Los actuales indicadores sanitarios (mortalidad, natalidad, ingresos hospitalarios, bajas laborales por enfermedad y visitas médicas) pueden proporcionar una visión inmediata de las consecuencias de un accidente, siempre que sean estratificables para la zona afectada, lo que no siempre será posible, pues a veces se trata de áreas pequeñas que no se corresponden necesariamente con unidades administrativas. Es probable que las asociaciones estadísticas entre el accidente y un exceso de sucesos inmediatos (que tienen lugar en días o semanas) detectados por medio de los indicadores sanitarios existentes sean causales, pero esto no signi- fica necesariamente que se esté produciendo un efecto de toxicidad (por ejemplo, un exceso de visitas médicas puede estar ocasionado por el miedo y no por la aparición real de la enfermedad). Como siempre, hay que tener cuidado al interpretar cualquier cambio en los indicadores sanitarios.
Aunque no todos los accidentes producen víctimas mortales, la mortalidad es un criterio de valoración fácilmente cuantificable, ya sea mediante el recuento directo (como en Bhopal) o por comparación entre el número de sucesos observados y el previsto (episodios agudos de contaminación atmosférica en zonas urbanas). Determinar que un accidente no está asociado a un exceso de mortalidad inmediata puede ayudar a la hora de evaluar la gravedad de su repercusión y dedicar atención a las consecuencias no mortales. Además, la mayoría de los países disponen de las estadísticas necesarias para calcular la previsión de fallecimientos, que permiten establecer estimaciones en zonas tan pequeñas como las que habitualmente se ven afectadas por un accidente. La evaluación de la mortalidad sobre la base de determinadas afecciones es más problemática, debido a una posible predisposición de los funcionarios sanitarios —conocedores de cuáles son las enfermedades que se espera que aumenten tras el accidente— al certificar las causas de los fallecimientos (predisposición de sospecha de diagnóstico).
En consecuencia, la interpretación de los indicadores sanitarios a partir de las fuentes de datos existentes requiere un cuidadoso plan de análisis específicos, que incluya la consideración detallada de posibles factores de confusión.
En ocasiones, poco después de un accidente, se plantea la conveniencia de crear un registro de cáncer convencional en la población, o un registro de malformaciones. Para estas afecciones concretas, los registros pueden proporcionar una información más fiable que otras estadísticas (como la mortalidad o los ingresos hospitalarios), especialmente si los registros de nueva creación se gestionan de acuerdo con normas internacionales aceptables. Ahora bien, su creación requiere la reasignación de recursos. Además, si tras un accidente se establece un registro completamente nuevo de malformaciones basado en la pobla- ción, lo más probable es que en un plazo de nueve meses no genere datos comparables a los de otros registros, y se producirán una serie de problemas deductivos (en especial, error estadístico del segundo tipo). En última instancia, la decisión se basa en gran medida en la evidencia de carcinogenicidad, embrioto- xicidad o teratogenicidad del peligro o peligros que se han producido, y en los posibles usos alternativos de los recursos disponibles.
Aunque no todos los accidentes producen víctimas mortales, la mortalidad es un criterio de valoración fácilmente cuantificable, ya sea mediante el recuento directo (como en Bhopal) o por comparación entre el número de sucesos observados y el previsto (episodios agudos de contaminación atmosférica en zonas urbanas). Determinar que un accidente no está asociado a un exceso de mortalidad inmediata puede ayudar a la hora de evaluar la gravedad de su repercusión y dedicar atención a las consecuencias no mortales. Además, la mayoría de los países disponen de las estadísticas necesarias para calcular la previsión de fallecimientos, que permiten establecer estimaciones en zonas tan pequeñas como las que habitualmente se ven afectadas por un accidente. La evaluación de la mortalidad sobre la base de determinadas afecciones es más problemática, debido a una posible predisposición de los funcionarios sanitarios —conocedores de cuáles son las enfermedades que se espera que aumenten tras el accidente— al certificar las causas de los fallecimientos (predisposición de sospecha de diagnóstico).
En consecuencia, la interpretación de los indicadores sanitarios a partir de las fuentes de datos existentes requiere un cuidadoso plan de análisis específicos, que incluya la consideración detallada de posibles factores de confusión.
En ocasiones, poco después de un accidente, se plantea la conveniencia de crear un registro de cáncer convencional en la población, o un registro de malformaciones. Para estas afecciones concretas, los registros pueden proporcionar una información más fiable que otras estadísticas (como la mortalidad o los ingresos hospitalarios), especialmente si los registros de nueva creación se gestionan de acuerdo con normas internacionales aceptables. Ahora bien, su creación requiere la reasignación de recursos. Además, si tras un accidente se establece un registro completamente nuevo de malformaciones basado en la pobla- ción, lo más probable es que en un plazo de nueve meses no genere datos comparables a los de otros registros, y se producirán una serie de problemas deductivos (en especial, error estadístico del segundo tipo). En última instancia, la decisión se basa en gran medida en la evidencia de carcinogenicidad, embrioto- xicidad o teratogenicidad del peligro o peligros que se han producido, y en los posibles usos alternativos de los recursos disponibles.
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