Otro de los instrumentos reguladores en los que confían los gobiernos para frenar el consumo de tabaco es la elevación de los impuestos, sobre todo de los cigarrillos. Es una política encami- nada a disminuir el consumo de tabaco, que justificaría la relación inversa entre el precio del tabaco y su consumo, y que puede determinarse comparando la situación en diferentes países. La medida se considera eficaz cuando la población está advertida de los peligros del consumo de tabaco y aconsejada acerca de la necesidad de dejar de fumar. Un aumento en el precio del tabaco puede ser un motivo para dejar de fumar. Con todo, esta política tiene muchos detractores, cuyas críticas se basan en argu- mentos que se comentan brevemente a continuación.
En primer lugar, según muchos especialistas, el aumento del precio del tabaco por razones fiscales va seguido de una reducción temporal del consumo de tabaco, tras lo cual se produce una vuelta gradual a los niveles de consumo previos a medida que los fumadores se acostumbran al nuevo precio. En otras palabras, los fumadores asimilan un aumento en el precio del tabaco de la misma manera que la gente se acostumbra a otros impuestos o a la subida del coste de la vida.
En segundo lugar, también se ha observado un cambio en los hábitos de los fumadores, quienes, al subir los precios, tienden a buscar marcas más baratas de menor calidad que probablemente supongan también un riesgo mayor para su salud (porque carecen de filtro o porque tienen cantidades más elevadas de alquitrán y nicotina). Tal cambio podría llegar a inducir a los fumadores a hacerse sus propios cigarrillos, lo que eliminaría por completo cualquier posibilidad de controlar el problema.
En tercer lugar, muchos expertos opinan que las medidas de este tipo tienden a afianzar la creencia de que el gobierno acepta el tabaco y su consumo como otra manera más de recaudar impuestos, lo que conduce a la idea contradictoria de que lo que el gobierno pretende en realidad es que la gente fume para poder recaudar más dinero con los impuestos especiales sobre el tabaco.
En primer lugar, según muchos especialistas, el aumento del precio del tabaco por razones fiscales va seguido de una reducción temporal del consumo de tabaco, tras lo cual se produce una vuelta gradual a los niveles de consumo previos a medida que los fumadores se acostumbran al nuevo precio. En otras palabras, los fumadores asimilan un aumento en el precio del tabaco de la misma manera que la gente se acostumbra a otros impuestos o a la subida del coste de la vida.
En segundo lugar, también se ha observado un cambio en los hábitos de los fumadores, quienes, al subir los precios, tienden a buscar marcas más baratas de menor calidad que probablemente supongan también un riesgo mayor para su salud (porque carecen de filtro o porque tienen cantidades más elevadas de alquitrán y nicotina). Tal cambio podría llegar a inducir a los fumadores a hacerse sus propios cigarrillos, lo que eliminaría por completo cualquier posibilidad de controlar el problema.
En tercer lugar, muchos expertos opinan que las medidas de este tipo tienden a afianzar la creencia de que el gobierno acepta el tabaco y su consumo como otra manera más de recaudar impuestos, lo que conduce a la idea contradictoria de que lo que el gobierno pretende en realidad es que la gente fume para poder recaudar más dinero con los impuestos especiales sobre el tabaco.
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