con frecuencia a estos trabajadores.
El tratamiento de los calambres por calor consiste en interrumpir la actividad, descansar en un lugar fresco y reponer los líquidos y electrolitos perdidos. La exposición al calor debe evitarse durante al menos 24 o 48 horas.
El tratamiento de los calambres por calor consiste en interrumpir la actividad, descansar en un lugar fresco y reponer los líquidos y electrolitos perdidos. La exposición al calor debe evitarse durante al menos 24 o 48 horas.
Infección local en el lugar de la mordedura
Las mordeduras de algunas especies (p. ej., especies de Bothrops, C.  rhodostoma)  parecen  ser  particularmente  propensas  a  complicarse con infecciones locales causadas por bacterias presentes en el veneno de la serpiente o en sus colmillos. Tales infecciones se previenen  con  penicilina,  cloramfenicol  o  eritromicina  y  una dosis de vacuna de recuerdo de toxoide tetánico, especialmente si la herida es de tipo incisivo o si ha sufrido algún tipo de desgarro. Cuando  existen  indicios  de  necrosis  local  debe  añadirse  un aminoglucósido como la gentamicina o el metronidazol.
jueves, 12 de febrero de 2009
Fuentes dentro del edificio: Humo de tabaco ambiental
La  contaminación  del  aire  interior  por  el  humo  de  tabaco procede del flujo lateral y del flujo principal de humo exhalado, y generalmente  recibe  el  nombre  de  humo  de  tabaco  ambiental (HTA). Se han identificado varios millares de componentes diferentes del humo del tabaco, cuyas cantidades individuales varían en función del tipo de cigarrillo y de las condiciones de produc- ción de humo. Los principales compuestos químicos asociados al HTA  son:  nicotina,  nitrosaminas,  HPA,  CO,  CO2,  NOx,  acroleína, formaldehído y cianuro de hidrógeno.
martes, 10 de febrero de 2009
Fuentes dentro del edificio
Los  niveles  elevados  de  contaminantes  generados  por  combustión,  en  particular  de  dióxido  de  nitrógeno  y  monóxido  de carbono  en  espacios  interiores,  suelen  proceder  de  aparatos  de combustión mal ventilados o con un mantenimiento deficiente y del consumo de tabaco. Los calentadores de queroseno y de gas no ventilados emiten cantidades importantes de CO, CO2, NOx, SO2,  partículas  y  formaldehído.  Las  cocinas  y  hornos  de  gas también  liberan  estos  productos  directamente  al  aire  interior. En condiciones de funcionamiento normales, los calentadores de aire a presión con calefacción por gas y los calentadores de agua no  deben  liberar  productos  de  combustión  al  aire  interior del  edificio.  Ahora  bien,  puede  producirse  un  escape  y  reflujo de  gases  de  combustión  en  aparatos  defectuosos  cuando  la habitación  está  despresurizada  debido  a  la  confluencia  de  los sistemas de escape y a ciertas condiciones meteorológicas.
lunes, 9 de febrero de 2009
NATURALEZA Y FUENTES DE LOS • CONTAMINANTES QUIMICOS EN EL INTERIOR
Contaminantes químicos característicos
Los  contaminantes  químicos  del  aire  interior  pueden  tomar forma  de  gases  y  vapores  (inorgánicos  y  orgánicos)  y  de  partículas,  y  pueden  haber  penetrado  al  interior  desde  el  ambiente exterior o bien haberse formado dentro del edificio. La importancia  relativa  del  origen  interior  o  exterior  varía  según  los distintos contaminantes y en función del tiempo.
He aquí los contaminantes químicos principales y más comunes en el aire interior:
1. dióxido de carbono (CO2), un producto metabólico que se utiliza a menudo como indicador del nivel general de contaminación del aire en relación con la presencia de seres humanos en el interior;
2. monóxido de carbono (CO), óxidos de nitrógeno (NOx) y dióxido de azufre (SO2), gases de combustión inorgánicos formados fundamentalmente durante la combustión de combustibles y de ozono (O3), producto de reacciones foto- químicas en atmósferas contaminadas aunque también puede
ser liberado por algunas fuentes de interiores;
3. compuestos orgánicos que se originan a partir de diversas fuentes interiores y del exterior. En el aire interior hay cientos de compuestos químicos orgánicos, aunque la mayoría están presentes a concentraciones muy bajas. Tales compuestos pueden agruparse en función de su punto de ebullición; en la Tabla 44.1 se muestra una clasificación muy utilizada que identifica cuatro grupos de compuestos orgá- nicos: a) compuestos orgánicos muy volátiles (COMV); b) compuestos orgánicos volátiles (COV); c) compuestos orgá- nicos semivolátiles (COSV), y d) compuestos orgánicos asociados a partículas (COAP). Los compuestos orgánicos de fase particulada se disuelven o adsorben en partículas. Pueden transformarse en vapor o en partículas, dependiendo de su volatilidad. Por ejemplo, los hidrocarburos poliaromá- ticos (HPA) constituidos por dos anillos de benceno fusio- nados (p. ej., el naftaleno) se encuentran principalmente en la fase de vapor y los constituidos por cinco anillos (p. ej., el benz[a]pireno) predominantemente en la pase particulada.
Una característica importante de los contaminantes del aire interior es que sus concentraciones varían espacial y temporalmente más que las del exterior. Esto es debido a la gran variedad de fuentes, al funcionamiento intermitente de algunas de ellas y en los diversos desagües existentes.
Las concentraciones de contaminantes generados principalmente por fuentes de combustión están sometidas a grandes variaciones temporales y tienen un carácter intermitente. Las liberaciones esporádicas de compuestos orgánicos volátiles debidas a actividades humanas como la pintura, también varían enormemente con el tiempo. Otras emisiones, como la liberación de formaldehído a partir de productos con base de madera, varían con los cambios de temperatura y de humedad del edificio, pero tienen un carácter continuo. La emisión de compuestos químicos orgánicos a partir de otros materiales puede depender menos de las condiciones de temperatura y humedad, pero sus concentraciones en el aire interior dependerán en gran medida de las condiciones de ventilación.
Las variaciones espaciales dentro de una habitación suelen ser menos pronunciadas que las temporales. Dentro de un edificio puede haber grandes diferencias por lo que se refiere a fuentes localizadas: es el caso de las fotocopiadoras en una oficina central, los hornos de gas en la cocina de un restaurante y las zonas restringidas para el consumo de tabaco.
He aquí los contaminantes químicos principales y más comunes en el aire interior:
1. dióxido de carbono (CO2), un producto metabólico que se utiliza a menudo como indicador del nivel general de contaminación del aire en relación con la presencia de seres humanos en el interior;
2. monóxido de carbono (CO), óxidos de nitrógeno (NOx) y dióxido de azufre (SO2), gases de combustión inorgánicos formados fundamentalmente durante la combustión de combustibles y de ozono (O3), producto de reacciones foto- químicas en atmósferas contaminadas aunque también puede
ser liberado por algunas fuentes de interiores;
3. compuestos orgánicos que se originan a partir de diversas fuentes interiores y del exterior. En el aire interior hay cientos de compuestos químicos orgánicos, aunque la mayoría están presentes a concentraciones muy bajas. Tales compuestos pueden agruparse en función de su punto de ebullición; en la Tabla 44.1 se muestra una clasificación muy utilizada que identifica cuatro grupos de compuestos orgá- nicos: a) compuestos orgánicos muy volátiles (COMV); b) compuestos orgánicos volátiles (COV); c) compuestos orgá- nicos semivolátiles (COSV), y d) compuestos orgánicos asociados a partículas (COAP). Los compuestos orgánicos de fase particulada se disuelven o adsorben en partículas. Pueden transformarse en vapor o en partículas, dependiendo de su volatilidad. Por ejemplo, los hidrocarburos poliaromá- ticos (HPA) constituidos por dos anillos de benceno fusio- nados (p. ej., el naftaleno) se encuentran principalmente en la fase de vapor y los constituidos por cinco anillos (p. ej., el benz[a]pireno) predominantemente en la pase particulada.
Una característica importante de los contaminantes del aire interior es que sus concentraciones varían espacial y temporalmente más que las del exterior. Esto es debido a la gran variedad de fuentes, al funcionamiento intermitente de algunas de ellas y en los diversos desagües existentes.
Las concentraciones de contaminantes generados principalmente por fuentes de combustión están sometidas a grandes variaciones temporales y tienen un carácter intermitente. Las liberaciones esporádicas de compuestos orgánicos volátiles debidas a actividades humanas como la pintura, también varían enormemente con el tiempo. Otras emisiones, como la liberación de formaldehído a partir de productos con base de madera, varían con los cambios de temperatura y de humedad del edificio, pero tienen un carácter continuo. La emisión de compuestos químicos orgánicos a partir de otros materiales puede depender menos de las condiciones de temperatura y humedad, pero sus concentraciones en el aire interior dependerán en gran medida de las condiciones de ventilación.
Las variaciones espaciales dentro de una habitación suelen ser menos pronunciadas que las temporales. Dentro de un edificio puede haber grandes diferencias por lo que se refiere a fuentes localizadas: es el caso de las fotocopiadoras en una oficina central, los hornos de gas en la cocina de un restaurante y las zonas restringidas para el consumo de tabaco.
domingo, 8 de febrero de 2009
Trabajo noctur no permanente
El  turno  de  noche  es  el  más  perturbador  de  todos  por  lo  que respecta al ajuste psicológico, al sueño y al bienestar. En efecto, los ritmos psicológicos circadianos de la mayoría de las personas que trabajan por turnos suelen precisar más de una semana para ajustarse plenamente al trabajo nocturno, y todo ajuste parcial se pierde al cabo de algunos días de alejamiento del turno de noche.
Esto hace que los ritmos biológicos de los trabajadores permanentemente empleados en el turno de noche se encuentren en un estado de perturbación permanente. En uno de los estudios (Alfredsson y cols. 1991), el aumento de la fatiga y de las perturbaciones del sueño eran entre dos y tres veces mayores entre los guardias de seguridad que trabajaban permanentemente de noche que en la muestra del conjunto de la población trabaja- dora del país.
Algunos autores han sugerido diversos medios de combinar la tolerancia individual al trabajo por turnos y determinados estí- mulos externos a fin de facilitar la adaptación de los trabaja- dores. Según Hildebrandt y cols. (1987), las personas caracterizadas por una secuencia de fases retrasada en el ritmo circadiano (tipos vespertinos) son capaces de adaptarse al trabajo nocturno. Moog (1988) afirma que estas personas deben trabajar en el turno de noche durante períodos muy prolon- gados, esto es, mucho más de diez noches seguidas. Para aprove- char esta adaptación al trabajo de noche, Folkard (1990) ha llegado a proponer la creación de una “subcultura nocturna” en la que, además de trabajar regularmente de noche, el individuo haga vida nocturna y duerma de día, incluso en los festivos. Aunque este sistema permita, a largo plazo, incrementar el rendimiento en el trabajo nocturno (Wilkinson 1992) provocaría una acumulación del déficit de sueño y un aislamiento social que resultaría inaceptable para la mayoría de personas (Smith y Folkard 1993).
Existe un número cada vez mayor de estudios dedicados a los efectos de la luz artificial sobre la readaptación de los ritmos circadianos (entre ellos merecen citarse los de Wever y cols.
1983; la sesión especial del IX Simposio Internacional sobre el Trabajo Nocturno y por Turnos; Costa y cols. 1990a; Rosa y cols. 1990 y Czeisler y cols. 1990). Sin embargo, en opinión de Eastman (1990), “resulta sumamente laborioso determinar el equilibrio adecuado entre iluminación, trabajo y reposo para quienes trabajan por turnos, tanto por lo que respecta a su capacidad para adaptar los ritmos circadianos, mejorar el sueño o reducir la fatiga como desde la perspectiva de su integración social”.
El turno fijo de noche es el que repercute de forma más nega- tiva sobre los familiares que han de adaptar su estilo de vida a este horario, sobre la vida sexual y sobre la posibilidad de que los trabajadores desempeñen sus funciones familiares (Stein 1963; Mott y cols. 1965; Tasto y cols. 1978; Gadbois 1981). Sin embargo, según algunos estudios del turno nocturno permanente, las enfermeras de noche informaban de menos problemas que las integradas en turnos rotativos o en el turno de día (Verhaegen y cols. 1987; Barton y cols. 1993). Barton y cols. sugieren que una posible explicación de estos hallazgos es que la libre elección del turno de día o de noche puede influir en gran medida en la percepción de los problemas posteriores. Con todo, es discutible que esta elección sea realmente “libre”, dado que muchas enfermeras optan por trabajar de noche porque es la única forma que tienen de compatibilizar satisfactoriamente las responsabilidades domésticas con el trabajo fuera del hogar
(Gadbois 1981).
El trabajo nocturno permanente también tiene alguna ventaja. En efecto, los trabajadores del turno de noche se sienten más independientes y menos vigilados durante el trabajo (Brown 1990; Hoff y Ebbing 1991). Además, como resulta más difícil sustraerse al trabajo durante la noche, parece desarrollarse entre los compañeros un mayor “espíritu de equipo”, sprit de corps). Con todo, se suele optar por el trabajo nocturno principalmente por el incremento de ingresos que suponen los complementos por trabajo nocturno (Hoff y Ebbing 1991).
A pesar de que se tiene poca información acerca de los efectos a largo plazo sobre la salud del trabajo nocturno permanente y del equilibrio óptimo entre trabajo-sueño con luz brillante, se sabe que el turno de noche es el que más perturba el ajuste psicológico, el sueño y el bienestar; por consiguiente, mientras no se conozcan los resultados de futuros estudios, asumiremos la hipótesis de que el trabajo nocturno permanente no es aconsejable para la mayoría de las personas que trabajan por turnos.
Esto hace que los ritmos biológicos de los trabajadores permanentemente empleados en el turno de noche se encuentren en un estado de perturbación permanente. En uno de los estudios (Alfredsson y cols. 1991), el aumento de la fatiga y de las perturbaciones del sueño eran entre dos y tres veces mayores entre los guardias de seguridad que trabajaban permanentemente de noche que en la muestra del conjunto de la población trabaja- dora del país.
Algunos autores han sugerido diversos medios de combinar la tolerancia individual al trabajo por turnos y determinados estí- mulos externos a fin de facilitar la adaptación de los trabaja- dores. Según Hildebrandt y cols. (1987), las personas caracterizadas por una secuencia de fases retrasada en el ritmo circadiano (tipos vespertinos) son capaces de adaptarse al trabajo nocturno. Moog (1988) afirma que estas personas deben trabajar en el turno de noche durante períodos muy prolon- gados, esto es, mucho más de diez noches seguidas. Para aprove- char esta adaptación al trabajo de noche, Folkard (1990) ha llegado a proponer la creación de una “subcultura nocturna” en la que, además de trabajar regularmente de noche, el individuo haga vida nocturna y duerma de día, incluso en los festivos. Aunque este sistema permita, a largo plazo, incrementar el rendimiento en el trabajo nocturno (Wilkinson 1992) provocaría una acumulación del déficit de sueño y un aislamiento social que resultaría inaceptable para la mayoría de personas (Smith y Folkard 1993).
Existe un número cada vez mayor de estudios dedicados a los efectos de la luz artificial sobre la readaptación de los ritmos circadianos (entre ellos merecen citarse los de Wever y cols.
1983; la sesión especial del IX Simposio Internacional sobre el Trabajo Nocturno y por Turnos; Costa y cols. 1990a; Rosa y cols. 1990 y Czeisler y cols. 1990). Sin embargo, en opinión de Eastman (1990), “resulta sumamente laborioso determinar el equilibrio adecuado entre iluminación, trabajo y reposo para quienes trabajan por turnos, tanto por lo que respecta a su capacidad para adaptar los ritmos circadianos, mejorar el sueño o reducir la fatiga como desde la perspectiva de su integración social”.
El turno fijo de noche es el que repercute de forma más nega- tiva sobre los familiares que han de adaptar su estilo de vida a este horario, sobre la vida sexual y sobre la posibilidad de que los trabajadores desempeñen sus funciones familiares (Stein 1963; Mott y cols. 1965; Tasto y cols. 1978; Gadbois 1981). Sin embargo, según algunos estudios del turno nocturno permanente, las enfermeras de noche informaban de menos problemas que las integradas en turnos rotativos o en el turno de día (Verhaegen y cols. 1987; Barton y cols. 1993). Barton y cols. sugieren que una posible explicación de estos hallazgos es que la libre elección del turno de día o de noche puede influir en gran medida en la percepción de los problemas posteriores. Con todo, es discutible que esta elección sea realmente “libre”, dado que muchas enfermeras optan por trabajar de noche porque es la única forma que tienen de compatibilizar satisfactoriamente las responsabilidades domésticas con el trabajo fuera del hogar
(Gadbois 1981).
El trabajo nocturno permanente también tiene alguna ventaja. En efecto, los trabajadores del turno de noche se sienten más independientes y menos vigilados durante el trabajo (Brown 1990; Hoff y Ebbing 1991). Además, como resulta más difícil sustraerse al trabajo durante la noche, parece desarrollarse entre los compañeros un mayor “espíritu de equipo”, sprit de corps). Con todo, se suele optar por el trabajo nocturno principalmente por el incremento de ingresos que suponen los complementos por trabajo nocturno (Hoff y Ebbing 1991).
A pesar de que se tiene poca información acerca de los efectos a largo plazo sobre la salud del trabajo nocturno permanente y del equilibrio óptimo entre trabajo-sueño con luz brillante, se sabe que el turno de noche es el que más perturba el ajuste psicológico, el sueño y el bienestar; por consiguiente, mientras no se conozcan los resultados de futuros estudios, asumiremos la hipótesis de que el trabajo nocturno permanente no es aconsejable para la mayoría de las personas que trabajan por turnos.
sábado, 7 de febrero de 2009
Diseño de los sistemas de trabajo por turnos:
viernes, 6 de febrero de 2009
Rendimiento en el trabajo
Aparte  de  los  posibles  efectos  del  trabajo  por  turnos  sobre  la salud del trabajador, el rendimiento laboral también puede verse afectado. Harrington (1978) formuló algunas conclusiones generales  sobre  el  rendimiento  en  el  trabajo  sobre  la  base  de  un análisis  de  la  productividad  y  los  accidentes.  Sus  conclusiones, que siguen siendo válidas, han sido replanteadas por Waterhouse
y cols. (1992):
Se observaron frecuentes variaciones en cuanto a los errores y al rendimiento general, correspondiendo los peores resultados al turno de noche:
Las diferencias individuales se han revelado con frecuencia como la variable más influyente en el rendimiento.
Se plantea una dificultad metodológica al comparar la productividad y los accidentes durante los turnos de mañana, de tarde y de noche. En efecto, las condiciones ambientales, organi- zativas y de trabajo durante el día y la noche no son perfecta- mente homologables (Colquhoun 1976; Carter y Corlett 1982; Waterhouse y cols. 1992). Esto hace que sea difícil controlar todas las variables. No resulta, por tanto, sorprendente que en un análisis de 24 estudios hubiera casi tantos en los que se observaba una mayor frecuencia de accidentes nocturnos que diurnos, como lo contrario (Knauth 1983). En algunos estudios la carga de trabajo diurno era comparable con la del turno de noche y se disponía de mediciones relativas a las 24 horas. Los autores de la mayoría de estos estudios (por ejemplo, Browne 1949; Bjerner y cols. 1955; Hildebrandt y cols. 1974; Harris 1977; Hamelin 1981) apreciaron una cierta reducción del rendimiento durante el turno de noche. No obstante, como ha señalado Monk (1990), es posible que los efectos circadianos sólo se manifiesten cuando el trabajador se encuentra presionado. Si no hay presiones, el rendimiento diurno puede equipararse con el de noche, debido a que ambos se sitúan muy por debajo del nivel óptimo.
y cols. (1992):
Se observaron frecuentes variaciones en cuanto a los errores y al rendimiento general, correspondiendo los peores resultados al turno de noche:
• Es posible evitar o reducir la reducción del rendimiento en horas nocturnas si se hacen pausas en el trabajo, si éste es interesante y si se mantiene la motivación.
• El rendimiento baja (más durante el turno de noche, por regla general) si se realizan tareas aburridas o repetitivas, si hay falta de sueño o si el tiempo de trabajo efectivo se incrementa.
Las diferencias individuales se han revelado con frecuencia como la variable más influyente en el rendimiento.
Se plantea una dificultad metodológica al comparar la productividad y los accidentes durante los turnos de mañana, de tarde y de noche. En efecto, las condiciones ambientales, organi- zativas y de trabajo durante el día y la noche no son perfecta- mente homologables (Colquhoun 1976; Carter y Corlett 1982; Waterhouse y cols. 1992). Esto hace que sea difícil controlar todas las variables. No resulta, por tanto, sorprendente que en un análisis de 24 estudios hubiera casi tantos en los que se observaba una mayor frecuencia de accidentes nocturnos que diurnos, como lo contrario (Knauth 1983). En algunos estudios la carga de trabajo diurno era comparable con la del turno de noche y se disponía de mediciones relativas a las 24 horas. Los autores de la mayoría de estos estudios (por ejemplo, Browne 1949; Bjerner y cols. 1955; Hildebrandt y cols. 1974; Harris 1977; Hamelin 1981) apreciaron una cierta reducción del rendimiento durante el turno de noche. No obstante, como ha señalado Monk (1990), es posible que los efectos circadianos sólo se manifiesten cuando el trabajador se encuentra presionado. Si no hay presiones, el rendimiento diurno puede equipararse con el de noche, debido a que ambos se sitúan muy por debajo del nivel óptimo.
jueves, 5 de febrero de 2009
Trastornos sistémicos: Síncope por calor
El síncope es una pérdida de conocimiento temporal como resultado de la reducción del riego cerebral que suele ir precedido por palidez,  visión  borrosa,  mareo  y  náuseas.  Puede  ocurrir  en personas expuestas a estrés por calor. El término colapso por calor se ha utilizado como sinónimo de síncope por calor. Los síntomas se atribuyen a vasodilatación cutánea, acumulación de sangre por la postura corporal con el resultado de un menor retorno venoso al corazón y un gasto cardíaco también reducido. La deshidratación leve que se produce en la mayoría de las personas expuestas al calor  aumenta  la  probabilidad  de  sufrir  un  síncope  por  calor. Las personas con enfermedades cardiovasculares o que no están aclimatadas tienen más riesgo de sufrir un colapso por calor. Las víctimas suelen recuperar el conocimiento rápidamente una vez que se tumban en posición supina.
miércoles, 4 de febrero de 2009
Trastornos sistémicos
Los calambres por calor, el agotamiento por calor y el golpe de calor tienen importancia clínica. Los mecanismos responsables de estos trastornos sistémicos son una insuficiencia circulatoria, un desequilibrio  hídrico  y  electrolítico  y/o  hipertermia  (elevada temperatura corporal). El más grave de todos ellos es el golpe de calor,  que  puede  provocar  la  muerte  si  no  se  trata  rápida  y correctamente.
Sin considerar la población infantil, existen dos poblaciones que presentan un mayor riesgo de sufrir trastornos por calor. La primera y más grande de ellas es la constituida por las personas de edad avanzada, especialmente cuando carecen de recursos económicos y sufren enfermedades crónicas como diabetes mellitus, obesidad, malnutrición, insuficiencia cardíaca conges- tiva, alcoholismo crónico y demencia, o necesitan medicamentos que interfieren con la regulación térmica. La segunda población con riesgo de sufrir trastornos por calor está formada por personas sanas que intentan realizar esfuerzos físicos prolongados o se exponen a un estrés excesivo por calor. Los factores que predisponen a las personas jóvenes a sufrir trastornos por calor, además de una disfunción congénita o adquirida de las glándulas sudoríparas, son una mala forma física, la falta de aclimatación, una baja eficiencia laboral y una menor relación entre superficie cutánea y masa corporal.
Sin considerar la población infantil, existen dos poblaciones que presentan un mayor riesgo de sufrir trastornos por calor. La primera y más grande de ellas es la constituida por las personas de edad avanzada, especialmente cuando carecen de recursos económicos y sufren enfermedades crónicas como diabetes mellitus, obesidad, malnutrición, insuficiencia cardíaca conges- tiva, alcoholismo crónico y demencia, o necesitan medicamentos que interfieren con la regulación térmica. La segunda población con riesgo de sufrir trastornos por calor está formada por personas sanas que intentan realizar esfuerzos físicos prolongados o se exponen a un estrés excesivo por calor. Los factores que predisponen a las personas jóvenes a sufrir trastornos por calor, además de una disfunción congénita o adquirida de las glándulas sudoríparas, son una mala forma física, la falta de aclimatación, una baja eficiencia laboral y una menor relación entre superficie cutánea y masa corporal.
martes, 3 de febrero de 2009
TRASTORNOS PRODUCIDOS POR EL CALOR
Una  elevada  temperatura  ambiente,  una  elevada  humedad,  un esfuerzo  extenuante  o  una  disipación  insuficiente  del  calor pueden causar una serie de trastornos provocados por el calor, entre ellos trastornos sistémicos como síncope, edema, calambres, agotamiento y golpe de calor, así como trastornos locales como afecciones cutáneas.
lunes, 2 de febrero de 2009
Formación sobre seguridad contra incendios: Diseño y aplicación
El  diseño  y  la  aplicación  de  los  programas  de  formación  en prevención de incendios dependen en gran medida del desarrollo de estrategias bien planificadas, de una gestión efectiva y de la motivación de los individuos. Para que un programa de seguridad contra incendios tenga éxito, debe existir un apoyo social fuerte y decidido a su aplicación.
Entre las estrategias posibles, estudiadas por Koffel (1993) y en el Industrial Fire Hazards Handbook del NFPA (Linville, 1990), cabe citar:
Entre las estrategias de aplicación existentes a escala interna- cional cabe destacar:
• los cursos de la Fire Protection Association (FPA) en el Reino
Unido y su diploma de ‘Fire Prevention’ (Welch, 1993);
• la fundación SweRisk, compañía subsidiaria de la Swedish Fire Protection Association, que ayuda a las empresas a valorar los riesgos y desarrollar programas de prevención de incendios
(Jernberg, 1993);
Es de vital importancia determinar la efectividad de los programas formativos de seguridad contra incendios, lo que proporcionará la motivación necesaria para financiar, desarrollar o modificar nuevos programas.
El mejor ejemplo de supervisión de una formación de segu- ridad contra incendios puede encontrarse tal vez en Estados Unidos. El programa Learn Not to Burn, ideado para educar a la juventud norteamericana en los peligros de incendio, ha sido coordinado por la División de Educación Pública del NFPA. Según la supervisión y el análisis realizados en 1990, se consiguieron salvar 194 vidas gracias a la utilización de las medidas de seguridad impartidas en programas de seguridad contra incendios. El 30 % de las mismas puede atribuirse direc- tamente al programa Learn Not to Burn.
En Estados Unidos, la instalación de detectores de humo en las viviendas y los programas formativos de seguridad contra incendios permitieron reducir el número de víctimas mortales producidas en incendios en los hogares, que pasaron de 6.015 muertos en 1978 a 4.050 en 1990 (NFPA 1991).
Entre las estrategias posibles, estudiadas por Koffel (1993) y en el Industrial Fire Hazards Handbook del NFPA (Linville, 1990), cabe citar:
• la promoción de la política y de las estrategias corporativas sobre seguridad contra incendios entre el personal de la empresa;
• la identificación de todos los posibles escenarios de incendio y la aplicación de acciones adecuadas para reducir los riesgos;
• la supervisión de todos los códigos y normativas específicos que definen el nivel de cuidado en una industria concreta;
• la implantación de un programa de gestión de pérdidas para determinar las pérdidas en relación con los objetivos de rendimiento,
• la formación de todo el personal en técnicas adecuadas de prevención de incendios y respuesta a emergencias.
Entre las estrategias de aplicación existentes a escala interna- cional cabe destacar:
• los cursos de la Fire Protection Association (FPA) en el Reino
Unido y su diploma de ‘Fire Prevention’ (Welch, 1993);
• la fundación SweRisk, compañía subsidiaria de la Swedish Fire Protection Association, que ayuda a las empresas a valorar los riesgos y desarrollar programas de prevención de incendios
(Jernberg, 1993);
• la participación masiva en Japón de ciudadanos y trabajadores en la campaña de prevención de incendios desarrollada por la Agencia de Lucha contra Incendios de Japón (Hunter, 1991),
• la formación en seguridad en Estados Unidos a través de la utilización del Firesafety Educator’s Handbook (NFPA, 1983) y del Public Fire Education Manual (Osterhoust, 1990).
Es de vital importancia determinar la efectividad de los programas formativos de seguridad contra incendios, lo que proporcionará la motivación necesaria para financiar, desarrollar o modificar nuevos programas.
El mejor ejemplo de supervisión de una formación de segu- ridad contra incendios puede encontrarse tal vez en Estados Unidos. El programa Learn Not to Burn, ideado para educar a la juventud norteamericana en los peligros de incendio, ha sido coordinado por la División de Educación Pública del NFPA. Según la supervisión y el análisis realizados en 1990, se consiguieron salvar 194 vidas gracias a la utilización de las medidas de seguridad impartidas en programas de seguridad contra incendios. El 30 % de las mismas puede atribuirse direc- tamente al programa Learn Not to Burn.
En Estados Unidos, la instalación de detectores de humo en las viviendas y los programas formativos de seguridad contra incendios permitieron reducir el número de víctimas mortales producidas en incendios en los hogares, que pasaron de 6.015 muertos en 1978 a 4.050 en 1990 (NFPA 1991).
domingo, 1 de febrero de 2009
Formación sobre seguridad contra incendios: Metas y objetivos
Gratton (1991), en un interesante artículo sobre la formación en materia de seguridad contra incendios, definió la diferencia entre metas, objetivos y prácticas de aplicación o estrategias. Las metas son  declaraciones  generales  de  intenciones  para  “reducir  el número de incendios y, con ello, el número de muertos y heridos entre los trabajadores, así como su repercusión económica para las empresas”.
Los aspectos personales y económicos de la meta general no son incompatibles. Las prácticas modernas de gestión de riesgos demuestran que las mejoras en seguridad para los trabajadores a través de la implantación de prácticas efectivas de control de pérdidas pueden ser positivas desde el punto de vista económico para la empresa, al mismo tiempo que suponen un beneficio para la comunidad.
Estas metas deben traducirse a objetivos específicos de segu- ridad contra incendios en función de la empresa y de los trabajadores. Los objetivos, que deben ser cuantificables, suelen contemplar aspectos como:
En muchas empresas pueden establecerse objetivos adicio- nales, como la reducción de los costes de interrupción de la acti- vidad o la minimización del riesgo de responsabilidad legal.
Pero, en otras, el cumplimiento de los códigos y normas locales sobre edificios basta para garantizar el cumplimiento de sus objetivos de seguridad contra incendios. Sin embargo, dicha normativa tiende a limitarse a la seguridad personal, dando por hecho que los incendios se van a producir.
La gestión moderna de seguridad contra incendios entiende que, si bien la seguridad absoluta no es un objetivo realista, pueden establecerse objetivos cuantificables para:
Los aspectos personales y económicos de la meta general no son incompatibles. Las prácticas modernas de gestión de riesgos demuestran que las mejoras en seguridad para los trabajadores a través de la implantación de prácticas efectivas de control de pérdidas pueden ser positivas desde el punto de vista económico para la empresa, al mismo tiempo que suponen un beneficio para la comunidad.
Estas metas deben traducirse a objetivos específicos de segu- ridad contra incendios en función de la empresa y de los trabajadores. Los objetivos, que deben ser cuantificables, suelen contemplar aspectos como:
• reducir los accidentes industriales y los incendios asociados;
• reducir el número de muertos y heridos,
• reducir el daño material a la empresa.
En muchas empresas pueden establecerse objetivos adicio- nales, como la reducción de los costes de interrupción de la acti- vidad o la minimización del riesgo de responsabilidad legal.
Pero, en otras, el cumplimiento de los códigos y normas locales sobre edificios basta para garantizar el cumplimiento de sus objetivos de seguridad contra incendios. Sin embargo, dicha normativa tiende a limitarse a la seguridad personal, dando por hecho que los incendios se van a producir.
La gestión moderna de seguridad contra incendios entiende que, si bien la seguridad absoluta no es un objetivo realista, pueden establecerse objetivos cuantificables para:
• minimizar los accidentes de incendio mediante una prevención efectiva de los mismos;
• limitar el tamaño y las consecuencias de los incendios utilizando equipos y procedimientos de emergencia efectivos,
• utilizar los seguros como salvaguardia en caso de incendios graves e imprevistos, especialmente los provocados por catás- trofes naturales como terremotos o incendios en bosques.
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