La calidad del aire interior puede definirse como el grado de satisfacción de las exigencias y necesidades del ser humano. Bási- camente, los ocupantes de un espacio exigen dos cosas con respecto al aire que respiran: percibirlo como aire fresco y no viciado, estancado o irritante; y saber que los efectos perjudiciales para la salud que pueden derivarse de respirar ese aire son despreciables.
Es habitual pensar que el grado de calidad del aire en un espacio determinado depende más de los componentes de ese aire que de la repercusión que tiene en los ocupantes. Por tanto, parece fácil evaluar la calidad del aire, ya que se asume que a partir de su composición es posible conocer su calidad. Es un método de evaluación de la calidad del aire que funciona bien en ámbitos industriales, donde hallamos compuestos químicos que se utilizan en el proceso de producción o se derivan del mismo y donde existen aparatos de medición y criterios de referencia para valorar las concentraciones. Ahora bien, no sirve para ambientes no industriales, que son lugares donde puede haber miles de sustancias químicas, pero a concentraciones muy bajas, quizá mil veces inferiores a los límites de exposición reco- mendados; la evaluación de estas sustancias una por una daría lugar a una falsa valoración de la calidad de ese aire y probable- mente se juzgaría alta. Pero falta aún un aspecto, y es que no se conoce el efecto conjunto de esos miles de sustancias en los seres humanos, razón por la que se percibe el aire como viciado, estancado o irritante.
La conclusión a la que se ha llegado es que los métodos tradi- cionales utilizados en la higiene industrial no están bien adap- tados para definir el grado de calidad que percibirán los seres humanos que hayan de respirar el aire evaluado. La alternativa a los análisis químicos es utilizar personas como dispositivos de medición para cuantificar la contaminación del aire, empleando jurados para realizar las evaluaciones.
Los seres humanos perciben la calidad del aire con dos sentidos: el olfativo, situado en la cavidad nasal y sensible a cientos de miles de sustancias olorosas, y el químico, situado en las membranas mucosas de la nariz y los ojos, que es sensible a un número parecido de sustancias irritantes presentes en el aire. Es la respuesta conjunta de ambos sentidos la que determina cómo se percibe el aire y la que permite que el sujeto juzgue si su calidad es aceptable.
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miércoles, 19 de diciembre de 2012
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